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Judas, amigo mío... Christoph Wrembek

¡Judas el traidor, a hombros de Jesús -el buen Pastor-en el cielo! Leamos lo que sigue: hace unos días recibí un libro de Alemania que procede de un amigo mío que vive allí y es experto en teología. Tardé algún tiempo en leerlo por estar ocupado en otras tareas. Al saber que trataba de un capitel, lo abrí y lo leí de un tirón. Su lectura resulta un poco difícil, pues no olvidemos que el autor es alemán y piensa y escribe en ese idioma. El contenido de los temas teológicos y bíblicos (aunque el autor se ciñe al Nuevo Testamento), es difícil su interpretación.

Todo el libro (“Judas, Amigo mío”), trata de un capitel de especial belleza que se halla en la Basílica medieval de Santa María Magdalena en Vézelay (Borgoña. Francia, alr. 1120,1140). A unos 90 km. al sudeste hay otra Basílica de la época San Lázaro de Atum. Coinciden los benefactores, son hermanos pero conviene advertir qué en cuanto a la decoración no tienen nada que ver. En Vezelay el asunto principal está en que se encuentra un capitel singular en el que en el flanco izquierdo se ve a Judas colgado y en la otra parte aparece Jesús –como buen Pastor, con la oveja descarriada- con Judas sobre sus hombros. El autor del libro que tengo en mis manos (“Judas, amigo mío”) es el Jesuita S. I. alemán Christoph Wrembek, que es autor de trece obras, y concretamente de este libro que tratamos va en la novena edición alemana.

Wrembek lleva años dándole vueltas y descifrando el contenido del capitel, pues para nuestra religiosidad es como si un capítulo de la Suma Teológica de Santo Tomás o las obras de San Buenaventura se encontrasen ahora en nuestro tiempo. Habría que desglosarlas, descifrarlas para nuestro bien espiritual. Es más, ¿pues qué sucede?, que durante más de 2000 años todo el bagaje cultural religioso, la catequesis, siempre se dijo lo mismo: Jesús murió como víctima para redimir nuestros pecados irremisibles. Siempre se dice lo mismo. Dios se ofreció por ti, porque eres malo, eres un fracaso. Sin negar esto. ¡Cuánto sufrió nuestra vida espiritual, nuestra psicología!, y sufrió por una interpretación ajena a la causa de Dios (Dios es amor). Dios no quiere ”siervos”. Él quiere hijos que le quieran como “Padre”. A base de repetir tanto fracaso surgió la fórmula de la confesión: “mea culpa, mea culpa, mea máxima culpa.

¿Cuantas veces no entonamos aquella especie de salmo? “Perdona, perdona a tu pueblo Señor, perdónale Señor” (de ahí que nuestra religión resulte a veces triste y opresiva). Nunca la fórmula positiva (Exultet) que procede del pregón pascual (siglo V).

Exulten por fin los coros de los ángeles, // exulten las jerarquías del cielo, // y por la victoria de Rey tan poderoso // que las trompetas anuncien la salvación.

Goce también la tierra, // inundada de tanta claridad, // y que, radiante con el fulgor del Rey eterno, // se sienta libre de la tiniebla // que cubría el orbe entero.

Oh feliz culpa // que nos mereció // tan rico Salvador.

Todo el mensaje del Nuevo Testamento, o el mensaje de Jesús es la buena noticia: el amor, la misericordia.

“Señor, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino” (Lc. 23,35 ss). Hace unos años, un jesuita (en este caso español) hizo una reflexión sobre este pasaje que se me gravó profundamente en la mente. Decía que la petición del buen ladrón era la oración mas hermosa del evangelio: sin exigencias, sin urgencias..., solo un “acuérdate de mí”, tenme en tu presencia. Y en la respuesta que le da Jesús se le ve su cariño bondadoso con los pobres hasta el final. Pues muere vinculándose con ellos: “Hoy estarás conmigo en el paraíso”. Los pobres, los mendigos, son los protagonistas de la historia... En mitad de un mundo que duerme agazapado entre pocas certezas, los humildes preparan la revolución de la bondad.

En el evangelio del día 30 de noviembre (2022) leemos “el Hijo del Hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido” (Lc.19 1-10). Por eso Jesús, en su predicación, se abstiene y nunca emplea la palabra infierno. Lo sustituye por otras palabras: “Hades, gehena, abismo, alguna vez puede aludir al valle de Hin-non (lo que se quemaba en las afueras de Jerusalén).

El arte, sobre todo el medieval, se emplea para explicar las verdades eternas a la gente. Por ejemplo, los pórticos eran catecismos pues el pueblo no sabía leer. Estaba lejos todavía de la imprenta. El libro que tengo en mi mano “Judas amigo mío” está en un capitel (de singular belleza) en la citada basílica de Santa María Magdalena de Vézelay. En él se atisba la verdadera esencia y el auténtico corazón de la teología cristiana manifestada en hermosas, poderosas y estremecedoras tonalidades, ante las que toda palabra enmudece.

