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El gallego normativo, un producto de difícil venta

    aún no siendo el mejor momento, durante la celebración del día de las Letras Gallegas no pude evitar recordar el estudio publicado hace unos meses por el Consejo de Europa en el que se concluye que la lengua gallega está en la uci en estado crítico, argumento que sostiene analizando la situación actual y la evolución de los últimos años. Tal rotundidad merece como mínimo una reflexión a nivel político, social y cultural acerca de dónde estamos y de qué nos ha traído hasta aquí, pero sobre todo de a dónde queremos ir.

    Todo análisis debe comenzar un reconocimiento de la realidad dejando a un lado prejuicios o ideologías que puedan sesgar nuestras conclusiones. Y la realidad es que el gallego es un producto de difícil venta. Los padres de niños en edad escolar cuestionan la utilidad de que sus hijos aprendan un idioma que “sólo les servirá” para comunicarse con poco más de dos millones de personas las cuales también hablan español, el otro idioma que conocen. Es decir, creen que no les sirve para nada, con perdón. Muchos de ellos, haciendo uso del más sincero pragmatismo dirían que prefieren que sus hijos aprendan otros idiomas como inglés, francés, alemán, incluso chino antes que invertir sus esfuerzos en aprender gallego. Otros nunca lo reconocerían en público pero piensan lo mismo y actúan en consecuencia. Y otros, los menos, se cubren con un manto de orgullo identitario para convencerse de la riqueza que representa tener un idioma propio, que por minoritario que sea es motivo de defensa a ultranza. Si a todo esto sumamos que el gallego tradicionalmente ha estado ligado al ambiente rural paradójicamente poco cultivado y económicamente pobre, tenemos una respuesta para nuestra incredulidad cuando vemos a unos abuelos haciendo verdaderos esfuerzos por hablarle a sus nietos en un castellano que no dominan, con el objetivo de no “contaminarles” con palabras que les puedan hacer quedar en ridículo cuando van a la escuela. Triste pero cierto.

    Nadie se espera que un problema de tal magnitud tenga una solución sencilla que pueda poner de acuerdo a casi todos los colectivos e ideologías, pero existe. Se llama Reintegracionismo. Para el que no conozca el término se trata de la “corriente lingüística que sostiene que el gallego y el portugués forman parte del mismo diasistema lingüistico”. Habrá quien ahora mismo se esté llevando las manos a la cabeza y se sienta tentado de dejar de leer pero le animo a que continúe con la misma curiosidad que le ha traído hasta aquí. Para tranquilizarle le diré que esto no tiene nada que ver con el nacionalismo ni con el separatismo, pero sí con el pragmatismo, el desarrollo social y la emergencia cultural.

    Dicen algunos autores que la normativa lingüística actual consagra la castellanización del gallego y que lo ha desposeído de su naturaleza, opinión por cierto que yo comparto. Actualmente nuestra lengua está plagada de castellanismos, no es uniforme y se hace difícilmente reconocible. No tiene nada que ver el gallego que se habla en las calles de Viveiro con el que se habla en Rianxo o Verín, y al mismo tiempo ninguno de ellos es el que se reconoce y promueve desde la Real Academia da Lingua Galega. Todos están además distanciados considerablemente del galaico-portugués medieval, lengua romance hablada en el noroeste de la península ibérica, origen del gallego actual y no tan diferente.

    Para todos los que tengan reservas ante el reintegracionismo expondré sólo un argumento: Si los niños aprendiesen el auténtico gallego en las escuelas, no sólo estarían aprendiendo su verdadera lengua si no que estarían adquiriendo acceso a una población de 260 millones de hablantes en diferentes países (y sus correspondientes mercados) empezando por nuestro vecino y hermano Portugal y siguiendo por otros como Brasil, Angola, Mozambique, Cabo Verde... los que sumados a los 500 millones que hablan español y a los más de 1.000 millones que hablan inglés convertiría a los niños de los colegios gallegos en auténticos privilegiados, orgullosos de aprender su verdadero idioma y en una situación ventajosa para abrirse al mundo con todo lo que ello implica a nivel cultural y económico.

    Por ahí pasa el futuro y el esplendor de nuestra lengua. Las otras opciones son un intento de mantener con vida a un enfermo terminal que muy a nuestro pesar estamos viendo morir.

    19 may 2020 / 22:05
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