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Alta California: el 'otro' Camino de Santiago

Con varios puntos en común con la Ruta Jacobea, fue la columna vertebral que mantuvo la presencia española en el Nuevo Mundo aún sin explorar

Hay muchos caminos, y aunque el Camino de Santiago es único e irrepetible, existen otros que deparan interesantes sorpresas. El Camino Real de la Alta California (The King's Highway), es uno de ellos. Nació en el Imperio Ultramarino español, que entonces pertenecía al virreinato de Nueva España.

Desconocido por muchos, este Camino está ligado íntimamente a la Historia de España y tiene puntos en común con el Camino compostelano. No fue lugar de peregrinación, pero sí fue la columna vertebral que mantuvo la presencia española en territorios del Nuevo Mundo sin explorar, al tiempo que llevaba la fe cristiana a los nativos del territorio. Si el Camino de Santiago se pobló a partir de núcleos en torno a templos, el Camino Real se forjó mediante la construcción de sencillas misiones franciscanas.

Nació debido a razones de índole política y religiosa. La zona de la Baja California ya estaba colonizada y la evangelización había corrido a cargo de los jesuitas, como en otras muchas zonas del Nuevo Continente. La Alta California permanecía teóricamente bajo dominio español, pero no había aún presencia española.

Dos acontecimientos ocurridos en la segunda mitad del siglo XVIII cambiaron dicha situación. Uno de ellos, poco conocido, pero de gran importancia para el nacimiento del Camino Real, fueron los esfuerzos de exploración rusa en la colonización de Alaska. Felipe V, Rey de España, ya vio la necesidad de establecer asentamientos en los inexplorados territorios americanos del norte, pero fue durante el reinado de su hijo Carlos III cuando tuvo lugar un segundo acontecimiento, la expulsión de los jesuitas de España, en 1767. La Compañía de Jesús tuvo que abandonar su proyecto educativo, tanto en España como en Ultramar, lo que supuso un duro golpe para la formación de la juventud en la América Hispana y sus misiones.


El Camino Real surgió así como una aventura en la que intervinieron militares y religiosos, con la intención de colonizar la Alta California. Será la orden de los franciscanos la encargada de fundar nuevas misiones en los territorios inexplorados; el padre Gálvez nombró al comandante militar Gaspar de Portolá y al padre franciscano fray Junípero Serra protagonistas de la colonización.

La ocupación comenzó con la fundación de la misión de San Diego de Alcalá por fray Junípero Serra, en 1769, para culminar, 64 años después, con la fundación por el fraile José de Altimira, de la misión de San Francisco de Solano, en 1823, ya en el periodo mejicano.

Bajo la presidencia de fray Junípero Serra se construyeron nueve misiones, dedicadas a San Diego de Alcalá, San Carlos Borromeo, San Antonio de Padua, San Gabriel Arcángel, San Luis Obispo de Tolosa, San Francisco de Asís, San Juan Capistrano, Santa Clara de Asís y San Buenaventura. El padre Fermín de Lasuén, que sustituyó a Serra en la presidencia, se implicaría en otras nueve, Santa Bárbara, La Purísima Concepción, Santa Cruz, Nuestra Señora de la Soledad, San José, San Juan Bautista, San Miguel Arcángel, San Fernando, Rey de España, y San Luis, Rey de Francia. Entre ambos fundaron 18 de las 21 misiones de las que consta el Camino Real.

A lo largo de un eje paralelo a la costa de la Alta California de casi 1.000 km, se desarrolló el Camino Real, jalonado por 21 misiones, separadas por 48 km de distancia, que era lo que equivalía a una jornada a caballo, facilitándose de este modo las relaciones entre ellas.

La realización de esta impresionante aventura de fundaciones sólo pudo tener lugar con un apoyo económico y militar de la Corona. Las misiones nacieron de la asociación de la Iglesia y del Estado, y plantearon numerosas diferencias que se resolvían a nivel local del virreinato o, a veces, en la capital del Imperio, Madrid.

La vida y la obra de los diferentes presidentes de las misiones, en su gran mayoría catalanes, mallorquines y vascos, así como la de muchos sencillos frailes misioneros, nos da una idea de quiénes fueron estos sufridos hombres. El artífice de esta aventura, el beato Junípero Serra, filósofo y teólogo, no esperaba alcanzar una utopía, cuando dijo: "Al principio será necesario sufrir muchas privaciones. Sin embargo, para un amante todas las cosas son dulces". Su sucesor en el cargo, Fermín de Lasuén, fue a su vez un gran diplomático y buen negociador, conocido por su apacible carácter y sus buenas maneras con los indígenas. Otros frailes como Juan Crespi, describió el paisaje de su entorno con gran precisión como gran observador que era, destacando la belleza de aves, flores, valles y montañas, hasta el punto de ser el primero que citó todas y cada una de las plantas de la Alta California, en 1769, mientras Francisco Paloy es considerado el mejor y primer historiador y biógrafo de California. En el campo de la música hay que señalar a fray Estevan Tapis, y ya en el periodo de emancipación del virreinato de Nueva España, a Narciso Durán, muy dotado como director de coros y orquestas. También hubo entre los misioneros franciscanos expertos pioneros en descubrimientos, como Francisco Garcés, que fue el primero que vio el Gran Cañón del Colorado y el primero en iniciar un sendero desde California a Nuevo Méjico.


A lo largo del Camino, habitaban diversos pueblos indígenas, que se han estimado en unos 100.000 indios de múltiples tribus, con lenguas y dialectos diversos. La mayoría de los pobladores, a diferencia de los de México, constituían sociedades rudimentarias, con enormes problemas de subsistencia. Su alimentación se reducía a raíces y frutos salvajes, aunque algunas tribus también practicaban la pesca y una cierta agricultura, pero no habían desarrollado un sistema propio de escritura. Los frailes realizaban la tarea de atraerlos a las misiones con la idea de instruirlos y, finalmente, bautizarlos. De esta manera, se lograba al mismo tiempo la integración en el modo de vida de los colonizadores.

