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Un cortejo fúnebre más sombrío que el de Mozart

{flores en mi cabeza}

Amuermado sobrino, he de confesarte el desasosiego que me embarga desde que el concejal de Obras de nuestra ciudad, don Javier Fernández, confirmó que los huesos hallados bajo el muro de Costiña de Monte, al lado de Bonaval, son de personas que quizá no recibieron una sepultura digna por cuestiones relacionadas con la falta de recursos, algún conflicto bélico o incluso una pandemia sanitaria. Yo, como sabes, tengo un panteón reservado en Boisaca, donde espero pasar la eternidad sin sobresaltos, pero voy a telegrafiar de inmediato a los responsables de mi seguro funerario para que me garanticen que mi osamenta acabará realmente ahí y no en cualquier cuneta sombría, al alcance de los depredadores o alimañas nocturnas, si mis familiares más cercanos no tienen la decencia de organizarme un entierro lustroso. Estos días no he podido evitar releer las crónicas que narran el triste entierro de Mozart, cuyo cadáver, metido en una carreta, solo fue acompañado hasta el cementerio de las afueras de Viena por unas pocas autoridades y un perro sarnoso. Sobre este particular, he sufrido sudores fríos al imaginar que mi cortejo fúnebre quizá esté solo integrado por mi cocinera, la díscola Gladys; mi cochero, que a buen seguro estará borracho como una cuba, y mi fiel caballo, míster Petrus, a quien he de adiestrar para que emita relinchos quejumbrosos cuando contemple mi cuerpo inerte. Si eso le ocurrió a semejante genio de la música, ¿a qué puedo aspirar yo, que solo sé tocar la zambomba? De mis hijos poco espero; de mi exmujer, aún menos, y a ti, Damián, te ordeno que no asistas a mi sepelio salvo que cambies tus habituales ropajes jipis por algo elegante. En cuanto a tu lánguida novia, te imploro que no te acompañe aunque mudes de vestimenta, no vaya a ser que le dé por representar una de sus extrañas performances junto a mi ataúd y me amargue el paso hacia la vida eterna. Realmente, Damián, el más allá me importa un pepino y tan solo espero, como canturreaba Javier Krahe, que las flores que salgan por mi cabeza den algo de aroma.

{estreno de una saeta}

Mucho me temo, torpe sobrino, que este año nos volveremos a quedar sin procesiones en Santiago, por lo que a buen seguro me será imposible estrenar la bella saeta que compuse en 2019 con el fin de interpretarla desde algún balcón de la zona vieja durante el desfile de los pasos más importantes. No quiero caer en pensamientos paranoicos, pero a veces he llegado a creer que existe una especie de conspiración pandémica, podemita o leninista contra mí para que dicha pieza musical no vea la luz con el lustre que merece. Ya el año pasado me quedé con las ganas de complacer con mi quejumbrosa composición a cientos de vecinos y todo indica que durante el actual tampoco será factible materializar el proyecto, aunque seguiré ensayando sin desfallecer hasta la llegada de la primavera por si el sucesor de don Salvador Illa, don Fernando Simón y los supuestos expertos que asesoran al Gobierno logran poner coto al coronavirus antes de esas fechas. El otro día, con motivo de la presentación del cartel anunciador de la Semana Santa, quise acercarme con mi carruaje de caballos hasta la plaza de A Quintana con la intención de saludar al arzobispo de Santiago, monseñor Julián Barrio, a la directora de Turismo de Galicia, doña Nava Castro, y a las personalidades allí presentes, como el presidente de las hermandades de nuestra sacrosanta ciudad, José Ramón Muñiz, o los concejales compostelanos Sindo Guinarte y Alejandro Sánchez-Brunete, pero al borrachín de mi cochero le cogió el frío en la cocorota y se quedó paralizado nada más salir de casa, por lo que tuve que cambiar de plan y dedicarme a beber unos copazos de coñac ante la chimenea de mi mansión, que purifican el alma una barbaridad.

{LA MARMOTA PHIL}

Mucho me temo igualmente, Damián, que la temporada de verano también se irá al garete como nuestros responsables políticos no metan mucho más ritmo al proceso de vacunación, que hasta el momento parece tener menos brío que la marmota Phil en su garita de Pensilvania durante el frío enero. Yo, en este sentido, apoyo totalmente a la ministra Margarita Robles, seguramente la más sensata del Gobierno, y movilizaría de inmediato a los sanitarios de nuestro glorioso Ejército nacional para que colaborasen con sus colegas civiles en tal menester. Puedo asegurarte que el proceso cogería una velocidad más que decente en muy pocos días, al menos si los practicantes militares siguen actuando con la misma rapidez y la eficacia que cuando yo era joven. Yo, como era y soy de familia noble, me libré de la antigua mili gracias a los excelentes contactos de mi padre, pero durante un tiempo residí con mi tío Alfred en el regimiento que comandaba y pude comprobar con mis propios ojos que allí vacunaban en muy pocas horas a cientos y miles de soldados, que iban pasando en fila a un ritmo endiablado mientras varios sanitarios les iban rejoneando ambos brazos sin descansar ni un minuto. Y si alguno de los pacientes se mareaba, lo sacaban rápidamente de la cola y seguían tirando millas. Yo soy bastante ágil clavando jeringuillas, así que estoy tentado en telegrafiar al conselleiro de Sanidade, don Julio García Comesaña, para ofrecerme como voluntario para vacunar a quien haga falta. Te mantendré informado si me movilizan.

{capa en la puerta santa}

Supongo que un infiel como tú, Damián, no tendrá el más mínimo interés en atravesar la Puerta Santa, pero yo ya estoy preparando mis vestimentas más vistosas para cumplir con este ritual como Dios manda. Lo haré con una capa morada, herencia de mi bisabuelo Tobías von Snacker, fallecido en extrañas circunstancias tras caer del cielo un objeto cósmico que le impactó en toda la cabeza cuando paseaba a su perro por una de las calles más céntricas de Berlín, y unos pantalones de lana escocesa con polainas. Te avisaré el día de autos por si quieres hacerme una fotografía.

18 ene 2021 / 00:00
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