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Benita y las Moreno. Vidas sin contar

A Monserrat Caballé y a Monserrat Martí, sabrán ubicarlas. A Teresa Berganza y Cecilia Lavilla, también. Ilustres damas de la lírica contemporánea.

Yendo un siglo antes, la cosa se complica. Las hermanas Ángeles Ottein y Ofelia Nieto son conocidas por un público más reservado, aunque para los compostelanos debían sernos familiares. Pocos no habrán leído -y en Santiago, visitado- La Casa de La Troya. El Nietiño de la novela era su padre. Ellas, reconocidas cantantes de su época.

Más atrás, S. XVIII, Compostela y su catedral. Hallamos un violinista que debiera ser citado con honores: Francisco Javier Moreno, músico de cámara de Gabriel de Borbón y Sajonia, que se codeó con J. de Nebra, A. Soler y la pléyade de italianos (Brunetti, Corselli, Bocherini) que cambiaron el panorama musical español.

Admitido en Santiago en 1792, valorado y apreciado, fue despedido a finales de 1793, aunque dejó huella. ¿Su delito? Engañar al cabildo y quizás no acomodarse al templo. Fingiendo estar enfermo -él o su mujer, Rosalía Pacheco- faltaba con o sin permiso a sus obligaciones y pronto se supo que tocaba en la ópera de Portugal. Llovía sobre mojado. En esos meses se habían ido, por igual razón, otros cantores contratados en Italia por la catedral. Nese intre nació Benita, otoño de 1792, que ya tenía una hermana, Francisca.

Hacia 1800, Moreno se las llevó a Italia, donde estudiaron canto. Benita debutó en La Fenice y, después de triunfar por Europa, en 1815, ambas, contratadas como tiples absolutas en el Teatro de la Cruz de Madrid, encandilaron por sus dotes. En 1816 cantaron por entero y en castellano -práctica de entonces- La Italiana en Argel de Rossini, iniciando el aluvión rossiniano en la península, tema que daría para un buen debate. Su presencia en las bodas de Fernando VII con Isabel de Braganza, ante toda la corte, las consagró definitivamente.

Poco duró la suerte. Benita (más valorada que su hermana) fue reemplazada por otra hispana. Casada con Cipriano de Velasco y de los Ríos, ya viuda en 1821, adoptó el apellido de su segundo marido, Antonio Ponce, aunque junto a su hermana continuó actuando en el extranjero.

Es la prensa -¡benditas hemerotecas!- la que aporta otros datos.

Hacia 1848, Benita figura en un noticiero herculino: profesora de música que ha sido muchos años Prima-Donna en los Teatros del Príncipe y Cruz de Madrid, y pensionada de dichos teatros, acaba de llegar de París retirándose a esta ciudad de donde es natural, y en ella ejecutará su arte. Dicha señora se propone dar algunas lecciones de canto en su casa o en la de los que gusten honrarla con su confianza. Hablará a sus discípulos en castellano, francés o italiano. Las personas que tengan a bien disfrutar de sus conocimientos artísticos podrán dar aviso en la calle Luchana nº 7.

En 1851, otro diario de Madrid anuncia algo similar: profesora y maestra de música bien conocida en esta corte, abre clase de solfeo, piano y canto en su casa, plazuela de santa Ana, número 5, piso segundo, donde podrán avisar las personas que gusten honrarla con su confianza.

En 1872, es la prensa también la que difunde su muerte: ha fallecido en un pueblo de Extremadura [sic], a la avanzada edad de 80 años, doña Benita Moreno, hija de un primer violín de cámara. Educada con su hermana Francisca en Italia fueron las que en el año 12 [sic] empezaron a cantar las óperas de Rossini en España, pudiendo decirse que fueron las primeras artistas que dieron a conocer la ópera italiana en nuestra patria. El Rey Fernando VII y los grandes de su Corte distinguieron mucho a las hermanas Moreno.

Sus hijas, Ángela Moreno de Farro y Luisa Santamaría Moreno siguieron sus pasos en Francia e Italia. Hacia 1848 aparecen en compañías de zarzuela de Madrid y en otras provincias de España. Ángela actuó en el Tacón de La Habana, centro de estreno del Himno Gallego, según cuenta M. Grandío en Cien Gallegos Ilustres.

La saga de las Moreno, con apuntes y cabos sueltos -difíciles de hilar- se diluye en el tiempo. Si se pierden los papeles (documentales, se entiende) o se repiten datos sin más, resulta arduo hacer un relato veraz sin caer en elucubraciones personales. Quizás Benita, como Teresa Berganza, otra aun viva voz rossiniana, pensara que el premio de su vida ha sido su propia carrera.

Aun así, cabe recuperarla, a ella y otras ilustres gallegas. ¿No es momento o faltan medios? Entonces ¿cuándo? En realidad, creo, escasea conciencia de lo que el pasado aporta al presente, tanto más cuando se trata de rescatar historias de nuestra historia, que no es banal, sino vida de la memoria, maestra de la vida (Cicerón).

*Dedicado a ilustres o desconocidas mulleres da (nosa) terra

28 ago 2021 / 00:01
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