Santiago
+15° C
Actualizado
martes, 23 abril 2024
16:11
h

¿Te gusta conducir? Cada vez menos

En los últimos tiempos nos hemos vuelto terriblemente pesados. Nos encanta dar consejos a quienes no nos los piden, recomendar a la gente qué debe o no comer, cómo debe pensar para encontrar refugio en el rebaño, cómo hablar, cómo ligar, cómo cuidarse para llegar en buena forma los 80 años, cómo actuar si el nene llora, qué hacer si el adolescente Pepito se vuelve huraño, cómo vestir durante la temporada de primavera-verano y hasta cómo aliñar una ensalada.

El cúmulo de adoctrinamiento es tal que cada vez sorprende más ver a alguien que se sale de la norma y manda a todo el mundo a tomar viento de una forma elegante delante de un litro de cerveza, un chuletón de kilo y medio y un catálogo de los mejores puros, al más puro estilo Homer Simpson, en una época en la que hasta desayunar unos churros grasientos se puede considerar como un acto de gran rebeldía social.

Un sitio perfecto para ver en acción permanente a un sinfín de consejeros plastas es la televisión, tomada cada vez con más fuerza por adictos al gimnasio, cocinillas coñazo, ecologistas de pacotilla, artistas que copian en vez de innovar, viajeros compulsivos del selfie, niñatos con discursos aprendidos, tertulianos soporíferos, políticos que dan grima, niños repelentes, influencers petardos y actores cortados por el mismo patrón que sueñan con una llamada de Almodóvar. También abundan los abuelos marchosos, los progres de manual, los cantautores que nada tienen que ofrecer, la gente demasiado intensa que llora o ríe por cualquier cosa, los ideólogos inclusivos, los moñas y otras faunas por el estilo, cuando no algún clon de Lola Flores que mete miedo hablando de acentos y quejíos entre pésimas escenas que pretenden evocar a Julio Romero de Torres. Ufff, qué cansino es todo.

Publicidad pésima. Hasta la publicidad televisiva es ahora mucho peor que hace veinte o treinta años, con la creatividad rozando el cero absoluto. El muy deficiente patatero, al igual que pasa con la música y las artes en general.

¿Cómo no echar de menos aquellos anuncios en los que solo salía una carretera infinita y el brazo de un conductor surcando el viento desde el exterior de la ventanilla de un automóvil que ni siquiera aparecía en la pantalla? Claro que nos gustaba conducir, pero ahora preferimos ir durmiendo como perros en el asiento trasero de coches aburridísimos que lo hacen todo solos. Coches, por cierto, que siempre van ocupados por padres que han desayunado una rodaja de tomate con albahaca, mamás fibrosas que se dirigen felices al tajo o al gimnasio, infantes de seis años que ya están preocupados por la contaminación del Amazonas, jóvenes que comen mucha fruta y jubilados que hacen barranquismo con los nietos en un 4x4 en el que cabe toda la familia aventurera y feliz.

¿Te gusta conducir? Pues ya no, la verdad, y además será muy difícil que vuelvan los tiempos felices del Cadillac Solitario de Loquillo o del Chevy de Don McLean en American Pie, incluso de los Dyane 6 fabricados para gente encantadora o de los sesenteros Simca 1000, que era una castaña de coche pero cuyos asientos servían para hacer el amor a las parejas con notables habilidades contorsionistas.

Sobre este particular, algunos afirmarán que los automóviles actuales ofrecen una comodidad y una amplitud mucho mayor que los vintage a la hora de culminar pasiones sexuales, lo cual es cierto, aunque por contra corres el peligro de que el GPS se ponga a funcionar en cualquier momento para indicar a los torpes, mediante voces y gráficos, cómo actuar en cada momento. “Dese la vuelta si es posible” y ese tipo de cosas.

Fiestas de la Ascensión. En estas lluviosas y descafeinadas Fiestas de la Ascensión, en las que ni siquiera podremos tomar el pulpo en la Alameda, al menos nos quedará el consuelo de haber visto anunciada en el programa de actos –hoy sabremos si la lluvia chafa o no las previsiones– la actuación de un grupo musical con cierto aroma ochentero y cuyo nombre nos traslada a tiempos mucho más locos y libres. A buen seguro los Sidecars se bautizaron así pensando en los vistosos carricoches, hoy prácticamente desaparecidos, que iban adosados a las viejas y ruidosas Harley, a las contaminantes BMW de la Segunda Guerra Mundial o a las Vespas de nuestros abuelos, por lo que no sería de extrañar que algún bienpensante del sector medioambiental les invitase, en cualquier gilipollesco programa televisivo, a cambiarse el nombre. ¿Qué tal Patinete Eléctrico? Son diez mil euros por la idea.

13 may 2021 / 01:00
  • Ver comentarios
Noticia marcada para leer más tarde en Tu Correo Gallego
Tema marcado como favorito