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Cuando el cine se marcha de vacaciones...

No hay género físico, químico o estético que no haya sido atrapado por el cine y devuelto en forma de comedia o tragedia, con todos los peldaños intermedios que permite una pantalla, un guionista con imaginación y un público ávido de emociones. Los viajes han marcado la historia del cine, no hay más que retrotraerse a aquel tren que filmaron los hermanos Lumière, que de paso inventaron el travelling inverso.

Hemos vivido emociones en trenes, barcos -especialmente cuando se hunden-, coches (gracias a las road-movies como género han recorrido el mundo de punta a punta) y aviones. Eso sólo ciñéndonos a los medios tradicionales: de los camellos a las lanzaderas espaciales tendríamos para cruzar de nuevo el globo terráqueo y no repetir destino.

Pero hoy le damos una vuelta de tuerca al asunto y nos vamos allí donde el propio cine se ha ido de vacaciones. Nos hemos saltado las comedias americanas de familias en centros vacacionales (sí, eso era Dirty Dancing) y los resacones, ya sean en Las Vegas, Bangkok o Madrid (que también las ha presenciado colosales). Y hemos apostado -sin meternos en profundidades cinéfilas- por enseñarles rincones del mundo donde los protagonistas convirtieron su viaje en un rito, ya fuera enológico o espiritual. Buen viaje.

TURISMO ENOLÓGICO: “Un buen vino es como una buena película: dura un instante y te deja en la boca un sabor a gloria”. No lo decimos nosotros, aunque lo secundamos; lo dijo el director y guionista Federico Fellini. Y es que el vínculo entre cine y vino es fuerte, duradero y sugerente, y se escancia desde el papel protagonista, como en Entre copas, a la excusa perfecta para encontrar el amor, como en French Kiss.

-‘Entre copas’. (Alexander Payne, 2004). Una de las grandes muestras del enoturismo cinematográfico y causante de muchos viajes en pareja o grupo de amigos a la búsqueda de la copa, el viñedo y el retrogusto en el paladar. El director eligió cada uno de los vinos que aparecían en la película (aunque el que se bebían los actores eran sin alcohol, por aquello de las numerosas tomas...), que se rodó en distintas localizaciones de California.

La intención era que dos amigos (Paul Giamatti y Thomas Haden Church) disfrutaran de los viñedos y los vinos californianos, y de paso encontrar su identidad. El resultado fue una pasión desaforada por el Pinot Noir (que aumentó sus ventas un 20 por ciento en las Navidades del 2004 en USA) y cinco premios al guión (incluido el Golden Globe y el Oscar).

-’French kiss’ (Lawrence Kasdan, 1995). Comedia romántica de enredos entre un francés, dueño de viñedos (Kevin Kline) y una americana, Meg Ryan, que encuentra en el vino y en Kline el amor. El vino, nexo de unión en una película donde encontraremos formidables reflexiones acerca del esta bebida, equiparándolo a la vida. Enredos, amoríos, vinos y risas en una comedia protagonizada por Meg Ryan y que devuelve las ganas de brindar por la vida.

TURISMO COACH: ‘Come, reza, ama’ (Ryan Murphy, 2010). Si una mujer, en una película, descubre que su marido le engaña y esa mujer es Julia Roberts no se va a conformar con llorar con sus amigas en la cafetería del barrio. Ella coge la maleta, diseña un viaje de crecimiento y coaching personal y decide que tiene que aprender a comer, a rezar y a amar.

Dejando a un lado la calidad de la cinta, habrá que reconocer que la pena no le impidió diseñar un viaje fantástico: para las mejores recetas culinarias, Italia; para orar, La India, y para conocer al hombre de sus sueños, Bali. Gracias a Dios, se rodó en las localizaciones reales y no en unos estudios a las afueras de Londres, lo que permite vislumbrar el palacio Pataudi en La India, los campos balineses recorridos en bicicleta y toda la Roma milenaria. Y soñar con viajar, aunque sólo comamos...

TURISMO E INTERCAMBIO DE CASAS: ‘The Holiday’. (Nancy Meyers, 2006). Podría llegar a ser competencia directa de los hoteles, siempre que haya un cierto equilibrio entre quienes se intercambian la casa, el coche y hasta el perro. Cosa que no ocurre en esta comedia romántica a mayor gloria de Cameron Díaz y Kate Winslet, que nos muestra el más encantador pueblecito británico en plena Navidad -con su mini baño, mini cocina y mini armario- y lo contrapone con la desaforada mansión hollywoodiense con su piscina, su gimnasio y su jardinero hispano, para no dejar un tópico vivo.

La web en la que intercambian sus casas existe realmente y el guión es toda una guía en vivo de las diferencias de viajar en turista y taxi, o en primera clase, en cama, en el avión, mientras te espera una limusina con chófer. Llegados a ese punto, lo que entran ganas es de pasear por San Marino en California o recorrer los pubs ingleses de Surrey o Worcestershire. Que es lo que tiene el cine, que abre el apetito de aventuras.

TURISMO Y APOCALIPSIS: ‘Mañana cuando comience la guerra’ (Stuar Beattie. 2010). Un grupo de jóvenes -australianos y guapos- se van a hacer turismo a los parajes recónditos de Australia y para cuando regresan a casa ha empezado la guerra -no especifican cuál- y solo les esperan campos de refugiados y un ejercito invasor persiguiéndoles.

La cinta no prosperó y lo que iba a ser una saga se quedó en intento, pero los paisajes australianos son de infarto: Raymond Terrace, las Blue Mountains, Dungong, Port Stephens, Terrey Hills o el Hunter Valley dan una ganas tremendas de marcharse a las antípodas sin necesidad de que llegue el apocalipsis. Lo que dan de sí unas mochilas y un todo terreno es más que suficiente.

14 ago 2022 / 01:00
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