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No más Leires en la lista

    Pienso en mí desde fuera. Como en las películas en las que alguien se muere y se ve desde arriba mientras aún yace sobre la acera. Y veo mi infancia como un puñado de fotografías agridulces. Con 4 años años la meningitis aterrizó en mi vida con un brutal impacto del que conservo algunas secuelas como una sordera bilateral profunda. Imaginen las imágenes de escuela, el primer amor, la universidad, la incorporación al mercado laboral... de aquel álbum. Ningún niño debería echar la mirada atrás y recordar parte de su niñez entre juegos y habitaciones de hospital. Quizás aquellas habitaciones fueron lo que me determinaron a vestir la bata blanca y convertirme en médico. Quizás nunca pude desprenderme de aquella necesidad de vencer la enfermedad. Sí puedo decir que tuve la suerte de vencer y sobrevivir. La supervivencia es lo que me otorgó la sabiduría y fuerza para iniciar una labor de concienciación sobre la gravedad de esta enfermedad desde la atalaya de la Asociación contra la Meningitis.

    No soy la primera ni seré la última en sufrir meningitis. No me canso de decir que la meningitis es una gran desconocida. Algunos creen que es una enfermedad del pasado. Otros que nuestro sistema es capaz de detectar la enfermedad y curarla. No es verdad. Antes de la pandemia, cada año en España se detectaban más de 12.000 casos de meningitis víricas y bacterianas. De ellas, casi 600 casos son por la temida enfermedad meningocócica.

    La crisis sanitaria que sufrimos ha minimizado estas cifras pero, cuando remita, tendremos un repunte de la meningitis. Hace solo poco más de un mes Leire, una niña de cinco años, falleció en Madrid después de que los médicos confundieran los síntomas de esta enfermedad con un vulgar constipado. La sociedad no puede echárselo en cara. La meningitis tiene muchos disfraces y, uno de ellos, bajo el que mejor se camufla, es el de un catarro normal. Es una terrible enfermedad que juega con ventaja. Le bastan entre ocho y doce horas para arrebatar la vida a un menor. No puedo decirles que Leire será la última pequeña que fallezca por su causa.

    Hay varias razones: no hemos conseguido vencer a todas las bacterias que pueden producirla, no todo el mundo tiene acceso a todas las vacunas disponibles y hay que invertir tiempo y dinero en investigación en mejorarlas. Lo que sí es una verdad incontestable es que en la actualidad no hay mejor arma para combatirla que las vacunas. Las vacunas contra esta enfermedad en todas sus variantes y formas son el único muro de contención.

    En el último año hemos aprendido mucho de vacunas. Nuestra sociedad está más abierta que nunca a comprender el impacto de la necesaria inversión en vacunas en la lucha contra las enfermedades que nos acechan. Puedo decir que, afortunadamente, la situación actual nada tiene que ver con la de mi infancia o la de nuestros padres o abuelos. Debemos agradecer los avances logrados pero nuestra especial preocupación son los casos existentes por Meningococo B.

    En los últimos 40 años hemos asistido al desarrollo e implantación de vacunas contra prácticamente todos los tipos de meningitis con incidencia en Europa Occidental. En España, se implantó en los años 80 la vacuna contra el tipo B (HiB). La grave onda epidémica de 1999-2000 provocó la inclusión de la vacuna frente al meningococo de serogrupo C y más tarde llegó la tetravalente.

    Pero nuestro sistema no cubre la variante más peligrosa que afecta especialmente a recién nacidos; la meningitis B. En la actualidad solo tres Comunidades Autónomas la han incluido en su calendario vacunal: Canarias, Castilla y León y Andalucía.

    Las repercusiones de esta decisión son muy fáciles de explicar. Si su hijo nace en Galicia y ustedes, padres, no deciden asumir ese gasto o no pueden, su pequeño podría enfermar de esta variante. Si nace en León estará protegido. El inexplicable e inexistente consenso entre los decisores políticos nos hace caer en una distopía difícil de entender a pesar de las reiteradas recomendaciones de la Asociación Española de Pediatría por extender esta práctica.

    Si miramos fuera de España, países como Portugal o Francia han dado pasos en ese sentido. Hace menos de un mes el país galo incluyó la recomendación de vacunación universal a los lactantes con el claro objetivo de promover la protección individual de todos desde la igualdad para borrar la barrera económica.

    El pediatra e investigador Federico Martinón se congratulaba en las redes sociales por esta decisión y, desde la asociación, instamos, de nuevo, a todas las autoridades sanitarias a relanzar una estrategia nacional en el mismo sentido. No sabemos si nos escucharon o no quieren escucharnos. No hay criterios objetivos válidos para defender la no inclusión en el calendario vacunal. Cuando se trata de vidas no debemos hablar de estadísticas ni de costo-efectividad. Una vida es suficiente para adoptar esta decisión.

    Me asombra la ligereza con la que se pasa de página en el tema de la vacunación respecto a esta enfermedad en comunidades como Galicia, que ha padecido fuertes epidemias de meningitis. No logro explicarme el inmovilismo político y social que lo rodea. No logro entender que no incluyan este objetivo como prioritario. Tampoco entiendo que los padres no lo reclamen. Su hijo puede contagiarse en la guardería de un simple constipado o de meningitis. Les aseguro que las consecuencias de contraer una u otra no serán las mismas.

    Mírense en mi espejo. No vacunar es una decisión activa que conlleva riesgos reales como la muerte de la pequeña de cinco años o las secuelas de otros muchos que, como yo, arrastramos desde los cuatro años. Quiero acabar insistiendo. No soy la única. Hay muchos como yo. ¿Quieren añadir nombres a la lista?

    28 jul 2021 / 01:00
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