La vida de los indios, que debían de vivir en las viviendas anejas a la misión, era regulada por los religiosos que establecían una rutina en la que destacaban la oración, la instrucción, el trabajo y el ocio. En ella, la importancia del lenguaje de las campanas era imprescindible. Cada tañido marcaba la llegada del alba, la misa, el ángelus y la campanada De Profundis, a las ocho en punto de la noche, también llamada de las ánimas. Además del aprendizaje de los usos constructivos españoles, a base de adobe y teja, se desarrolló con preferencia la agricultura, la gabadería y la artesanía.


Las misiones constituyeron
el alma máter, el hilo conductor que mantenía unido el Camino Real, y, aunque se comportaban como unidades autosuficientes, existía una interdependencia en cuanto a ayudas o resolución de problemas. La estructura de casi todas las misiones fue similar; se caracterizaron por la construcción de la iglesia, normalmente orientada al este, adosada a un gran claustro rodeado por dependencias que podríamos calificar de monásticas. Solían disponer de una fuente y estaban porticados con vanos adintelados o en forma de medio punto. Junto a esta estructura básica existen también recintos cerrados para la realización de las labores de la misión, y cementerios.

La escasez de medios, la falta de conocimientos en labores constructivas complejas y las dificultades económicas determinaron la sencillez de la arquitectura de las misiones. Inicialmente se utilizaron los materiales más asequibles, madera y paja; posteriormente se empleó el método español del adobe, a base de piezas de barro amasadas con paja y guano y secadas al sol. Estos materiales determinarían la sencillez de formas, buscándose la funcionalidad y revistiéndose los muros exteriores de cal y los interiores de decoraciones que pretendían rememorar elementos arquitectónicos de piedra; de ahí la profusión de falsas pilastras y entablamentos, sugerencias de arcos, ménsulas, etc. Todo ello pintado en colores vivos y con un carácter de gran ingenuidad. Más adelante, se emplearía el ladrillo y la piedra. Especial interés tienen las espadañas de las que penden las campanas, y las torres-campanario de mayor envergadura.

No se puede hablar de un estilo arquitectónico homogéneo, aunque sí de estructuras similares. Dependiendo de la época y el gusto de los constructores, se advierten simples formas cúbicas, destacando las portadas con pilastras, arcos de medio punto, o incluso columnas adosadas, rematadas por frontones con molduras de recuerdos barrocos. No obstante, las sucesivas reconstrucciones debidas a seísmos asociados a la gran falla de San Andrés, o el abandono tras la secularización, han modificado su aspecto en no pocos casos.

A la sombra del Camino, se desarrolló al mismo tiempo el llamado Caminito Real, constituido por cinco asistencias, cuatro presidios militares y diez estancias o ranchos. Las asistencias eran una especie de sucursales o extensiones de las misiones ya establecidas, que proporcionaban servicios litúrgicos. Destaca la de Nuestra Señora de los Ángeles, germen de la actual ciudad californiana de Los Ángeles. Los presidios o fuertes militares suministraban guardias para proteger a las misiones, aunque su objetivo no era religioso, encargándose de proteger los intereses generales del Gobierno español.

Los pueblos, estancias o ranchos nacieron como tierras de una extensión de cuatro leguas, situadas a una buena distancia de las misiones, con el fin de que no se perjudicara a los indios. Eran mantenidas en común o a cargo de las misiones, e inicialmente estaban al servicio del mantenimiento de los nativos.

Hoy, lo mismo que en el Camino de Santiago, merece la pena recorrer El Camino Real, porque, como todos los viejos caminos cargados de historia, no se trata tan sólo de transitarlo sino de vivirlo. Es un camino para reflexionar sobre las repercusiones del encuentro de las más variadas culturas y niveles de civilización, lo que generó inevitables dramas.

Como dice David Rex Galindo: "... los escritos de los misioneros nos han dejado una rica variedad de actitudes y percepciones frente al nativo, que reflejan, por una parte, las contingencias y el dinamismo del encuentro de dos mundos y, por otra, las múltiples actitudes de los franciscanos". En definitiva, posturas más recalcitrantes por parte de los elementos más intransigentes de la orden mendicante coexistieron con posiciones más condescendientes de la heterodoxia franciscana.

Los mayores daños a los que fue sometida la población nativa se dieron a raíz de la secularización de las misiones, que no reconoció las propiedades indígenas, y, sobre todo, a la llamada fiebre del oro, que desató un verdadero genocidio.

Con todo, la importancia que para los habitantes actuales de la Alta California tiene el Camino Real es enorme. Desde finales del XIX y principios del XX se convirtió en una de las primeras carreteras del estado de California. Como distintivo del King´s Highway, se colocaron marcadores o campanas colgadas de soportes en forma de cayado de pastor, denominados bastón franciscano, de casi 3,5 m de alto, al igual que las célebres vieiras en el Camino de Santiago.

El Camino Real, resultado de la necesidad política de controlar un territorio, del celo evangelizador de los franciscanos que lo hicieron posible, forma parte de la Historia de la colonización española en el Nuevo Mundo pero también de los indígenas afectados y del nacimiento de la actual California (EEUU).

(*) Almudena García-Orea es catedrática de Historia

LA CIFRA

21

MISIONES. El Camino Real consta de 21 misiones, separadas cada una de ellas por 48 kilómetros, que era lo que equivalía a una jornada a caballo, facilitando así las relaciones entre ellas.

02 sep 2010 / 23:30
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