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ENTREVISTA
María Menéndez-Ponte. Escritora

“Hay que enseñar a los niños que un sueño se logra con esfuerzo, no regalándoles todo en la vida”

¿Educar a los niños a ser felices con lo que tienen es un fallo que a veces los adultos cometemos?

Creo que el fallo no está en enseñar a ser felices a los niños, sino en qué consiste esa felicidad. Se les está prometiendo un falso paraíso donde la felicidad es tener, consumir y comer bombones constantemente, en lugar de ayudarlos a construirse por dentro de una manera sólida, a educarlos en el valor del esfuerzo, la responsabilidad y la resiliencia. La felicidad consiste en tener sueños y tratar de llevarlos a cabo. Pero eso se consigue con esfuerzo y tesón, no pensando que te tienen que regalar todo en la vida.

El logro de un sueño que te ha costado un gran esfuerzo te produce una gran felicidad; en cambio, creer que los sueños se hacen realidad por arte de birlibirloque solo trae frustración y baja autoestima. También es importante enseñarles a valorar lo mucho que poseen y que no se compra con dinero.

Esta pandemia nos ha puesto delante de las narices el auténtico tesoro de la vida: el amor de tu familia y amigos, la solidaridad, la entrega, la cultura, la naturaleza, el disfrute de las pequeñas cosas... Es sabido que no es más feliz el que más tiene, sino el que menos necesita.

¿A esta generación se lo estamos poniendo todo muy fácil? ¿Se les consiente a los más jóvenes de la casa y se les compra demasiadas cosas?

Yo creo que es justo lo contrario: se lo estamos poniendo muy difícil precisamente porque los engañamos haciéndoles creer que solo tienen derechos y no obligaciones; los consentimos y los convertimos en niños mimados que, cuando no consiguen lo que quieren, se frustran y se convierten en tiranos. Los padres creen que le hacen un gran favor al hijo dándole todos los caprichos en lugar de enseñarle a cultivar su interior. Pero naturalmente esto último requiere tiempo, esfuerzo y dedicación, algo a lo que poca gente está dispuesta.

¿Se centran los padres mucho en lo material y ya no tanto en sus emociones, sentimientos?

Sí, ese es el principal problema. Hoy en día los padres no encuentran tiempo para estar con sus hijos, hablar de lo que les pasa, de lo que sienten, de lo que piensan... Y no hacen planes con ellos, sino que tratan de encajarlos en su acelerada vida de adultos robándoles así la infancia. Les dan una tableta o un móvil como un sustituto suyo, para que no les molesten, para que estén entretenidos, y luego se sorprenden de que el niño esté enganchado, que no atienda y no sea capaz de concentrarse. La inteligencia emocional es fundamental para caminar por la vida, para relacionarse con los demás y convertirse en personas maduras. Por eso es tan importante enseñarles tanto a reconocer y saber expresar sus emociones como a gestionarlas. Yo he hecho mi pequeña aportación personal con El gran libro de las emociones: treinta cuentos en los que el niño va a ver reflejados sus sentimientos, acompañados de unas fichas elaboradas por un equipo de psicólogas que ayudarán a los educadores en esta hermosa labor.

¿Qué es lo que niños, padres y abuelos pueden aprender con tu nuevo libro ‘Jim el Pecas’?

Precisamente habla de esa infancia perdida y que debemos recuperar. Una infancia en la que los niños inventaban sus juegos recurriendo a la imaginación, jugaban en la calle y tenían muy pocas cosas, pero disfrutaban un montón y vivían sin estrés. Este libro habla del valor de la amistad, que está muy por encima de lo material. Y, sobre todo, habla de los sentimientos: de la frustración de Antonio por no tener ese disfraz que tanto desea, de sus esfuerzos por conseguirlo, de su desesperanza al ser consciente de la precaria economía familiar, de los conflictos con Alfonsito (el mimado de la pandilla), pero también de lo feliz que es jugando con sus amigos, yendo a ver las películas que le transportan a ese Far West que tanto le fascina, escuchando los seriales de la radio con su padre o pasando tiempo con su abuelo, al que adora.

También hay un trasfondo de la guerra civil que ayuda a Antonio a explicarse muchos de los comportamientos de los adultos. En un momento dado su amigo Guillermo declara: “Mi padre dice que da igual del color que seas, que hay personas buenas y malas en cualquiera de los bandos”.

En la novela reflejas la maravillosa relación de un abuelo y su nieto, un vínculo que no se puede comparar con nada. El niño que tiene abuelos y disfruta de ellos es muy afortunado. ¿Qué trata de enseñar al lector?

Sí, es una relación preciosa, muy especial. Cuando Antonio se siente triste o cae en desgracia, recuerda siempre el calor de la mano de su abuelo como un cucurucho de castañas calientes. Y cuando lo ve en la parada del autobús, en Monforte de Lemos, le falta tiempo para lanzarse a sus brazos. Con él se le olvidan todos sus disgustos, se siente comprendido y va a todas partes cogido de su mano. Representa ese amor incondicional que te da la felicidad absoluta. Yo estoy pasando por esta etapa y no hay nada que me haga más feliz que jugar con mis nietos. Creo que es una novela que pueden disfrutar las tres generaciones. Los hijos van a ver reflejados sus propios conflictos y a descubrir una infancia que les va a fascinar. Los padres van a comprender mejor la infancia de sus propios padres y los abuelos se reencontrarán con su propia infancia.

