Santiago
+15° C
Actualizado
martes, 23 abril 2024
16:11
h

A propósito de Alfredo Conde

Conocí al autor del libro A propósito de Fraga, editado por Ensenada de Ézaro Ediciones, allá por el año de 1966. Éramos jóvenes, teníamos causas que defender y sospechábamos, todavía sin demasiado fundamento, que, en base a nuestros esforzados afanes por formarnos debidamente, cabía la posibilidad de algún futuro personal.

Eran otros tiempos. Creíamos a pies juntillas que había que luchar por la democracia y por nuestra lengua. Teníamos fe y teníamos esperanza. Y algo muy propio en razón de las circunstancias: escribíamos poesía. Además estuvimos involucrados, allá por el 68, en la, para muchos, mítica movida de A NOVA CANCIÓN GALEGA, que algo ayudó a que comenzáramos a sentirnos más libres. Nuestra amistad se mantuvo en el tiempo, incluso se fue acrecentando progresivamente. A pesar de nuestras dedicaciones tan diferentes, escritor y médico, nos fuimos encontrando en el camino de la vida de manera periódica.

Y sí, en eso tuvo mucho que ver mi segunda vocación, la de mis afanes literarios, mi vertiente humanística, tan propia de los de mi profesión. Ni que decir tiene que siempre que le pedí algo a Alfredo, sobre todo en relación con ese mundo que tan bien domina, siempre estuvo ahí incondicional, como el amigo que es. Todo lo anterior bien puede explicar que yo aparezca, motivos varios, en alguno de sus libros. Tal es lo que acontece con este (página 35), en relación con un encuentro que tuvo lugar con Ricardo Carbalho Calero.

Por lo que respecta a Fraga Iribarne, el protagonista del libro que comento, tuve relación personal, si no recuerdo mal, en tres ocasiones. No hacía falta tampoco más, no era necesario ser un profundo observador, para hacerse una composición de lugar con respecto a su forma de ser. En el año 2013, prácticamente al año de su fallecimiento, escribí en este mismo periódico un artículo sobre su figura, la de aquel hijo de emigrantes gallegos en Cuba, en el que decía: “Nadie le podrá negar que fue un estudiante y un opositor de excelencia (brillante catedrático de Derecho Político con 26 años), inteligente, con buena memoria, poseedor de vasta cultura, trabajador infatigable, muy exigente consigo mismo y con los demás, autoritario (no sé si mejor intempestivo, realmente con frecuencia las dos cosas), puntual y madrugador, honrado y de hablar atropellado.

Yo estoy convencido de que era una persona esencialmente legal y de que, en momentos especiales, le podía perder su buen corazón. Si algo no le gustaba lo decía sin tapujos. Le molestaba el tuteo. Le gustaba la gente humilde, sobre todo para jugar una partida de dominó. Amigos de verdad no creo que tuviera, admiradores sí, y los enemigos le respetaban y temían”. Después de leer el libro de Conde no me veo en la necesidad de cambiar nada en mi manera de pensar con respecto a lo que decía en ese artículo, en realidad porque don Manuel no traicionaba a nadie, en todo caso le engañaban a él. Era un libro abierto y también un inocente, es lo que pienso.

El escritor en esta obra habla de aquellos tiempos en los que Fraga y él coincidieron en la entrega al servicio público, de un viaje a Cuba, de la Ciudad de la Cultura, de cenas, de personajes, de múltiples y sustanciosas anécdotas. Se lee fácil, resulta entretenido. No quiero detenerme en las frecuentes erratas de imprenta, en los actuales tiempos demasiado frecuentes en tantos libros, por lo demás muy bien presentado.

Cierto es que este libro no va solo de Fraga, incluso diría que va más bien de la vida del autor, al que, lo mismo que le sucedió a su protagonista, le están juzgando por bagatelas y desprecian sus verdaderas y trascendentes aportaciones. Aquí, a partir de sus relaciones con Fraga, aprovecha para “responder a preguntas que nadie le hizo”. Ambos han prestigiado y prestigian a Galicia. Alfredo Conde disfruta de un amplio reconocimiento a nivel internacional pero, cierto, en él se cumple eso de que nadie es profeta en su tierra. Fue el primer vicepresidente de la Asociación de Escritores en Lingua Galega y primer presidente del PEN Club de Galicia. En 1986 obtuvo el Premio Nacional de Literatura, siendo la primera vez que tal galardón se le otorgaba a una obra escrita en una lengua española distinta al castellano.

En su haber cuenta también, entre otros, con el Premio Nadal, el Premio de la Crítica Española (en dos oportunidades), con el de la Crítica Gallega y, más recientemente, con el Premio Ateneo de Valladolid. Ha sido distinguido con la concesión de la Medalla Castelao. Sus libros han sido traducidos a diversas lenguas.

Don Manuel Fraga ya es historia del mundo de la política y, desde luego, de Galicia, y Alfredo Conde también lo es en el ámbito de la literatura y, por supuesto, de nuestra tierra, mal que les pese a muchos. Por ambos lo digo. Y dejo constancia.

18 ago 2021 / 01:00
  • Ver comentarios
Noticia marcada para leer más tarde en Tu Correo Gallego
TEMAS
Tema marcado como favorito
Selecciona los que más te interesen y verás todas las noticias relacionadas con ellos en Mi Correo Gallego.