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|| nosotros y cía ||

¿Hacia dónde nos llevan?

Me gustó una reflexión que hizo el otro día Pepe Álvarez, a la sazón líder del sindicato UGT, a cuenta de las veleidades del Gobierno y, en particular, del ministro de Inclusión y Seguridad Social, José Luis Escrivá, últimamente muy aficionado a los globos sonda.

Decía el sindicalista que el Ejecutivo debería pensar en invertir en lugar de recortar.

Sinceramente, no podía estar más de acuerdo, porque las palabras de Álvarez tenían como eje el “ligero ajuste” que el ministro anunció la pasada semana para las pensiones de jubilación de la generación del baby boom, o sea, yo y unos cuantos millones más de trabajadores que después de descornarnos durante años y cuando estamos a las puertas del retiro llegue este señor y nos diga que o dejamos que nos quiten un poquito de dinero o que trabajemos un poquito más.

Y esto lo dice uno de los miembros más ricos del Gabinete de coalición, monetariamente hablando.

Sí, ya sé que esto último es demagogia, pero déjenme que me desahogue un poco, el derecho al pataleo.

Sé que para ustedes, lectores, que esperan los domingos un artículo distendido, relajado, humorístico si acaso, les debe de resultar harto aburrido que hable tan a menudo de la jubilación actual y del panorama que se les augura a las generaciones venideras cuando les llegue la hora de convertirse en clase pasiva.

¿Pero no es esa, también, función del periodista, estar ahí martilleando una y otra vez con la matraquilla de lo que la sociedad demanda que se cambie o se mejore; de incidir, presionar y, si cabe, hasta molestar a los responsables públicos para sacarles de su error o, en su caso, hacerles entrar en razón?

Pues eso, que Pepe Álvarez muy acertadamente, y como un servidor también dijo más de un domingo -perdonen la inmodestia-, en lugar de castigar a los pensionistas lo que hay que hacer es pensar en algún medio que incremente el empleo de calidad entre los jóvenes para que puedan cotizar los años necesarios para que el día de mañana puedan ser perceptores de su renta de jubilación y, a la vez, contribuyan con su trabajo al mantenimiento de las pensiones actuales y futuras.

Claro que es más fácil recortar, sangrar, exprimir a los que tienes más a mano, ya trabajando desde hace décadas, en lugar de idear cómo invertir estructural y adecuadamente los miles y miles de millones que nos van a llegar de Europa para la reconstrucción tras la pandemia.

Y eso que hasta el propio Pedro Sánchez habló de la necesidad de incrementar la inmigración, también como mano laboral y por tanto contribuyente para el sistema público de pensiones; de incentivar el crecimiento demográfico, en definitiva, de preparar al país para el futuro.

Pero claro, eso lo dijo no hace mucho en uno de estos foros sobretitulados grandilocuentemente para un tiempo en el que él, afortunadamente, ya no estará: La España del año 2050.

Y mientras nos hablan de recortes, de ajustes, de reducciones, tenemos que ver cómo los dineros públicos se dilapidan como si fuéramos un país infinitamente rico y tonto, con recursos sin fondos y nuestros pozos de petróleo -¿cuáles?- no dieran a basto a bombear oro negro.

Si no, ya me dirán de los diez millones que se saca el Govern catalán para pagar las fianzas que el Tribunal de Cuentas reclama a los delincuentes del procés. Sí, delincuentes, porque aunque hayan sido indultados no fueron amnistiados y sobre ellos pesa una condena firme y avalada por los altos tribunales.

Porque ese dinero también es de todos los españoles: suyo, tuyo, de vosotros, de ellos.

¡Y mío!, al menos mientras Cataluña no sea independiente, y eso, mientras no se reforme la Constitución y votemos todos sobre la cuestión, no será posible.

La pasada semana titulé esta página El mejor país para muchas cosas, y no me arrepiento. Pero lo cierto es que para otras muchas, también muy importantes, no estamos en los mejores lugares.

