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Herminia Borrell retratada por Elena Olmos

    Elena Olmos (1897-1971) reflejó la deslumbrante personalidad de Herminia R. Borrell Feijóo (1897-1971) en un magnifico retrato que forma parte de las fondos del Museo de Belas Artes da Coruña, que se integra, por sus condiciones, oportunamente en la exposición Vestir épocas, 1860-1960, La Colección González -Moro, que recorre y dialoga con las obras de la colección permanente del museo.

    La pintora ha plasmado desafiante y segura a esta mujer diferente, que por su identidad se suma al elenco de sobresalientes y adelantadas señoras que destacaron en los años veinte por su forma de vivir, libre y sin prejuicios. Herminia Borrell se muestra en el retrato segura, desafiante, orgullosa y exhibiendo todo su poderío personal, enfrentada con determinación a los que la contemplan.

    Dueña de una elegancia natural, se aprecia en su pose erguida, en su acostumbrado peinado, en la vestimenta, adornada por un largo collar de jade; acompañada de uno de sus adorados perros que comparten protagonismo en la escena, porque el amor hacia los animales era para ella consustancial, como también lo era la vida del campo e incluso el gusto por la realización de labores campesinas, hecho que en su momento chocaba y desconcertaba a los que la conocían. Acostumbraba a ordeñar vacas y cabras, adoptaba perros y gatos vagabundos y los integraba en su entorno.

    Su posición en los elevados círculos sociales europeos, en donde había cautivado por su belleza, especial forma de ser y educación (las personas que la conocieron destacan su pausada conversación y el acento gallego con reminiscencias del inglés, idioma que dominaba y que había aprendido durante su formación en Londres), no supuso ningún impedimento para abrazar luego en Galicia una sencilla existencia campestre que tanto le llegó a satisfacer, y esta no sería incompatible con sus gustos excéntricos, forma de vestir, afición a conducir sola automóviles o pasear en bicicleta.

    El espíritu aventurero y extravagante que derrochaba extrañaba en la sociedad gallega de su tiempo, la admiración por su personalidad perduraría en algunos sectores sociales a lo largo de los años. Herminia Elena Josefa Rodríguez Borrell Feijóo, había nacido en A Coruña y su familia tenía sus orígenes en Camariñas y Cataluña.

    Con la pintora Elena Olmos, alumna de Fernando Álvarez de Sotomayor, republicana y próxima al círculo de Casares Quiroga, tuvo amistad durante un tiempo que suponemos fue corto y que se corresponde con los años en los que las dos coincidieron en A Coruña y, aunque sus vidas transcurrieron por derroteros totalmente opuestos, el retrato deja entrever que hubo entre ellas una gran sintonía, algo que es palpable en la forma en que la pintora aborda esa obra y en la confianza y tranquilidad que expresa la retratada.

    La obra fue pintada antes de la partida de la pintora y su familia a Buenos Aires. En cuanto a Herminia Borrell, su leyenda había comenzado en 1922 cuando contrae matrimonio en Londres con Nubar Gulbenkian, hijo de Calouste Sarkis Gulbenkian, poderoso magnate del petróleo, nacido en Armenia, quien logró reunir una de las mayores colecciones privadas del siglo XX.

    Estaba compuesta por alrededor de seis mil obras, que comprenden objetos, tapices, porcelanas, esculturas, muebles, pinturas y artes decorativas. Un legado único que engloba el arte del antiguo Egipto, grecorromano, islámico y europeo; todas las épocas de la historia hasta bien entrados los años veinte y que suma pinturas de Rembrandt , Houdon o Turner y la valiosa colección de joyas de René Lalique. Un tesoro que en los comienzos de los años cincuenta pasa al estado portugués, por deseo de su propietario y que ha sido el germen de la Fundación Gulbenkian de Lisboa.

    El matrimonio entre Herminia Borrell y Nubar Gulbenkian fue breve y tormentoso, tan solo resistió seis años, y a partir del divorcio en 1928 recuperó orgullosamente su apellido, y regresó a Galicia instalándose en A Coruña.

    Sobre ella escribió la periodista Victoria Armesto, señalando en sus detalladas descripciones aspectos de su temperamento e historia, de su agitada existencia en París y Londres. Vivía independientemente, ajena a convencionalismos provincianos y mantuvo intacta su personalidad a lo largo de los años, sorprendiendo a propios y extraños.

    De la cercanía con las artes y de la naturalidad de la convivencia con ellas dará riendas a su afición por el mundo de las antigüedades, gusto poco común en aquellos años y menos en una mujer. Esa pasión la lleva a reunir una importante cantidad de objetos artísticos que iría acumulando en el Pazo de Sigrás, en donde vivió a su modo y manera sin añorar los oropeles del pasado.

    15 mar 2021 / 01:00
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