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Solo y con la cornamenta en fase creciente

{necesito cirugía estética}

Alelado sobrino, quizá me anime a telegrafiar a mi viejo amigo Emilio del Río, reconocido dermatólogo y especialista en cirugía estética, para ver si me hace un apaño en la piel de la frente y logra quitarme, a golpe de bisturí o lo que él estime conveniente, el ceño fruncido que se me ha quedado grabado de forma permanente desde que el coronavirus me impide ir a mis restaurantes preferidos, al teatro y a contemplar exposiciones de arte, aunque he de confesarte que los creadores modernos me suelen provocar sudores fríos muy similares a los que sufro cada vez que Pedro Sánchez sale a dar la barrila por la tele. Hace mucho tiempo, cuando mi recordada tía Gretel venía a visitarme todos los años poco antes de la llegada de la primavera, ella tenía por costumbre aprovechar los días que pasaba en Santiago para hacerse unos arreglitos por aquí y por allá en los pocos centros de estética que de aquella funcionaban en nuestra ciudad. Así, un día llegaba con las cejas más afiladas; otro, con las uñas pintadas con colores extraños, y a veces desaparecía una semana entera y regresaba al nido con la piel de la cara más lisa que si se la hubiesen planchado con una vaporeta. Yo, que discrepo de don Adolfo Domínguez y nunca me gustaron las arrugas, ni en la ropa ni en la piel, animaba siempre a mi tía a seguir haciéndose retoques cada vez más ambiciosos, pero una vez se le fue la mano y apareció en mi mansión con una nariz que parecía la del payaso Fofó, unos pelos calcados a los de Janis Joplin y unos mofletes similares a los de los angelotes de los cuadros de Murillo, por lo que hube de rogarle que parase ya de hacer experimentos. De nada sirvió mi recomendación y su siguiente lifting fue tan radical que ni mi perro de entonces, Watson, la reconoció al llegar. Es más, creyendo que se trataba de una intrusa le arrancó el pie derecho de un bocado y no hubo cirugía capaz de devolver dicho miembro a su estado original, por lo que arrastró hasta su muerte una cojera incurable y un terrible mal humor. En fin, Damián, yo no deseo llegar a ese extremo, pero sí estoy decidido a que alguien me quite el aspecto de abuelo de la fabada que se me está poniendo.

{cañones en la colegiata}

Te confieso, torpe sobrino, que coincido plenamente con el párroco de Sar, don José Porto Buceta, en que la explanada exterior de la Colegiata debería ser liberada de los numerosísimos coches que estacionan allí a diario para evitar el pago de los caros aparcamientos del centro urbano. Yo voy con frecuencia a visitar dicho templo, uno de los más bellos de nuestra ciudad, y a veces paso horas enteras empapándome de arte románico, pero siempre tengo la decencia de ordenar a mi cochero, O´Leary, que se quede dando vueltas por la zona con el carruaje de caballos hasta que llega el momento de recogerme. Muchos automovilistas, en cambio, aparcan allí y no mueven sus vehículos durante días e incluso semanas, por lo que la hermosa iglesia parece más bien un concesionario de coches de ocasión. Afirma el concejal Sindo Guinarte que la mayoría de los que estacionan allí no son vecinos del barrio, y a veces ni siquiera son residentes en Santiago, por lo cual espero que nuestros munícipes tengan a bien solventar pronto una situación tan irregular. Y si no es así, contactaré con el veterano párroco para ofrecerle mis servicios como especialista en operaciones disuasorias. Sobre este particular, ya sabes que varias de las fincas cercanas a mi mansión, todas ellas de mi propiedad, sufrieron también durante años la invasión de vehículos motorizados hasta que me decidí a instalar en ellas los cañones napoleónicos que heredé de mi bisabuelo Manfred von Snacker, fallecido en el campo de batalla al confundir una mina con una lata de bonito del norte. Te mantendré informado de mis negociaciones con el señor Porto.

{mochi y el himno jacobeo}

Leo en este nuestro periódico, Damián, que el cantante Juan Erasmo Mochi ha compuesto una canción dedicada a Santiago y que desea que dicha pieza, titulada Botafumeiro, se convierta en el himno oficial del Xacobeo, algo que tendrán que valorar don Alfonso Rueda, vicepresidente de la Xunta y principal responsable del timón del Xacobeo, y sus asesores artísticos. Yo aún no he tenido la dicha de escuchar la citada pieza, pero he de confesarte que nunca sentí una especial devoción por los cantantes españoles de mi quinta, algunos de los cuales fallecieron hace ya tiempo. El problema es que a mi exmujer, tu tía Maria Louise, sí era una fanática de la llamada música moderna y hace ya medio siglo me obligó a gastar un dineral en la compra de un tocadiscos de gran calidad en el que no paraba de escuchar, a todo volumen, canciones de Lorenzo Santamaría, Dyango, Pablo Abraira, Camilo Sesto, Manolo Otero, el citado Mochi y otros autores a los que nunca conseguí coger el punto. En cierta ocasión quiso que bailase con ella, durante la boda de una amiga, un tema que se llamaba Mami Panchita y mi negativa le sentó tan mal que al poco rato se buscó a un apuesto compañero de danzas modernas con el que pasó, más cerca que lejos, el resto de la noche. Ahí empezó a hacer aguas nuestro matrimonio y unos años después se fugó con el pesado poeta hindú del que a veces te hablo, dejándome solo y con la cornamenta en fase creciente. Mucho desenfreno sexual es lo que hay, Damián. Y mucho vicio.

{cocido contundente}

Hoy voy a aprovechar que mi cocinera, la díscola Gladys, se ha ido a visitar a su madre para pedir a O´Leary que vaya a buscar sendas raciones de cocido de Lalín a los restaurantes Don Quijote y La Bodeguilla de San Lázaro, una para comer y otra para cenar. Ahora contactaré con mis buenos amigos Manuel García y Javier Míguez, dueños de dichos establecimientos, para que carguen bien las bandejas de chorizos y tocino, porque Gladys me está matando de hambre a base de sopicaldos y de unos extraños fideos orientales que son el colmo de la insipidez. Debería despedirla, pero temo encontrar a otra aún peor. Mañana, si sigo solo, no descarto encargar otros dos menús lalilenses en A Nave de Vidán y en el Ruta Xacobea, a ver si reviento de un gozoso empacho y me libro de aguantar el debate postelectoral catalán. Te dejo, sobrino, altas gestiones culinarias requieren mi atención.

15 feb 2021 / 01:00
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