Además, ¡la acción transcurre en Santiago, y llega a Monforte! ¿Qué nos puedes contar?, porque creo que hay un hecho que tiene que ver con tu marido... ¿Es él Jim el Pecas?

Sí, Jim el Pecas es mi marido, y él es de Santiago. Cuando me hablaba de su infancia, vislumbré la ilusión que le hacía haber tenido el disfraz de Jim el Pecas, un vaquero de ese Far West con el que soñaba, y decidí hacerle este regalo. Así que la novela refleja la ciudad de mediados de los años cincuenta, un lugar donde todo el mundo se conocía y había tan pocos coches que hasta tenían nombre y apellido. El Pato de Monchiño, que se ponía en marcha dándole a una manivela, fascinaba a la pandilla de niños, y el haiga del padre de Alfonsito, de color tabaco y madera, era una auténtica fantasía. Como yo estudié aquí parte de la carrera, me encantó poder recrear ese Santiago al que le guardo un inmenso cariño. Es una novela con una gran carga emocional. Y al final sale también Monforte de Lemos, de donde era su abuelo y donde pasaba unos veranos inolvidables.

Me da la impresión de que eres muy disciplinada en tu trabajo, al que le dedicas muchas horas.

Uf, le dedico muchísimas horas. Antes escribía con urgencia, como si no me llegaran todas las horas del día. He llegado a escribir hasta doce sin apenas levantarme del asiento. Ahora mi cuello no me permite esos excesos, tengo que hacer pausas, pero he ganado en oficio. Además, no escribo solo cuando estoy tecleando, sino mientras me ducho, cuando voy a la compra, cuando viajo... Mi cabeza no para nunca, es un volcán en erupción. Y soy tremendamente disciplinada. Aunque también es verdad que disfruto muchísimo escribiendo. Es una necesidad vital.

Tienes en marcha la colección Primos SA con SM, que arrasa entre los lectores de entre 9 y 12 años, has publicado con Planeta ‘¡Socorro continúa la ESO! ‘, ‘El gran libro de las emociones’ con Duomo, que lleva más de 50.000 ejemplares vendidos y está triunfando en México, donde se acaba de publicar. Y ‘El gran libro de los hábitos’. ¿Cuál es tu secreto?

Como te decía, tengo una imaginación atómica. Cualquier cosa dispara mi creatividad. Y eso evidentemente ayuda. Como también lo hacen mi capacidad para ponerme en la piel del otro, que se desarrolla mucho con la lectura, a la que soy adicta desde muy pequeña, el sentido del ritmo, el buen oído (heredado de mi padre), muy importante a la hora de escribir diálogos o de lograr la musicalidad del lenguaje, y mi tenacidad (nunca tiro la toalla). Pero detrás hay muchísimo trabajo. Ese ritmo de publicaciones no se consigue sin trabajar muy duro.

Creo que es mi entusiasmo, mi pasión por la vida, ver cómo calan mis historias y personajes en los lectores, lo mucho que les ayudan, lo que se divierten leyéndome. Ellos son mi motor. Lo mismo que mis hijos, y ahora mis nietos, son una continua fuente de inspiración. Es maravilloso ver que tu obra suscita tanta emoción, tanto fervor, y que incluso despiertas con ella vocaciones literarias.

Pupi es tu ‘alter ego’. ¿Para cuándo una serie en la tele? ¿Alguna vez lo has pensado?

Sí, lo he pensado yo y lo han pensado los miles de fanes que me lo piden constantemente. Hubo intentos con una productora, pero al final no se llegó a un acuerdo con la editorial. ¡Una pena! Es verdad que Pupi es mi alter ego y es un personaje muy auténtico y muy querido. En febrero saldrá una novela mía autobiográfica, Verónica Torres se rebela contra el mundo, con la editorial Duomo, y se podrá ver el parecido (risas).

La importancia de...
... las emociones

Más de 440 publicaciones. “Para mí las cifras siempre han constituido un terreno pantanoso de arenas movedizas: no tengo interiorizado el sentido de las magnitudes ni del tiempo, pero, gracias a un librero, me enteré de que llevo cuatrocientas cuarenta publicaciones a mis espaldas. Igual algún libro más. Los hay de todo tipo, hasta una Antología de Nanas o una Biblia para niños. Mi marido me suele decir que cualquier día me llegará una carta de la Biblioteca Nacional diciendo que ya no les caben mis libros, que deje de escribir (risas)”.

Estilo fresco y ágil. “Por suerte para mí, cuando empecé a publicar, llevaba bastante tiempo escribiendo y me habían rechazado unos cuantos libros en las editoriales. Eso hizo que tuviera ya cierto oficio y ahora no me tenga que avergonzar de ninguno. Incluso mi primera novela, ‘Nunca seré tu héroe’, se ha convertido en un clásico. Pero indudablemente, cuanto más escribes, más maestría adquieres y más depurado es tu estilo. El mío es muy fresco, muy ágil, y va directo a las emociones del lector. Mi literatura es intimista y psicológica. Para mí son fundamentales los protagonistas. Ahondo en ellos hasta el fondo de sus entrañas”.

26 oct 2020 / 00:00
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