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Rafael Chirbes

En mis paseos veraniegos por las tierras de los alrededores de Alicante no dejo de sorprenderme del caos urbanístico, de la mezcolanza de edificios, urbanizaciones, solares desolados y, también hay que decirlo, de una cierta incuria que todo lo envuelve.

A veces, no obstante, una tierra cultivada, una ermita, un conjunto de casa humildes en distintos tonos de ocre, permiten vislumbrar lo que este país ha sido y ha podido ser; así el decrépito casco de Benimagrell con su fuente recién restaurada que data de los años 50, unas casas de pescadores de El Campello, la plaza del ayuntamiento de Sant Joan con la fuente de 1938, la iglesia parroquial o la ermita de Santa Ana, el parque La Marjal, las torres defensivas de los siglos difíciles esparcidas por el litoral, incluida la torre de la iglesia de Mutxamel; pequeñas joyas dispersas que hay que buscar con paciencia y que a veces surgen de repente en medio del paisaje anárquico. Lo demás es conocido, grandes edificios, piscinas, campos de golf, rotondas, restaurantes y todo lo que asociamos a ese turismo de sol y playa que empezó a florecer hace 60 años.

Pero si queremos ir más allá de la epidermis sería bueno acercarse a la literatura; por ejemplo a las novelas de Rafael Chirbes. A lo largo de toda su obra, y muy particularmente en Crematorio o En la orilla, asistimos a una obsesiva búsqueda de lo que aquí ha ocurrido desde los penosos años de la posguerra.

Materialista, a veces cínico, a veces brutal, una especie de Shakespeare mediterráneo, maneja un bisturí despiadado para retratar ese mundo de constructores, políticos venales, mafias varias, clubs, whisky, cocaína y putas de todas las naciones.

En el universo de Chirbes, los socialistas y los de derechas se diferencian a lo sumo en el reloj y en el polo que vistencuando acuden al brunch de moda con sus esposas y amantes: oscuro mundo que nos recuerda al Balzac de los asuntos tenebrosos y del crimen que subyace bajo la riqueza; las recalificaciones, la gestión de la basura, esos asuntos que leemos en la prensa. El corolario es ese paisaje semilunar, la degradación que contemplamos en nuestros paseos y que puede pasar más desapercibida en la primera línea de playa o en las zonas mejor construidas.

Chirbes murió en 2015. Su novela Paris-Austerlitz salió en 2016 y en el 2021 se ha publicado la primera parte de sus diarios. Ambas obras las dejó preparadas y revisadas. La novela trata de la compleja y dolorosa relación con un amante, un obrero francés, a través de un personaje ficticio meramente instrumental.

Los diarios son de lectura obligada para el que quiera conocer en profundidad al hombre y al literato. Todo se encuentra aquí expuesto con una sinceridad que estremece: el esfuerzo denodado por convertirse en escritor, en novelista, la vivencia de su homosexualidad, a veces sórdida y degradante, la depresión y el alcohol, el trabajo como periodista en una revista gastronómica. Y siempre el trabajo de lectura, relectura y anotación: clásicos y contemporáneos.

Chirbes concibe la literatura como una visión del mundo, un punto de vista, pero también como herramienta de conocimiento y una opción moral. Y como es implacable consigo mismo también lo es, lo puede ser, con los demás.

En un determinado momento cita dos cuentos, uno de Joyce y otro de Flaubert, y se conmueve con sus protagonistas, dos mujeres humildes y bondadosas en un mundo hostil. Quizá nos habla el niño que, a la muerte del padre, tuvo que abandonar casa y familia, aprender la que luego sería su lengua de trabajo y comenzar un periplo por diversos centros escolares en la dura España de la época. A veces, sin embargo, el tono es amargo:

Qué respeto puede merecer un pueblo que ha convertido el paraíso que le regalaron, lo era en su pobreza, lo conocí, en un albañal infecto.

Literatura de verdad, sufrimiento y lucidez. No es poco.

18 ene 2022 / 01:00
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