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Escritora, Premio Tusquets Editores de Novela

María Tena: "En Uruguay, me inyectaron la libertad"

{ Madrid, 1953 } María Tena me recibe envuelta en una sonrisa generosa, todo simpatía y alegría de vivir. María Tena tiene una larga vida al servicio de la educación y la cultura, pero ella es una apasionada de las historias, como esta, ‘Nada que no sepas’, publicada por Tusquets, una novela que recorre el espinazo de un Uruguay a finales de la década sesenta, un mundo de fiestas y excursiones, un mundo de luces que súbitamente se apagaron.

Con María Tena no te sientes extraño, hay algo doméstico y cercano en este encuentro de A Coruña, desde las primeras palabras. María tiene algo muy poderoso en la mirada, en el movimiento de las manos, en esa mezcla de pasión y vida calma que se alcanza con la experiencia. Y entonces sabes que no parece dispuesta a perder la alegría por nada.

Tu novela habla de Uruguay, María, pero me ha encantado saber que también pasaste parte de tu infancia en Dublín, una ciudad que siento como mi segunda casa.

Yo creo que ninguna otra ciudad alberga tantos escritores buenos como Dublín. Es una ciudad en la que se te rompen los paraguas todo el rato, como en la tuya, Santiago (risas). Pero es maravillosa. Deberían quedarse en casa con ese tiempo, pero van al pub. Allí está todo lo que puedan desear: la cerveza, la literatura y la música. Mi padre, Juan Ignacio Tena, era diplomático (mi madre, poeta) y su primer destino fue Dublín, así que allí estuvimos todos. Eran muy jóvenes y ya tenían como seis niños... Lo recuerdo estudiando inglés, con fichas encima de una mesa, porque él no sabía... Recuerdo el colegio, la embajada, que estaba cerca, a la que íbamos mucho, y aquellos zapatos tan apretados, de fabricación inglesa... Y recuerdo que, en clase, a pesar de lo pequeños que éramos (yo tenía siete años entonces), leíamos a Shakespeare. He vuelto unas cuantas veces a Dublín, pero no tantas como a Montevideo. También es cierto que tardé en volver a Uruguay. Estuve cuarenta años sin viajar allí. Pero mi hermano Juan insistía en volver, y lo cierto es que teníamos esa zona de la ciudad, Carrasco, como se ve en la novela, bastante idealizada. No quería regresar para no perder aquella sensación. Pensaba que nadie me conocería ya, etc. Pero mi hermano no pudo volver, se puso enfermo y murió. Y entonces decidí que yo debía hacerlo, y lo hice al poco tiempo. Ya en el aeropuerto me estaban esperando tres amigos (los Fonseca, que están en la portada). Hicieron una fiesta en Carrasco, como recibimiento, con casi cincuenta personas... Los uruguayos son cariñosísimos y lo pasé muy bien. Ahora, cada vez que tengo dinero, voy.

A pesar de tu larga trayectoria, la literatura sigue sin ser tu única ocupación.

No, no. Hago muchas cosas (risas). Muchísimas. Está la Escuela de letras, por ejemplo. Pero dedico mi mejor tiempo a escribir. Los fines de semana me levanto a las seis de la mañana y me pongo a escribir sin parar. Los días normales, digamos, escribo cuatro o cinco horas. Sigo yendo a mi trabajo en el ministerio [es alta funcionaria], tengo un club de lectura, colaboro con Alba Editorial, etc. Siempre hice muchas cosas al mismo tiempo, creo que es para tener más vidas (risas de nuevo). Pero la escritura es uno de esos vicios que siempre empeora con la edad... Nunca lo puedes dejar.

Pero claro, lo que sucede es que has vivido siempre rodeada de literatura. Desde niña.

Si, había un gran ambiente literario alrededor. Por eso yo nunca pensé en publicar, considerando el nivel de los que venían por allí. No sólo mi madre (Pilar García Noreña), que fue poeta, muy mística, exquisita y apasionada, y que, como fue de las pocas que había estudiado filosofía, tuvo de amigos a todos los grandes poetas de la época. Ya he dicho alguna vez que mi madre había sido falangista de muy joven, muy idealista... Alguna vez he contado que escribió la letra de 'Montañas nevadas' con 14 años (y Enrique Franco le puso música), eran apenas unos niños, pero jamás le dio importancia, le parecía una cosa más de la niñez, un juego, ¡y mira lo que hubiera cobrado con los derechos! Luego su vida ya no tuvo nada que ver con eso, naturalmente. Y mi padre, además de diplomático, fue director de Cultura Hispánica... Tenía a un lado a Paca Aguirre y a otro a Luis Rosales.

