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La melodía

    tengo la sensación de que la música me acompaña desde tiempos inmemoriales. De algún momento de ese tiempo sin memoria puedo rescatar el canto de mi madre como algo lejano y extraño, reconfortante, tranquilizador y a la vez atrayente, entonando Frere Jacques mientras me mecía en su colo. No sabría decir qué edad podría tener, pero me imagino muy pequeño. También recuerdo, ya más adelante, la voz y la guitarra de Leonard Cohen desde el asiento de atrás del coche, saliendo de una cinta que mi padre nos ponía una y otra vez. Y la música de Silvio, Aute, Sabina... También la fascinación que me producía la música heavy de mi primo Javi, cuando nos instruía, a mi hermano y a mí, con Barón Rojo, Raimbow, Led Zeppelin y muchos otros.

    Él, varios años mayor que nosotros, con su estética heavy, con sus amigos y su grupo de música, con su bajo que tocaba a las mil maravillas, con esa descarga motriz que lo transformaba en un torbellino, se convirtió durante un tiempo en una referencia para nosotros. Poco después sería mi hermano el que me maravillaría con la sensibilidad y belleza que lograba sacar de su guitarra. Me parecía algo sublime. Luego llegarían mis propias elecciones musicales, mis propios grupos, amigos, canciones...

    Si miro a través de mi particular espejo retrovisor me doy cuenta que la música siempre ha estado ahí, como una segunda piel, como un manto protector que amortiguaba el vértigo de los cambios, los golpes, los desengaños. También como un acompañante de momentos felices, o como una fuerza motivadora en otros de lucha y dificultad... Conocí y re-conocí a mi mujer tocando (tocando música quiero decir en este caso...).

    El grupo en el que estuve más tiempo, el más importante para mí, separado hacía ya varios años, se volvió a unir en nuestra boda para tocar juntos una última vez. Después actuamos ella y yo y finalmente bailamos juntos el Vals Vienés de aquel hombre que mi padre escuchaba una y otra vez en el coche cuando yo era pequeño. Quise transmitirle esa pasión a mi hijo (...amar es dar lo que no se tiene). Desde los primeros momentos, aún en el vientre de su madre, y en los más difíciles, justo después del parto, intentamos donarle un soporte sonoro, una envoltura que lo arropara, cantándole a través del cristal de la incubadora, sin saber si nos oía o no. Hoy diría que sí. Que la melodía, desde aquellos días, recubre su piel.

    Y quizás en un futuro, desde sus tiempos inmemoriales, él también lo recuerde así.

    10 jul 2021 / 00:01
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