Y la verdad, yo quiero más, quiero que nos vean como los mejores, los más listos, los más avanzados, los más solidarios, los que mejor gestionan y gobiernan; que nos consideren como un país donde la gente es feliz, de verdad de la buena, no como la felicidad de los ránquines esos, que dicen que los más felices del mundo son los finlandeses y los islandeses.

Eso no es posible, ¿verdad?

Un sitio donde hace un frío del carajo, no hace sol, todo el mundo está metido en casa, donde no se puede ir a la playa ni salir de cañas o de copas por las noches...

Eso no es felicidad.

Y aunque nosotros podríamos estar muy cerca de ella, casi acariciarla, hay quien está empeñado en impedirnos alcanzarla.

¡Qué pena!

|| las claves una a una ||

1 Criminalización. Parece que nuestras autoridades sanitarias no aprenden. Tras el importante repunte de casos de COVID con la variante Delta entre los jóvenes, se vuelve a poner el foco y el cepo en la hostelería, cuando todo el mundo -¡todo el mundo!-, sabe dónde está el problema, y no es en los locales de copas, ni en las discotecas, ni en los bares ni en los restaurantes. Que está en el botellón, ¡coño!, que parece que no se enteran. A ver si se aplican.

2 Los listos. Y ahora, con esta quinta ola de la pandemia, vuelven a aflorar los listillos, como el presidente de la Junta de Castilla y León, Alfonso Fernández Mañueco, que exige al Gobierno que vuelva a decretar el uso obligatorio de la mascarilla en el exterior. Parece que este señor no escuchó a los epidemiólogos decir que al aire libre no hay peligro si mantenemos las distancias de seguridad, ¡aunque vayamos sin la mascarilla!

3 El cascabel del gato. Como decía antes, todos sabemos dónde está el problema, el caso es a ver quién es el valiente que le pone el cascabel al gato y decide el confinamiento de los jóvenes. Sí, claro, no son todos los que se saltan las normas, pero sí que una buena parte del incremento de los contagios y el incremento del indice de incidencia del coronavirus se debe a la actitud de muchos de ellos, los suficientes para que esto se esté desmandando y ya sea grave.

|| Lo mejor ||

ya veremos Pongo ese “ya veremos” porque iba a aplaudir que por fin parece que nos llega el verano. Pero sinceramente, visto lo visto, no me fío un pelo, porque aunque la previsión para los próximos diez días sí que nos anuncia un sol bastante radiante y por el día buenas temperaturas, las mínimas serán bastante bajas para la época estival. Así que me muero de envidia por esos 35 grados o más que están disfrutando, o sufriendo, depende de quién se hable, en el resto de España.

|| Lo peor ||

SALVAJES Una semana después sigo, como tantos miles de personas, en shock tras la terrible agresión sufrida por Samuel Luiz en A Coruña y que le costó la vida. El ensañamiento, la violencia extrema, el odio, la rabia que destilaron sus atacantes resultan incomprensibles e inexplicables. ¿Qué había hecho Samuel a sus agresores para que le patearan de esa manera? Nada, absolutamente nada. Desgraciadamente no hay explicación para tan salvaje e inhumano crimen.

|| La foto de la semana ||
Gaiás, ciudad de vacunaciones

Estoy seguro de que ni Manuel Fraga ni el arquitecto de la Ciudad de la Cultura, Peter Eisenman, imaginaron nunca que tanta gente iba a visitar ese espacio monumental en tan poco tiempo y, además, repitiendo. Ha tenido que asolarnos una terrible pandemia para que todos acudiéramos en masa al Gaiás, el lugar elegido por el Gobierno gallego para hacer las vacunaciones masivas contra la COVID. Yo, de hecho, volví a subir esta semana para ponerme la segunda dosis de la fórmula de AstraZeneca. Al menos a mí me tocó un día de sol, agradable, con buena temperatura, porque creo que durante las dos últimas semanas fue un suplicio esperar a la dosis correspondiente.

11 jul 2021 / 00:01
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