Y está esa historia suya con Onetti, que me maravilla.

A Onetti la dictadura militar lo acosó, lo acorraló, y creo que ahí empezó su rechazo a salir, y se convirtió, como sabes, en un famoso 'tumbao'. Aunque yo creo que él ya era muy de tumbarse, le gustaba. Mi padre fue muy amigo de él. Tengo un telegrama en el que le decía "Juan, no consigo hablar por teléfono contigo, pero te quiero mucho", y Onetti le contestaba en los mismos términos. Me parece muy tierno, porque entre hombres a veces hay esos pudores... En fin. Onetti quería morirse en Uruguay, por el acoso de la dictadura, pero mi padre le animó a venir, y le prometió trabajo. Mi padre fue más tarde a buscarlo de nuevo, porque Onetti se moría de verdad, y se lo trajo (escribió un artículo sobre eso, 'Dos viajes de ida y vuelta' [y aquí María se emociona al contarlo], explicando cómo había sido todo. Pero tengo muchas anécdotas de mi padre y de su relación con los escritores. Una vez en Perú, cuando mi padre ya había muerto (murió una noche que había cenado con Bryce Echenique), Carlos Castilla del Pino me dijo que lo adoraba, que había hecho mucho por él, porque, personalmente, alquiló un barco y se fue a buscar a una hija suya, que se había perdido en la zona peruana del Amazonas. ¡Y la encontró! Lo bueno es que la encontró.

Eres una escritora tardía, podríamos decir, pero ahora mismo, muy productiva.

Se decía que Cervantes no encontró su voz, o su tema, hasta que dio con el Quijote. Esto se lo escuché a Landero, en un taller de escritura. Landero es uno de mis maestros. Tengo varias novelas anteriores que son muy mías, muy personales, como 'La fragilidad de las panteras', pero esta, 'Nada que no sepas', es mía más que ninguna otra. Es mi tema. El lugar y las personas se identifican con mi pasado, aunque la historia no tiene nada que ver. Lo cambio casi todo, pero no la esencia del lugar. Yo, con doce años, no entendía mucho lo que pasaba allí. Intuías lo que pasaba, pero a esa edad estás en otra cosa. A veces pienso si las cosas eran más parecidas a lo que cuento de lo que me imagino... Los escritores nos movemos en los huecos que deja la realidad: son los huecos de los deseos, de las cosas que no pasaron. Los sueños también son la realidad. Pasamos más tiempo deseando cosas que teniéndolas. Yo, era una niña, que aterriza en un Uruguay libre, cargado de felicidad y fiesta, y que, de pronto, me devuelven a una España que era la España de Franco... Había que encajar todas esas piezas... A mí ya me habían inyectado la libertad, porque ya era más uruguaya que española. Y tuve que volver. He tenido que regresar a todas esas vivencias. Me he vuelto a ver asomada a la calle Potosí, que era la nuestra, he vuelto a ver la calle solitaria, a sentir el viento y el olor del mar de aquellos años. Es como una isla que no cambia, un armario del que sacas recuerdos y no se acaban.

Esta novela, desde los ojos y los sueños de una niña (que también eres tú) cuenta un lugar, una época, pero también la pérdida, y, desde luego, cuenta, como tú dices, "la vida submarina de los adultos".

Sí, ¡así es! ¿Sabes que estuve a punto de poner esa frase de título? También me gustaba 'Siempre era domingo en Montevideo'. Por la alegría y la fiesta. Los niños notan todo eso que no se ve, lo difícil es ponerlo en palabras... Hay gente que me dice que es una novela triste. Me costó el final, no quería que ella se fuera, tampoco sabía si quería que se quedara... Me costó. Al final es la narración de una pérdida. Y de cómo todo cambió de pronto. La historia debería servir para alertar. Nos pasa ahora aquí. No nos damos cuenta de lo que se puede destruir. Creo que los jóvenes no se dan cuenta de lo que ha costado conseguir la democracia y todo lo que tenemos.

17 ene 2019 / 23:03
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