Unidos en el Señor

hay EN NUESTRA SOCIEDAD algo que resulta ejemplar para unos y otros, y es la unión entre hermanos, que comen de la misma mesa. Esa unión, que es como una consecuencia del amor que sus padres se profesan, debería proyectarse hacia nuestra sociedad, tan necesitada de alegría y esperanza. Esa sociedad, al menos desde el punto de vista cristiano, debe edificarse en el verdadero amor, en la caridad.

La 1ª lectura de la Misa de esta tarde y de mañana, tomada del profeta Isaías, comenta el cambio anunciado para las tribus del Norte de Israel: los territorios de Zabulón y de Neftalí, así como las tribus de la Transjordania, eran consideradas “la Galilea de los Gentiles”. Con ese título se aludía a cuantos moraban en tinieblas y en sombra de muerte. En un momento posterior, el Señor les iluminará con su propia luz, y quebrará la vara del pueblo de Asiria, que los oprimía, para llenarles en cambio de gozo y de esperanza.

El Evangelio según San Mateo nos dice que ese cambio en las tribus del Norte se produce cuando Jesús se estableció en Cafarnaún y se constituyó así en luz para aquellas gentes. Jesús se dirige a cuantos habitaban en sombras de muerte, y los llama a la conversión, al estar cerca el Reino de los Cielos. Jesús llama al seguimiento a Simón Pedro y a Andrés, a Santiago y a Juan. Ellos dejan las redes y le siguen como discípulos. Jesús recorre Galilea enseñando el Evangelio del Reino y curando a los enfermos.

San Pablo se duele de las discordias existentes entre los corintios. Algunos llegan a sentirse discípulos de Pedro, mientras que otros se consideran de Pablo o de Apolo..., cuando en realidad Cristo no puede estar dividido: de ahí que les llame a estar unidos en un mismo pensar y en un mismo sentir.