Santiago
+15° C
Actualizado
martes, 23 abril 2024
16:11
h

La fiesta y la brújula

    En estos tiempos en los que la pandemia nos arrincona en casa, son necesarias las lecturas escapistas que aflojan el nudo en la garganta y nos recuerdan lo que hemos olvidado. La fiesta, por ejemplo. Hemos perdido comba en nuestras formas de celebrar tal y como las conocíamos.

    En aquel pretérito, imperfecto pero añorado, reinaba una vieja normalidad juerguista tan lejana que parece haber ocurrido antes de aquella tarde remota en la que conocimos el hielo. Reinventado el ritual, ninguna farra de balcón se compara con las vívidas jaranas literarias que plasmaron en sus libros Ernest Hemingway y Eduardo Blanco Amor.

    Hemingway, el hombre que siempre salía indemne, el personaje vestido de escritor y viceversa. Aquel que tan pronto cazaba leopardos en Uganda como conducía ambulancias por las calles adoquinadas de Milán en el punto de ebullición de la Gran Guerra. Entre cacerías, balaceras y escarceos amorosos hubo tiempo para escribir. Fiesta se publicó en 1926 y le catapultó a la fama. The sun also rises (título original) comienza en el París de los felices 20, aunque hoy la década no admita el calificativo. Claro que aquellos 20 arrancaron bastante mejor que los nuestros. Cierto que en aquella Pamplona encierro significaba otra cosa. La obra termina fugaz en Madrid, cuando el grupo de bon vivants se disuelve después de varios días entregado al regusto ácido del vino de bota, al fragor sin batalla de los gigantes y cabezudos y a los enredos de celos con apuesto torero incluido.

    Pero antes de que el chupinazo desatase el desenfreno, todo comienza con una premonición fatídica. “You are all a lost generation”. Frase puesta en boca de Gertrude Stein en el epígrafe inicial de la novela. Y la verdad es que los Jacke Barnes, Brett Ashley y compañía se extraviaron en su búsqueda banal y de cuello blanco en los vaivenes de unos años forrados de terciopelo entre dos enormes puños de hierro.

    Mientras tanto, en el noroeste se orquestaba otra bacanal. Más trágica y clandestina, pero con el mismo nombre: A Esmorga. La novela de Blanco Amor vio primero la luz en Buenos Aires (1959) y una década después en Galicia. Aunque en realidad la luz a penas se hizo en ninguno de los dos sitios. Todo lo que hay que saber ocurre en un solo día pardo con su noche lluviosa en una Auria invernal.

    Los Cibrán el Castizo, Xan el Bocas y Aladio Milhomes no se podían permitir viajes trasatlánticos para conocer las costumbres exóticas de la otra orilla. Pero fueron también amantes de la juerga, aunque las estrecheces de su marginalidad concentrasen su odisea low cost en escasas 24 horas, según recoge la declaración ante el juez que articula el relato. Aunque la historia comienza negando la mayor: “No señor, no fue así como está en esos papeles”. Eso sí, esa bien o mal documentada melopea tuvo lugar unos 40 años antes del tiempo de la narración, que a tenor de la fecha de publicación (1959) nos devuelve de nuevo a la década de la felicidad.

    En A Esmorga, la parranda no termina bien. Demasiado aguardiente, demasiado fuego fatuo presagioso para tres esmorgantes periféricos que caminan tropezando por los bordes de la noche. Su generación, la de la posguerra española, también pierde el rumbo por las ranuras de la emigración masiva y de la autarquía franquista. No sin antes dejar un hito para la historia. Es la primera novela gallega que aborda abiertamente la homosexualidad.

    Hemingway y Blanco Amor pasan los excesos por el tamiz del objeto literario y después de escurrir miles de litros de lluvia, vino, alambiques de aguardiente y los caudales del Miño y el Irati, relucen las pepitas de oro. Las aguas de los ríos del norte que atraviesan sus páginas parecen las mismas. Cibrán y Barnes son juez y parte, narradores implicados y testigos. La fiesta les envuelve, pero no les domina. Sostienen la mirada, aceptan su vigilia.

    Blanco Amor y Hemingway nos dicen que la fiesta, como la muerte, nos iguala. No distingue entre ricos y pobres. Se manifiesta con síntomas parejos en las borracheras de unos y otros. Eso sí, la tendencia a la fatalidad es más acusada entre los que menos tienen. Que las generaciones extraviadas son más propensas a encontrar las migas de pan en planes con barra libre. Que en periodos de lamento social, la brújula de las generaciones se desmagnetiza y enloquece. Que la muerte, como la fiesta, trae tras de sí una larga y amarga resaca.

    Hoy es una larga noche de piedra y las generaciones saltan de crisis en crisis con la esperanza de llegar a la orilla. Hasta que el día no rompa, al menos nos queda el verso de J.R.R. Tolkien para ir engañando al cuerpo: “Not all those who wander are lost”. Mientras tanto, de pie en el ring aguantemos firmes los golpes de los puños de hierro, sabiendo que las fiestas de papel son un buen combustible para alumbrar luces de celebración al otro lado.

    03 feb 2021 / 01:00
    • Ver comentarios
    Noticia marcada para leer más tarde en Tu Correo Gallego
    TEMAS
    Tema marcado como favorito
    Selecciona los que más te interesen y verás todas las noticias relacionadas con ellos en Mi Correo Gallego.