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|| leña al mono, que es de goma ||

¿Vende alguien una isla sin cobertura?

QUIZÁ LA LIBERTAD consista hoy en día en mandar a tomar por saco el teléfono móvil y desconectar por completo de las redes fecales. Tenía razón el sabio McLuhan cuando, hace ya más de medio siglo, adelantó lo que supondría la progresiva transformación del mundo en una especie de “aldea global” en la que millones de personas desconocidas podrían comunicarse entre sí, o entrometerse en tu vida, como si fuesen paisanas del mismo pueblo, pero sin el contacto, el calor y a veces la valentía que supone verse las caras en la calle. Preveía que, paradójicamente, una comunicación desmesurada traería consigo una mayor alienación social, mucha más soledad y un chirriante ruido informativo... y lo cierto es que el tío clavó sus predicciones.

Hoy, ya lo ven, somos esclavos de los likes, de querer gustar a la masa anónima, de la información compulsiva y de una extraña sensación de no pintar nada a nivel social si cada día no cuelgas unas cuantas fotos sobre lo que has hecho, lo que has comprado, el deporte que hiciste o adónde viajaste. Todo eso nos importa un pimiento a bastantes de los carrozones vintage que nacimos mucho antes del inicio de la era Internet, pero miramos a nuestro alrededor y no damos crédito a la gilipollez creciente que nos rodea. Y nos aterra ver cómo adolescentes que deberían ser enormemente felices se convierten en unos perfectos desgraciados porque no son lo suficientemente famosos en Instagram, porque la imagen que colgaron en Facebook no obtuvo todos los pulgares hacia arriba que esperaban o porque algún imbécil o imbécila hizo un comentario inoportuno o directamente ofensivo sobre sus fotografías en biquini o con la última falda o pantalón que compraron.

No os expongáis a esa toda esa mierda, les recomendamos sus padres y abuelos, pero siempre hacen oídos sordos. Y tienen razón. ¿Cómo situarse fuera del mundo cuando tienes trece, quince o veinte años? ¿Cómo aceptar convertirte en el marginado de la clase si no cuelgas un vídeo simpático, un comentario agudo o una foto picante? ¿Cómo digerir el hecho de sentirte un bicho raro si apenas tienes seguidores en las redes mientras la simpática o el chulito de turno acumulan miles de amigos internautas? ¿Cómo huir si ya no quedan islas donde naufragar, como cantaba Sabina?

Un reciente informe sobre salud mental afirma que dos de cada diez niños padecen problemas de este tipo. Puede parecer una cifra alarmante, pero pocos son teniendo en cuenta el pozo fétido que les rodea, plagado por lo general de amigos que no son tales.

Hace unas pocas décadas, lo que más temíamos algunos es que un amigo nos invitara a cenar en su casa y concluyese la velada enseñándote el álbum de fotos de su boda, o poniéndote un vídeo de su viaje de luna de miel, o leyéndote las poesías que hacía la superdotada de su hija (perdón, ahora lo correcto es decir altas capacidades). En la actualidad, perfectos desconocidos te amargan a diario no solo la cena, sino también los kripis del desayuno y el pollo al chilindrón de la comida, mandándote fotos por guasap en las que aparecen haciendo alpinismo en el Tíbet, practicando parapente en el Kilimanjaro o tomándose un café con pastas en la terraza más chic de París mientras tú, un gilipollas integral, te dedicas a pasear al perro bajo la lluvia en el parque de al lado de casa.

Pero quizá la verdadera libertad sea eso, sentirte despojado de toda presión social e informativa y disfrutar de la compañía de un peludo loco que no habla, que no tiene móvil, que no se hace selfies, que no pone morritos ante el espejo y que solo se dedica a perseguir a las palomas como si no hubiese un mañana.

Les puedo asegurar que haciendo profecías soy más nefasto que la letra de un reguetón, pero no sería de extrañar que a esta absurda época globalizada e hipercomunicativa le siguiera otra caracterizada por la abundancia de ciudadanos antisociales cuya máxima aspiración sea poder respirar muy lejos de la tiranía digital. De Robinsones voluntarios y de topos caseros que montarán nidos de ametralladora en sus ventanas para que nadie ose violar su intimidad.

Y bien, ¿a santo de qué viene este largo barrene mental? Muy sencillo, a la neura que les ha dado a un sinfín de influencers por hacer el Camino de Santiago, a veces apoyados con dinero público, que manda huevos la cosa, para que cuenten en las redes la ropita que se ponen en cada tramo, las leches en vinagre que se untan en la cara para no quemarse con el sol y lo que beben para hidratarse bien antes de cada etapa. Todo ello con frases animosas y supuestamente profundas sobre su experiencia jacobea. Uf, qué hartazgo. ¿Alguien vende por ahí una isla desierta y sin cobertura?

24 oct 2021 / 09:54
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