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Qué triste está Venecia sin mí

{certificado sanitario}

Atolondrado sobrino, sigo a diario con interés las intervenciones que realizan sobre la pandemia don Alfonso Rueda y don Julio García Comesaña, altos mandatarios del gobierno gallego, y voy a enterarme bien de los pasos que tengo que dar para conseguir cuanto antes el certificado de vacunación gallego que tanto disgusta a la ministra Carolina Darias, cuya actitud me recuerda cada vez más a la del perro del hortelano, ya sabes, el que no come ni deja comer. Te comento esto porque ya he recibido, debido a mi edad provecta, los dos pinchazos de rigor que en teoría me protegen de todo mal vírico y por lo tanto supongo que tengo derecho a contar con dicho certificado. Realmente no sé qué tipo de suero me metieron, porque con tanto nombre me pierdo, pero debo confesar que no padecí ninguna reacción extraña durante los siguientes días, aunque también es verdad que al llegar a mi mansión me liquidé una botella entera de ron Havana con la intención de licuar bien la sangre por si me afectaba algún trombo. Mi médico de cabecera, el doctor alemán Hugo von Stranberg, no recomienda este tipo de remedios caseros, pero yo intento hacerle el menos caso posible. ¿Cómo voy a fiarme de un tipo que, pese a tener ya casi ochenta años, usa pantalones cortos como los del coronel Tapioca y unas horribles camisas floreadas? Te juro que he visto jipis mejor vestidos que él. En cuanto a lo del procedimiento de vacunación, lo apropiado hubiese sido desplazar a los sanitarios a mi morada, como corresponde a mi posición social, pero al final acepté someterme al procedimiento ordinario tras comprobar que hasta políticos de tanto fuste como doña Ana Pastor o el alcalde de Vigo, don Abel Caballero, tampoco gozaban de prebendas en este asunto. No sé, Damián, cada vez me cuesta más acostumbrarme al vulgar mundo moderno. Y por cierto, voy a contactar cuanto antes con la vicepresidenta segunda del Congreso para invitarla a compartir conmigo un cocido contundente u otras viandas de alto contenido calórico, porque cada vez la veo más delgada. Todo lo contrario que yo, y eso que la díscola Gladys se ha empeñado en matarme de hambre con sus extraños menús orientales a base de fideos que no saben a nada.

{bacalao en las feroe}

Ahora que ya estoy vacunado, solo espero que muy pronto me permitan moverme sin limitaciones por donde yo quiera gracias al cacareado pasaporte sanitario del que tanto hablan quienes nos gobiernan. En julio, por ejemplo, deseo viajar a Venecia, que debe estar muy triste sin mí, y no descarto recalar en septiembre en las islas Feroe, donde siempre me reciben con gran alborozo pese al carácter más bien reservado de los ciudadanos nórdicos. Allí, como sabes, tienen unos pescados excelentes, si bien la forma como preparan el bacalao no me complace demasiado y así se lo hice saber en cierta ocasión al jefe de cocina del restaurante donde solía recalar. Desde entonces, gracias a mis indicaciones, aprendió a cocinarlo de formas muy diversas, incluso con coliflor, que es como más me gusta tomarlo cuando llegan las Navidades. También me complació mucho la merluza que degusté recientemente, junto al periodista Manolo Fraga y otro viejo amigo, en el restaurante Caney, donde coincidimos unos breves minutos con don Rafael Silva, director territorial de HM Hospitales en Galicia, a quien hacía mucho tiempo que no veía por culpa del maldito virus. También me hubiese gustado saludar al conocido chef Pedro Roca, pero responsabilidades importantes de carácter sociopolítico me obligaron a acabar la velada antes de lo deseado. En otra ocasión será.

{‘lampreicidio’ en la tele}

De todas formas, lo que hacen en las islas Feroe con el bacalao es puro arte si lo comparamos con la enorme chapuza que fraguaron recientemente en el programa MasterChef al cocinar, con malas técnicas y nulo salero, una lamprea. Si a mí me asombró tal derroche de estulticia gastronómica, me imagino la cara que pondría mi admirada Matilde Rodríguez, dueña y señora de los fogones del restaurante Don Quijote, al contemplar dicho lampreicidio, porque como bien sabes, Damián, la esposa del restaurador Manuel García tiene merecida fama de ser unas de las cocineras que mejor preparan este manjar. En dicho programa fue donde vi por primera vez a la concursante compostelana Ofelia Hentschel, que al parecer tiene fama de hablar mucho y de ser un torbellino. A mí, la verdad, me hizo mucha gracia cuando dijo que ella al amor es lo mismo que Paquirrín a la música, o sea, un cero a la izquierda. Tengo entendido que a Ofelia le gustan mucho los caballos, así que no descarto contactar con ella para ofrecerle ser mi cochera particular cuando el caraja O´Leary casque del todo y ya no pueda manejar con soltura mi carruaje. También estoy deseando jubilar a Gladys, así que podría ser un fichaje perfecto para encargarse de ambos menesteres. ¿Qué te parece mi plan?

{senda mitológica}

Nuestro país, Damián, está cada vez más lleno de bárbaros que desprecian el orden y las buenas costumbres, así que no me extrañan en absoluto los continuos ataques que padecen las figuras mitológicas que jalonan la senda del monte de O Viso. Yo, antes de que se instalasen, casi nunca iba por allí, pero ahora voy a pasear con frecuencia por la zona para disfrutar con las peculiares creaciones de mi buen amigo José Manuel Méndez, uno de los artistas más elegantes de nuestra sacrosanta ciudad. En cierta ocasión, por cierto, estuve a punto de afanarle un bastón que me gustaba mucho, aunque al final logré vencer mi deleznable impulso y seguí utilizando el de castaño y plata que heredé de mi tío Francis, fallecido cuando escalaba el Everest sin más equipo que un sombrero de lana escocesa y un termo de café. Te dejo, Damián, Gladys me llama para cenar.

03 may 2021 / 01:00
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