¿Quién pudo ser el diseñador de aquel capitel?

Las investigaciones apuntan a Pedro el Venerable, una personalidad excepcional para aquella época. En 1115, apenas cumplidos los veinte años, Pedro fue nombrado prior del monasterio de Vézeley; y a los veintiocho se convirtió en el noveno abad de abadía de Cluny, el corazón del movimiento medieval de renovación monástica. Dotado de una exquisita personalidad humana y de una profunda piedad. Se especializó en los estudios teológicos (impulsó y revisó la traducción del Corán al latín) y es conocido por haber dado asilo a Pedro Abelardo.

Antes de examinar la vida de Pedro Abelardo y Eloísa, voy a exponer lo que me sucedió a mí como director de la librería Follas Novas. Entró en esta librería el sabio don Ramón Piñeiro y cogió el libro de “Cartas de amor de Abelardo y Eloísa”. Entonces, yo también lo cogí y todavía lo conservo y lo considero uno de mis favoritos. Aprovecho para decir que todavía hoy se hacen ediciones de estas obras y las historias de la filosofía actuales lo siguen citando como uno de los primeros filósofos.

Por el año 1115 se encuentra enseñando en París. Era no solo un excelente filósofo sino también un maestro destacado en el arte de la dialéctica. Entre sus alumnos sobresale Eloísa, una mujer bien dotada para la filosofía pero también de una belleza inusitada. Tras las primeras clases Abelardo descubre en Eloísa los placeres sensuales... magis erant oscula quan lectiones.

Abelardo y Eloísa llegaron a formar la pareja de amantes más famosa, más escandalosa e impetuosa de la historia. Ardían de amor uno por el otro. Al convertirse en pareja y ella quedarse embarazada Abelardo intentó devolverla a su casa, pero por miedo al canónigo Fulberto, tío de Eloísa, se casaron eclesialmente. Siguiendo el consejo de Abelardo, Eloísa, por seguridad, se metió en un convento. Fue abadesa del monasterio del Paráclito, fundado en tiempos anteriores por Abelardo. Él, sin embargo, siguió dando clases, pero fue declarado hereje después de muchas intrigas y no sin consentimiento de Bernardo de Claraval, en el sínodo de Senns (1141).

Abelardo, sintiéndose hereje, trató de ir a Roma; pero abandonó esta idea por ver más clara la entrada en el monasterio de Cluny, donde fue muy bien acogido por el Abad. Al cabo de un año murió, el 21 de abril del 1142. En ese momento, Pedro el Venerable tuvo la grandeza y la libertad del alma de informar a la esposa Eloísa, abadesa del convento del Paráclito, que en su día fundó Pedro Abelardo. Eloísa pidió a la abadía de Cluny hacerse cargo del cuerpo. Entonces Pedro el Venerable ordenó que el cadáver fuera discretamente desenterrado del cementerio y él mismo lo acompañó hasta ponerlo en manos de la esposa, la abadesa del Monasterio del Paráclito. A su paso por Vézelay, posiblemente los ojos de Pedro el Venerable se elevarían hacía el capitel en el que estaba esculpido Judas el Traidor.

Es oportuno recordar que el Buen Pastor no lleva sobre sus hombros a cualquier hombre, se trata de Judas el hijo de la destrucción. Aquel que según la tradición no podía ser redimido. Pero la tradición no posee la última palabra, esta es propiedad exclusiva de Dios. En la imagen del “Buen Pastor de Vézelay” es Jesús quién lleva a casa a Judas, el más grande de los pecadores. Pero el escultor puso un detalle especial a la imagen, que no fue descubierto hasta hoy. Al final de este libro el lector verá que el escultor tenía una gran profundidad teológica y un gran talento místico, representando hace nueve siglos la expresión más bella de la alta teología tallada en piedra.

Amigos lectores, a lo largo de este artículo solo he descrito la primera parte de este libro, no aludiendo para nada las alabanzas que la crítica alemana y el autor le dedican esta obra, que en Alemania ya alcanzó la novena edición. Resumiendo, el autor debate entre la teología, la historia y la sagrada escritura. Yo, por suerte, sé algo de estas materias. Estudié teología en Salamanca obteniendo con la tesis doctoral “matrícula cum lauden”; estuve cuatro años en Roma estudiando Biblia y no fui de los peores alumnos, puesto que al volver me dieron la cátedra de Evangelios, por haber sido nombrado Monseñor Guerra Campos obispo de Madrid. Por eso admiro la gran profundidad de este libro. Quisiera terminar con unas palabras del cardenal Hans Urs Von Baltasar: “en el marco de una argumentación cristalina y plausible de la Sagrada Escritura y a la vista de los escritos de los grandes místicos (en donde incluimos a Edith Stein) me atrevo a decir que el infierno, si al final existe, está vacío”.

21 dic 2022 / 01:00
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