Entrevista | Ofelia Rey Castelao Catedrática de Historia Moderna en la USC

Ofelia Rey: “Se da entrada a una pseudohistoria que hace mucho daño”

Catedrática de Historia Moderna en la Universidad de Santiago de Compostela, obtuvo el Premio Nacional de Historia de España en 2022

La catedrática Ofelia Rey en su despacho

La catedrática Ofelia Rey en su despacho / Jesús Prieto

Ofelia Rey Castelao es una mujer cuya trayectoria está llena de logros. Catedrática de Historia Moderna en la Universidad de Santiago de Compostela, obtuvo el Premio Nacional de Historia de España en 2022 y es una de las investigadoras más conocidas de nuestro país. Sin embargo, su camino en esta ciencia empezó por una casualidad que la llevó a convertirse en todo lo que es ahora.

En un principio quería estudiar Filología, sin embargo terminó haciendo Historia, ¿a qué se debió ese cambio?

Sigo queriendo estudiar Filología, pero ya me veo muy mayor. En el COU elegí como optativas latín, griego e inglés. Lo tenía muy claro. Pero en mi vida se cruzó el plan de estudios de 1973 que puso fin a la licenciatura de Filosofía y Letras y cuando vine a matricularme a Santiago descubrí que se había fragmentado en tres y que el plan de Filología no me gustaba -demasiado latín...- así que me matriculé en lo que había en el edificio de al lado para no perder el bus para volver a la aldea. Una carambola del destino. Por eso no creo en la vocación.

Y dentro de esa decisión, ¿por qué terminó optando por Historia Moderna?

Yo tampoco quería hacer Historia Moderna: prefería Historia del Arte. Pero en tercero y en cuarto de la licenciatura tuve la suerte de ser alumna de profesores que me abrieron los ojos a la historia social y económica, sin personajes ni batallas. Era la historia de la gente corriente, del campesinado sobre todo, y me pareció algo nuevo, que podía entender y que, además, podía hacer, porque los archivos que utilizaban esos profesores en su investigación los conocía desde pequeña; tuve varios tíos curas párrocos que tenían en sus despachos los libros de registro desde el siglo XVII y me gustaba hasta el olor del papel antiguo.

En aquel momento no había tantas oportunidades como ahora a la hora de estudiar, y más siendo de un sitio pequeño y no de una ciudad. ¿Cómo fue para usted acceder a la formación en la universidad?

Yo me vine a Santiago a hacer el bachillerato cuando acababa de cumplir diez años. Se lo debo a mis padres y sobre todo al maestro de la escuela de Arnois, que me preparó para el examen de ingreso y para el de beca. Viví en una pensión humilde de la calle de Carretas pagando 600 pesetas al mes y mi beca era de 7.500; mi familia prosperó un poco después, pero las becas eran fundamentales entonces y mantuve la mía hasta que me licencié: en 1978 me dieron el premio nacional a los mejores becarios, premio a la persistencia, valga la broma. Sin ese soporte, acceder a la Universidad era difícil. He tenido apoyos y suerte.

¿Siempre tuvo claro que estudiaría en la Universidad de Santiago? ¿Cómo terminó formando parte del personal de esta institución?

Lo de Santiago no había duda: no me podía pagar ningún otro sitio. Obviamente, irme de aquí me habría resultado muy duro. Entré a trabajar en Historia Moderna cuando estudiaba 5º, con una beca de colaboración y a fin de curso el profesor Eiras Roel me propuso para una plaza de profesora ayudante; acepté sin saber muy bien qué era eso y ahí me quedé en 1978.

Ha dedicado su vida a la Historia, ¿qué le aporta a nivel personal esta materia? ¿De dónde viene esa fascinación?

Mi profesión y la Historia son mi vida. Me lo han dado todo, por tópico que pueda sonar. Por muchas vueltas que le dé, no tengo la menor duda. La docencia me encanta y no recuerdo haber ido nunca de mal humor a dar clase. Y la investigación solo se puede valorar cuando se practica: ir a un archivo o una biblioteca me llena completamente; lo que encontramos en los documentos es vida.

