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Finezza, signori poeti, con Almudena

    y vuelvo a preguntar, hasta que alguno me llame pelma, por qué la finada y nada poética -más bien escabrosa- Almudena Grandes sigue ganando terreno post mortem, siendo como fue más bien poquita cosa en la literatura...Es un poco pronto; ruego a los chicos de Chus que nos dejen leer algo más de la sublime autora de Las edades de Lulú, no vaya a pasarle lo que al pobre... (¡ay!, ¿cómo se llama?, sí, lo tengo, Zerolo, que tuvieron que echar de su plaza madrileña al tribuno Vázquez de Mella, “por franquista”, cuando resulta que el ilustre tribuno se murió solito en 1928, ocho años antes de que Franco asomara por Tetuán para hacer lo que hizo. ¿Quién es ese chico, el tal Zerolo y qué había hecho por Madrid?

    Confieso que yo lo conocí en el barrio donde ahora tiene plaza de cuco urbano por razones de trabajo, pues mis años de Tabacalera, con su sede central en la esquina de Barquillo, en el Palacio de Urquijo, me permitían dar pequeños paseos desde mi despacho de presidente de Tabapress, la empresa editora de Tabacalera que radicaba en Barquillo,38, a la vuelta de la esquina.

    Como siempre, mis trabajos eran variopintos y con derecho a lo peripatético. Y de Zerolo, nada o casi nada, mal visto. Pues... de Almudena... así así, con mis respetos, por supuesto. He ejercido como crítico literario durante treinta años en YA, y sí, claro, me dirá alguien que lo de Almudena es importante...

    No voy a volver a criticar lo que se hizo en el momento de aparición de los títulos de la finada... Tampoco recuerdo que haya dado mucha importancia a ese tipo de creación literaria en el escaso espacio que siempre tuvo la crítica; comprendan ustedes que de la abundancia se elegía lo mejor... y ella, pues... nada de nada, si somos justos. Entiendo que sus amigos hagan de su literatura una pequeña pira que destaque en la escasez de ese tipo de obras. Ni los periódicos españoles ni el valor de las mismas se lo merecieron en aquellos años; no encajaban, no valía la pena.

    Por supuesto, hablo del valor literario, no de la pimienta de casas de cita de cuarenta pesetas la sesión... Pido perdón si ofendo a alguien, pero los libros del entierro fue una operación de un márketing de la peor calaña, organizado por alguien que no era precisamente amigo de Almudena. Su nombre de Almudena la delata. Si no, vendrá alguien de la otra vertiente ideológica y hará con la placa o lo que sea de su homenaje lo mismo que lo del pobre Zerolo, que lleva dos denominaciones a cuestas y siempre hay que explicar, en síntesis, que fue un error, un lapsus, que Cerolo se escribe con C... que es consonante contundente y sirve para armar el pitote si uno se cabrea -¿ven ustedes, con C,? - y va de tal cual por la vida.

    Háganme caso, queridos poetas: pongan todo su esfuerzo en comprar -el Estado o el Patrimonio, se entiende- el viejo chalet de Velintonia en el que vivió Vicente Aleixandre medio siglo, nuestro Nobel que nadie discute, y devolvemos, de paso, el nombre auténtico y antiguo, y movemos el que un alcalde bienintencionado cambió por el del poeta. Sería una obra estupenda. Incluso se podía volver al patrocinio. Y se convertiría en la casa de la Poesía, donde volverían a lucir los poetas su poesía auténtica y, satisfarían, al tiempo la oposición a cualquier dictadura. Pero eso es lo de menos.

    Me gustaría volver a Velintonia y encontrármela viva, sorprender a Dámaso, mi maestro, leyendo el artículo de protesta que va a publicar la revista Insula por alguna faena de la censura estatal. Pero creo que ya no hay cosas de ese jaez. ¿Para qué, si la palabra es libérrima siempre y con frescura?

    Hasta ella entendería que hay prevalencias que no se pueden obviar.

    30 dic 2021 / 01:00
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