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ENTREVISTA: Raquel Míguez Escritora

“Cuando escribo mis historias, intento que aflore la niña que todavía hay en mí”

La escritora de O Irixo, que fue finalista del Premio Lazarillo, ha popularizado las historias de Awoki, en las que transmite a los niños la importancia de la integración y la aceptación del que es diferente

Tu vida está profundamente relacionada con la emigración. Algo que en Galicia conocemos bien.

Sí, Venezuela en mi caso. Hicimos el viaje de vuelta en barco, porque había que venir con toda la mudanza... Me fui con sólo cuatro años. Me acuerdo del viaje de ida, este en avión, aunque parezca raro. Mis padres me mandaron sola, a cargo de una azafata. Es que mis padres tenían un espíritu aventurero. Se lo pasaron bien fuera, hay que decirlo. Buscaban un futuro mejor, pero yo creo que la suya fue una emigración dulce en Caracas. Se fueron muy jóvenes y estaban muy acostumbrados a viajar ya entonces. Así que no les debió parecer muy raro mandarme allá sola. Y claro, me pasé todo el viaje llorando... hasta que a la azafata se le ocurrió traer unos pasteles. El dulce siempre me ha enloquecido, así que a partir de ese instante ya me pareció que aquel viaje no era tan malo.

Y llegaste a Maiquetía...

Sí... Me recibieron con los brazos abiertos. Recuerdo a Venezuela como un país muy diverso, sin problemas, nada racista, nada. Pero bueno, yo en el colegio me sentía extranjera. Todas eran de allí, yo tenía otro acento... Y no me gustaba mucho esa sensación. En el colegio hubiera preferido ser invisible. Estuve siete años... Mis padres me hablaban de las raíces gallegas todos los días... Me hablaban de la importancia de conservar la lengua gallega... porque la lengua es todo, es una de las bases de la cultura. Y cuando volví (mi padre se había venido antes), también aquí tuve la sensación de ser la extranjera por un tiempo (risas).

Vaya...

Y la verdad es que siempre me he sentido muy de aquí. Vaya, es que soy de aquí. ¡De O Carballiño! ¡De O Irixo! Mis raíces gallegas siempre las he tenido claras, y además mis padres, como digo, se encargaron de mantener muy viva mi pertenencia cuando estábamos fuera. Una vez en Galicia, odiaba esa primera sensación de venir de fuera. Luego me sentí ya muy de aquí, también en Madrid, donde vivo ahora, porque en Madrid a nadie le importa de dónde eres. Te lo preguntan, pero después de otras muchas cosas. No es una ciudad fácil, pero se hace muy acogedora por la gente.

Y por el camino viviste en Valladolid... vaya frío...

Lo recuerdo, sí. En aquel colegio... Me trataron muy bien. Estaba fascinada por los dulces que te daban a través del torno las monjas de clausura. ¡Y sus flanes! Me acuerdo mucho de los flanes.

Eso del torno... seguro que tiene que ver con tu pasión por los misterios, por lo desconocido.

Ah, seguro. En mis años de internado me aventuraba a todas partes, incluyendo aquellas en las que se suponía que no podíamos estar. Somos una familia muy aventurera.

Tu eres periodista, escritora, profesora... ¿Cuál ha sido el origen de tu afición por la literatura?

No sabría decirte. Creo que ha estado ahí siempre. He fabulado mucho desde pequeña... A mi hermana le contaba cuentos, y sólo nos llevamos tres años. Ella me decía, al acostarnos: “el cuento”. Y allá iba yo. Y cada noche una historia diferente. Llegué a inventarme sagas, por capítulos... En casa de mi abuela Isaura, en Dadín, que es un lugar hermoso, descubrí una vieja máquina de escribir, que había pertenecido a mi abuelo. Tendrías unos doce años: me ponía a teclear y ya me imaginaba que sería escritora, ¡y que escribiría mis novelas en aquella misma máquina! Luego no ha sido exactamente así..., porque el ordenador es demasiado cómodo, ya sabes, Pero no escribo a mano, porque de tanto tomar apuntes en universidad ya sabes que se te estropea la letra para siempre...

Tú no eres ninguna principiante. Este libro reciente, ‘Awoki y el misterio de la estrella robada’, que publica Santillana, no es ni mucho menos el primero. Y fuiste finalista del Premio Lazarillo.

Tardé en aceptar que mis historias podían publicarse. Era la típica inseguridad, supongo. Pero desde que empecé, no he dejado de hacerlo. Yo creo que la literatura es literatura, independientemente de la edad, pero es verdad que los niños son lectores muy exigentes. El escritor de literatura infantil tiene normalmente mucha relación con sus pequeños lectores, porque vas a colegios, etc., y ellos siempre te van a decir la cruda realidad. No tienen los prejuicios de los adultos. Hay que darles la literatura que a ellos les interesa, que no son siempre los que nos interesan a nosotros, los mayores.

Y luego está la adaptación del lenguaje.

Tienes que tener presente y muy cercano el niño, o la niña, que aún vive en ti. Pero el lenguaje es una responsabilidad. Más que cuando escribes para adultos. Los niños se quedan con todo, por eso la calidad de la lengua es muy importante. Para tener éxito, tienen que sentirse identificados con la historia. En esta segunda aventura de Awoki está implícito el descubrimiento de que las apariencias engañan, por ejemplo, y hay otras segundas lecturas. La verdad es que creo que tengo muy interiorizado el lenguaje que a ellos les va a gustar. Soy un poco anárquica, lo reconozco, pero me gusta corregir. Para mí, corregir es como finalizar un boceto, ponerle la luz, las sombras, los detalles...

¿Nunca has pensado en escribir una novela para adultos?

No. Nunca. Lo que me salía al principio y lo que me sigue saliendo es dedicarme a la literatura infantil.

Dicen que es la más potente. Al menos desde el punto de vista comercial.

Creo que sí, eso parece. Pero realmente lo que me importa es hacer que aparezca la niña que yo fui. Mi abuela sigue muy presente en mí. Mi vida con mis padres. Las enseñanzas de mi padre, que ha muerto recientemente. Yo sigo viviendo todo eso como si hubiera sido anteayer. Por eso, supongo, sólo me sale escribir para niños. Ahora bien, no puedes infantilizar el lenguaje. No vas a poder engañarlos, es un público, ya digo, muy inteligente.

Una escritora como tú ha tenido que ser también una gran lectora durante la infancia.

Los primeros libros que me engancharon, hasta el punto de que se me olvidaba merendar o comer, fueron los de Enid Blyton. Yo quería ser como Los Cinco, porque eran libres, no tenían a los adultos todo el tiempo encima. Y para eso hay que estar en un pueblo. Ahí siempre hay más libertad. Por supuesto leía también los clásicos, como Stevenson, pero eso venía de la mano de mi padre. Luego Roald Dahl, Cornelia Funke, y Michael Ende. ‘La historia interminable’ me gustaba mucho. Ahora, ninguno de ellos me influyó tanto como la Blyton. Creo que se han quedado un poco anticuados, por varias razones, y porque los niños ya no hablan así... ¡Pero me fascinaba tanto aquello de la mermelada de jengibre!

A lo mejor eso demuestra que no hay que enseñar a los niños sólo las cosas de su entorno. A veces es lo raro, lo diverso, lo exótico, lo que se queda en la memoria, lo que les acerca algo de magia.

Por supuesto. La comida te da esa diversidad, por ejemplo... En todos mis libros hay comida. Y eso seguro que lo heredé de Enid Blyton...

Este Awoki tuyo es como la metáfora de la diversidad.

¡Sí! Una cosa que quería hacer con este personaje es que, sin hablar nunca de manera directa, demostrase algo en lo que creo: que los niños aceptan e integran a cualquiera sin preguntar nada, siempre que no haya la intervención de un adulto. Awoki es un niño diferente, que viene de muy lejos, que tiene otras costumbres, pero pasa a formar parte del grupo sin los problemas típicos que tenemos los adultos. Esto es así. Sólo quieren saciar su curiosidad, saber sobre él, pero lo aceptan de inmediato. Los problemas [de segregación] los creamos siempre los adultos.

Aunque los lectores de las historias de Awoki son niños, tus personajes ofrecen una mirada realista del mundo, en absoluto edulcorada.

Claro, yo construyo a mis personajes con elementos y características que encontramos a cada instante en la realidad. Hay alegría, hay duelo (como el de Manu por su madre, que ha muerto en un accidente)... Querríamos que el mundo de los niños fuera perfecto, pero no lo es. Desgraciadamente.

Creo que suelen ver las cosas con más claridad y naturalidad que los adultos. Y tal y como va el planeta, no sé si estamos los adultos para dar muchas lecciones.

Los niños tienen más interiorizado que nosotros el daño al planeta, por ejemplo. Ellos se dan cuenta de todo lo que está pasando. De todo. Lo captan a la primera. Tienen una sensibilidad muy especial. Por eso me gusta escribir para niños.

No escribes historias moralistas, pero sí intentas construir historias en la que importa el perdón, la aceptación, la integración y las segundas oportunidades.

Por supuesto. Vivimos en un mundo contemporáneo muy acusatorio, por eso hay que formar personas que concedan importancia a la solidaridad y el perdón. También deben saber que las apariencias engañan, como decíamos, y que no debemos prejuzgar nunca a la gente.

Los niños y los jóvenes parecen demasiado pendientes de sus dispositivos móviles, como se dice ahora. ¿Hay que aceptar esto como algo irremediable? ¿Será la literatura el instrumento adecuado para cambiar su forma de entender el ocio y para darles un mejor acceso a la cultura? ¿O estamos en un momento de gran cambio, producido por la tecnología, y por eso no comprendemos bien lo que hacen los jóvenes con su tiempo?

Con la pandemia, al estar más en casa, tal vez se han enganchado todavía más a los móviles, a las tabletas, etc. A veces es una ayuda para los padres, lo comprendo. Pero hay que volver a leer libros con los niños. Contarles historias, comentar estas historias con ellos... Hablar de los personajes, reírse con alguna escena, lo mismo que hacemos cuando vemos una película. Leer con los niños es algo imprescindible. Tiene que formar parte de su ocio. Pero ojo: hay que facilitarles siempre historias que les interesen, no nos confundamos. Y es importante que ellos vean que nos divertimos de verdad con ellos al hacer estas cosas. Contar historias, inventarlas incluso, es tanto como imitar a la literatura, que empezó así, con las narraciones orales. No debemos dejar a los niños en manos de la televisión y los juegos electrónicos, no solamente, al menos. Porque tienen que desarrollar un pensamiento crítico.

29 ago 2021 / 00:01
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