Los docentes que se va encontrando una persona a lo largo de su vida son muy importantes, ¿tiene usted figuras inspiradoras a este respecto?

Sí, claro. Mi maestro de la escuela, Roberto Vázquez, y mi director de tesis, Antonio Eiras Roel, fueron claves en mi formación porque vieron en mí lo que yo misma no veía y porque eran docentes inquietos e innovadores que sabían mantener esa tensión intelectual que es precisa para crear algo diferente. Hubo más profesores –apenas tuve profesoras– tanto en el Instituto Rosalía de Castro –Ricardo Carballo Calero, Antonio Fraguas–, como en la Facultad de Geografía e Historia.

Por sus clases han pasado muchos alumnos, si alguno estuviera leyendo esta entrevista ¿qué querría decirle?

Han pasado varios miles y los de las primeras promociones están ya jubilados. Me los encuentro en institutos, bibliotecas, museos, archivos, etc. Tengo amistad estrecha con varias antiguas alumnas. A todos les diría algo que también sonará a tópico, pero que es real: de las preguntas en clase, de sus exámenes y de sus trabajos, yo aprendí mucho; del contacto humano, más.

Fue una de las fundadoras de la revista Obradoiro de Historia Moderna, además de directora durante un tiempo, ¿cómo fueron los inicios de esta publicación?

Los inicios fueron fáciles: el Servicio de Publicaciones de la USC nos dio todas las facilidades y el área de Historia Moderna invirtió esfuerzo y entusiasmo. Era un grupo muy reconocido y en muchos foros denominado “escuela de Santiago” y lo que le faltaba era tener una revista que diese a conocer qué hacíamos.

¿Cuál considera que es la importancia de difundir la historia y, más concretamente, la que es nuestra historia?

La Historia es una ciencia social que permite entender el mundo y, haciéndola y transmitiéndola, colaboramos a su compresión. Si realmente se atendiera a lo que aporta, se vería su utilidad social. No es un complemento cultural y no tiene que ser “entretenida”: tiene que ser rigurosa y bien explicada. La difusión extraacadémica no es nada fácil: es preciso tener un buen dominio de la comunicación.

¿Considera que vivimos en un mundo en el que le damos importancia a conocer nuestra historia?

Nunca tantas revistas de Historia hubo en los quioscos, ni tantas novelas históricas en las librerías; hay cientos de webs, de blogs, podcasts; las redes sociales son un hervidero de temas históricos. Lo malo es que en su inmensa mayoría no son obra de profesionales y se da entrada a una pseudohistoria que hace mucho daño. Es decir, interesa la historia, pero se lee la menos rigurosa.

Fue ganadora del Premio Nacional de Historia de España en 2022 por El vuelo corto. Mujeres y migraciones en la edad moderna, ¿cómo considera que han cambiado las historias de migración de la edad moderna respecto a la actualidad?

Las migraciones responden a reglas casi invariables desde hace siglos. Lo que ha cambiado es la facilidad de viajar y de obtener información y la masiva incorporación de las mujeres. Lo que no cambia es el rechazo a quienes llegan “de fuera” y la falta de memoria de la experiencia migratoria de nuestras familias.

¿Hubo algo de esa relación entre las mujeres y la migración que le llamara especialmente la atención?

Todo. Si tenían que emigrar, lo hacían. Si tenían que mantener la casa porque se habían ido los hombres, lo hacían. Todo lo que tenían que hacer, lo hacían: no dije “podían”, ni “querían”.

Este trabajo, junto con algunos de sus otros libros, se centra en la historia de las mujeres, ¿cree que hay perspectiva de género dentro del análisis histórico?

Hace ya casi sesenta años que se hace historia de las mujeres y todavía se dice que es una novedad. Hemos incorporado la perspectiva de género con mucho esfuerzo porque dependemos de la documentación y ha sido preciso buscarla e interpretarla, modificar métodos de trabajo y el relato. Un problema de fondo es que el alumnado de Historia es masculino en más de un 70% y eso está influyendo en que no acabe de arraigarse.

¿Cuál es la importancia de tener presente la historia de las mujeres, tanto en la docencia como en la investigación?

¿Es que, a estas alturas, se puede no tenerla presente?