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Marcelo Luján, argentino de ascendencia gallega, gana el Premio de Relato Ribera de Duero

El galardón está considerado como el más importante del mundo en lengua castellana.

Marcelo Luján, escritor argentino de ascendencia gallega, ganó ayer el VI Premio Internacional Ribera de Duero de relato breve, el mejor dotado y el más importante de cuantos se conceden en el mundo en esta categoría.

La noticia, que la epidemia del coronavirus mantenía congelada desde marzo, se dio a conocer ayer, a través de una rueda de prensa emitida de forma virtual desde el Círculo de Bellas Artes de Madrid, en la que, además del galardonado, participó el jurado de la prueba, formado por Clara Obligado, Óscar Esquivias y Fernando Aramburu como presidente. En su alocución, Aramburu aseguró que necesitó apenas de unas pocas páginas para darse cuenta de que estaba ante un libro extraordinario. La decisión fue tomada por unanimidad.

Pero la unanimidad no es algo nuevo para Luján. Premiado ya en numerosas ocasiones, el jurado del Dashiell Hammett también fue unánime en 2016 a la hora de concederle el premio por su novela Subsuelo, ahora a punto de convertirse en película de la mano del sevillano Fernando Franco.

Marcelo Luján, que nació en Buenos Aires hace 47 años, vive en Madrid desde 2001, donde ha desempeñado tareas en torno a la industria y la divulgación cultural, además de trabajar como instructor de escritura creativa. No duda en aceptar el pasado inevitable de pertenecer a un enclave mágico, como es el entorno rioplatense, que le construye a él como construyó a tantos, y reconoce en el cuento su gran escuela literaria, la escuela de imprescindibles como Cortázar (“aunque de niño admiraba a Julio Verne, y no quería que me llevaran a la Feria del libro de Buenos Aires porque sabía que Julio Verne no estaría allí”, me dice, divertido). El cuento es el gran formato fundacional, que entronca con la oralidad, con la construcción minuciosa de las historias, algo por lo que Luján siente gran respeto. A veces, relatos largos, de bastantes páginas, tal y como se ve en este libro ganador del Ribera de Duero.

Marcelo Luján habló con este periódico nada más darse a conocer la noticia. Ayer, en su intervención desde el Círculo de Bellas Artes de Madrid, Luján avisó con mucho humor de que hay muchas fotos, sin duda “tiradas a traición”, de su entusiástica reacción cuando le fue comunicada la noticia de que había ganado galardón tan prestigioso.

En la conversación, sin embargo, Luján atempera esa alegría desbordante, baja a los detalles técnicos, y descubre algunas claves de su literatura. Sin dejar de mencionar, por supuesto, sus orígenes galaicos. Algo no inhabitual en los escritores argentinos (ahí está Claudia Piñeiro, o el prometedor Martín Lombardo, por citar tan solo dos ejemplos).

Hace unos años, Manuel Rivas dijo a El País que Argentina y Galicia eran un país simbiótico. Ahora, una nueva oleada de grandes escritores, consagrados o en proceso de estarlo, empieza a traer de regreso la semilla de esa existencia simbiótica, “la corriente submarina” de ese “mar que no hace frontera, sino que propicia el abrazo”.

Le digo a Luján que un premio que va a asociado al vino, a una de nuestras grandes regiones vitivinícolas, no puede ser otra cosa que un motivo de celebración. Pero, bromas aparte, el Ribera de Duero se ha colocado ya como el galardón más importante, la referencia imprescindible. Nombres de relevancia en el complejo arte del cuento (“en Argentina decimos cuento, porque relato es todo”, me corrige Luján) han ganado este premio anteriormente. Luján es el segundo argentino que se hace con él: Samanta Schweblin, residente en Berlín, lo ganó en 2015 por Siete casas vacías.

Considera un privilegio haber sido premiado por un jurado presidido en esta ocasión por Fernando Aramburu. “Un honor, por supuesto. Pero Aramburu es mucho más que Patria’, no se olvide, deja caer. Y entonces hablamos del nuevo libro (La claridad), cinco historias, seis en la edición final para Páginas de Espuma, que la publicará en solo unos días, en las que late extraordinariamente el mal, esa presencia que sobrevuela la obra de Luján, el mal que surge de la maleza o de la vida misma, o de la nada, o de la casa abandonada o de lo más inesperado e invisible, si uno no sabe ver. “Este libro me llevó más de tres años de trabajo, con mucho esfuerzo. Partiendo de cero. Me siento contento, digamos, por el lado profesional. Por haber logrado llevar este barco a puerto”, dice.

Está convencido de que uno nunca rompe amarras con las geografías que nos construyeron. Pero hay geografías psicológicas que nos acompañan, y él, instalado hace casi veinte años en Madrid, cree que sus vínculos con España son ya muy grandes. “Mi madre, por ejemplo, es gallega. Mi familia materna es de ahí. Y ese es ya un gran vínculo, claro, pero tengo otros muchos. En la familia paterna, por parte de mi abuela, el vínculo es italiano. Así que uno siempre está conectado de muchas maneras”, explica.

Le digo que la corriente que llega de Argentina nos vuelve a traer ahora, como nos trajo en el pasado, grandes escritores. “Es una tierra muy abocada a la literatura”, concede Luján.

“Está toda la fuerza de Borges, Cortázar o Piglia, y las generaciones que conocieron la dictadura, y luego, afortunadamente, mi generación, donde hay chicos y chicas más jóvenes que yo, que tienen ya un prestigio internacional. Yo no soy mucho de defender la camiseta, pero es bueno creer que una tierra puede dar grandes artistas. Siempre pienso que Latinoamérica tiene el tema de la carencia [con respecto a Europa], lo que hace que en todas las disciplinas la gente se movilice. Los temas de orden social repercuten en las artes. El arte en ocasiones sufre por el exceso de bonanza. La variable artística sale ganando con lo caótico, con lo volátil, con lo convulso, y por eso sale ganando en Latinoamérica, pienso yo”.

“El cuento es un género muy complicado. Cualquier desliz, cualquier desvío, rompe la llamada atención cortazariana, y se cae el texto”, teoriza Luján. “Es un compromiso que tenemos con el pasado: seguir escribiendo cuentos. Una cuestión de respeto. Y eso me llevó también a este libro. Sostener la atención más allá de la página 12 es difícil. Yo trabajo mucho lo anticipatorio, la anticipación narrativa [el primer cuento, Treinta monedas de carne, es un buen ejemplo]. Y luego están esos parajes en los que parece que nada sucede, pero sucede todo”, dice con entusiasmo Marcelo Luján. “Hay una gran inquietud pesando en el aire, como en Lynch”, le digo. “Bueno: por mí, que me adapte Lynch”. Y nos despedimos riendo hasta que al fin Marcelo se acerque a Galicia.

07 jul 2020 / 13:01
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