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Aiko Miyawaki, la escultora de los jardines de acero

    AIKO MIYAWAKI (Tokio, 1929-Yokohama, 2014) vivió los últimos treinta años de su vida al lado de Arata Isozaki (1931-2022). En algunos de los proyectos del arquitecto japonés, había una parte que se completaba con sus obras. Ella le influyó visiblemente en los primeros años de la década de los setenta; las esculturas de Aiko Miyawaki partían de la existencia de unas formas en las que habita el vacío, ya eran entonces figuras delicadas y resistentes; luego llegarán a tener una naturaleza que se apoya en cuerdas de acero que trazan arboles; una especie de dibujos que se concretan en el aire, a veces apoyados sobre piedra, quedando a merced del viento y la lluvia que en momentos agita y sacude las aparentemente frágiles piezas, sin llegar a tumbarlas.

    La fortaleza y moldeabilidad de su escultura era a la vez reflejo de su fuerte personalidad, superviviente e inflexible, férrea y tenaz. Enfrentada desde la infancia a sus propias debilidades físicas, sus padres para reforzar su salud le habían otorgado consecutivamente dos nombres, en la esperanza de que fuesen el amuleto que atrajese la buena suerte; finalmente ella, venciendo las dificultades se quedaría definitivamente con el tercer nombre. Aiko, que en su cultura significa hija querida que se hace amar y respetar.

    Las minimalistas piezas han quedado fijadas y en dialogo coherente en determinados edificios de Arata Isozaki; en los espacios que rodean el MOMA de Gunma (Takasaki, Japón, 1974) y en el entorno del Palau San Jordi (Barcelona,1992). Anteriormente en la Plaza de la Défense de París (1988), la escultora ya había instalado una colección de obras que simulaban nuevas arboledas.

    Todas ellas parten de una serie denominada Utsurohi (movimiento); y son el resultado de un largo proceso de trabajo de esta artista histórica que contra todo pronóstico inició una carrera en el mundo del arte, en un país poco dado a entender la creatividad femenina; sucedió en unos tiempos y lugar en donde había escasa cabida para el progreso intelectual y artístico de las mujeres.

    En sus años de formación, Aiko Miyawaki se sintió pronto atraída por el mundo de la literatura y el arte; estudió en la Universidad Femenina de Japón obteniendo su licenciatura en 1952. Se interesó en los comienzos por la obra de Nobuya Abe y contrajo un primer matrimonio con el escultor Shunzo Miyawaki, de quien heredará el apellido que usará en el futuro para firmar sus obras.

    Su recorrido y con el principal fin de adentrarse en el arte de vanguardia de su tiempo, la lleva a EE.UU., a Los Ángeles, en donde crea sus primeras obras, en cuyas superficies se integran materiales atípicos: polvo de mármol y esmalte.

    En la década de los sesenta, en París se vincula a la galería André Shoëller y continúa en la búsqueda de nuevas formas que hiciesen posible alcanzar en los lienzos una nueva tridimensionalidad en base a técnicas poco usuales y fruto de la experimentación.

    Entonces y antes de su unión con Isozaki, ya era una reconocida artista, que compartía amistad con Lucio Fontana, con los “ povera”, y que seguía persiguiendo unos objetivos en la dirección de adelgazar al máximo los objetos creados, con el fin de reducirlos a su esencia, dotándolos de movimiento. Así llegaría definitivamente a la escultura, que ya no abandonará.

    En Galicia, y en los años previos a la finalización del proyecto de Arata Isozaki y César Portela para edificio del Museo Domus, en A Coruña, inaugurado en 1995, Aiko Miyawaki conoció la historia del Camino de Santiago, viajó a Compostela y se involucró en el año 1994 en una exposición Itinere, que relacionaba la obra de artistas contemporáneos, con los espacios del recién abierto edificio del CGAC.

    En el vestíbulo del edificio de Álvaro Siza, situó una de sus obras una pieza sutil y ligera que viajó desde Tokio, y con la que ella quiso expresar la materialización de un espíritu, quizá reflejo de su actitud vital, y que expresase la libertad, la inexistencia de cadenas.

    02 ene 2023 / 00:00
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