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Nuestro gran turíbulo

Un espectáculo. A veces, demasiadas veces, y más en estas últimas décadas, así suelen verlo muchas gentes. Y no es para menos pues lo parece, aunque es más certero decir que es espectacular, una especie de show para animar a los asistentes.

Así es el vuelo del botafumeiro en la catedral compostelana. Un símbolo y objeto litúrgico para alzar, o querer elevar a lo alto, por parte de los fieles -creyentes o no creyentes- un agradecimiento o una expresión de alabanza sin decir ni una palabra: basta con la humareda o el recogimiento, o ambos, pero públicamente.

Podría hacerse en una plaza. De hecho, hay incensarios mucho más pequeños y manejables que se utilizan en diversos lugares, abiertos o cerrados. Pero el gran momento del vuelo del botafumeiro en este templo, se hace dentro, en el crucero de las naves, ante una preparación previa: la procesión que precede el oficio de la Misa, al final de la misma, o en ocasiones singulares que convengan a sus fines.

Ahora, durante los días que resten de la Pascua, lo veremos con más frecuencia. ¿Cuándo y cuántas veces? No está bajo secreto de sumario, pero nadie lo sabe. Es como el pronóstico del tiempo. ¡Ya se sabe: en primavera, aguaceros y chaparrones entremezclados con nubes y claros! O sea, lo que equivale a casi no decir nada concreto.

Es época propicia para la llegada de peregrinos y turistas a la catedral. Y se nota. Llegan presurosos para admirar tan sin igual turíbulo. Pende de gruesas cuerdas que lo mecen desde el centro del cimborrio y expande el incienso de lado a lado de las naves laterales de la santa iglesia.

Se ha convertido casi en un rito del peregrino moderno. Su fama corre de boca en boca. Duermen soñando verlo. Lo filman y salen hablando maravillas del acontecimiento.

Conste que, a los compostelanos, también nos gusta gozarlo, por mucho que lo hayamos visto docenas de veces. Nos preguntan -casi examinan- sobre sus dimensiones, si es de plata, estaño o hierro y los kilos que pesa. Y algo más que ellos sabemos, pero no tanto. Como mucho, para no defraudarlos, podemos indicarles que en algunas “Misas del Peregrino” podrán disfrutar de su meneo.

Para saciar alguna curiosidad no malsana, vayan varios datos.

Uno importante: no parece que haya sido su origen el evitar los malos olores ni otras cuestiones higiénicas. Cierto que el incienso desprende un agradable aroma, aunque no a todos gusta.

Pero la finalidad de su funcionamiento siempre ha estado vinculada al uso litúrgico, tal y como se desprende de las diversas fuentes históricas. Su fin primigenio era -y sigue siendo- dar gloria a Dios y, por estar en casa de Santiago, al Apóstol santo. Y, puesto que va hacia las alturas, eleva a ellas las oraciones de todos los fieles.

Séate mi oración como incienso en tu presencia, y el alzar a ti mis manos como oblación vespertina (Sal 141, 2).

Otro no menos relevante: como peculiar incensario, no es único ni exclusivo de Santiago. Cronistas e historiadores hay que lo documentan en S. Pedro de Roma y, en Galicia, en las catedrales de Tui y de Ourense, ligado pues a centros religiosos alzados a partir del inicio del cristianismo.

Pero hay noticias de artilugios semejantes incluso en el antiguo Egipto, unos trece siglos antes de nuestra era. Y también, en esas mismas fechas, la Biblia, en tiempos de Moisés, aporta información sobre la preparación de mezclas olorosas y cómo debían combinarlas adecuadamente.

Yahvé dijo a Moisés: Toma aromas: estacte, uña aromática, gálbano e incienso purísimo. Aromas e incienso entrarán por cantidades iguales, y harás con ellos el timiama, compuesto según el arte de la perfumería, salado, puro, santo (Ex 30, 34-35).

Hoy no hay gentes que duerman en el templo, ni tampoco hay necesidad de ventilar con el incienso los poco odoríficos aires que a veces allí se respiran.

La estampa es otra: cientos de teléfonos y cámaras haciendo fotos, personas que buscan su mejor ángulo bajo la paciente mirada de los celosos guardianes, tímidas gargantas que intentan cantar el enrevesado himno a Santiago, mientras el incienso arde en las brasas y los tiraboleiros, con fuerza y arte, lo balancean.

Algunos temen y susurran: ¿Y si se cae? No es la primera vez que acontece. Aunque tranquilos, que han sido habas contadas y, en las que han quedado documentadas (25 de julio de 1499 y 23 de mayo de 1622), no hubo ni un herido. