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De lo malo a lo peor

    Tras un verano ramplón, climatológicamente miserable, las expectativas para el reencuentro con el otoño no varían respecto a lo que la prensa en general y algunas voces autorizadas en particular presagiaban: un otoño especialmente calentito, con numerosas y preocupantes sombras. El único alivio ha llegado de la positiva evolución de la pandemia, a pesar de algunos grupos, juveniles en especial, amigos del jolgorio y del botellón, de imponer las leyes de sus caprichos y, en suma, la insolidaridad y hasta el desprecio por una ciudadanía que, lastrada por la edad, es víctima más fácil para esta terrorífica tragedia que, al parecer, se ha llevado ya más de cien mil españoles, nos ha empobrecido como nación hasta límites más que inquietantes por el pavoroso crecimiento de nuestra deuda externa y nos ha situado en un preocupante aquí y ahora de desempleo, pobreza y crisis de salud. Cierto es que ni siquiera la alarmante pandemia ha conseguido, no ya unir Gobierno y oposición o Gobierno y comunidades, sino ni siquiera acercarlos para que, al menos, disimulemos el triste espectáculo que nos estamos dando a nosotros mismos.

    En el terreno de lo que ya son signos de probada presencia el desatado baile o charanga de precios de la luz es ya surrealismo puro: ante ello no se observa más reacción que la pasividad contemplativa de un Gobierno que asegura estar atado de... cabeza, sobre todo de vacuidad cerebral. No - saben – qué – hacer: así de claro.

    Sorpresa entre sarcástica y alucinante ha sido descubrir que las compuertas de algunas centrales hidroeléctricas abren y cierran a conveniencia, a beneficio propio, con el riesgo de dejar sin agua a pueblos y ciudades. El ministerio del ramo les impone unas multas que no son sino cutres propinas que invitan a seguir con la práctica delictiva. Así nos va. Ellos contentos, nosotros no.

    Dejen, en fin, que les comente la ilustrada iniciativa del señor Iceta, que concede a los escritores patrios y matrios (a cien de ellos) un montante de diez mil euros per cápita y un par de meses de vacaciones para que se inspiren y mejoren talento y creatividad.

    Cuando tan sublime iniciativa saltó a la prensa me emocioné y difícilmente pude refrenar las lágrimas. Bien es cierto que la identidad de los cien subvencionados es un arcano, y que lo mismo pasa con el tribunal seleccionador del momio. Ahora bien, yo veo en esta ocasión un notable avance democrático, pues si la generación de la ceja zapateril procedía del gremio cinematográfico, ahora el espectro de beneficiados (pintores, escritores, ilustradores, gente de la farándula, etc) representan una más rica y plural diversidad.

    Ignoramos si la proporcionalidad de género se cumplirá a rajatabla, pero los comités, asociaciones, observatorios y tribunales podemíticos estarán al quite para que no pase ni un garbanzo negro, ni un macho que vaya de listillo, ni un homo ludens abusador y prepotente. Digo yo, ¡cuánto dinero tenemos para tirar! Claro que no siendo de nadie al ser público (“nadie”, somos usted, yo y otros millones de sempiternos “paganos”) se tira a lo grande, con alegría: ¡menos comer carne y más fomentar la inspiración! Es que no aprendemos.

    Y yo que siempre creí que eso de la inspiración y de la ayuda de las musas era un cuento chino y que lo primordial era el talento y el trabajo y el esfuerzo; y que la necesidad aviva y espolea el ingenio y que de las digestiones copiosas no ha salido nada útil ni memorable... En fin, donde dije “digo”...más sabe el diablo por viejo que por diablo. Y eso va a misa.

    17 sep 2021 / 01:00
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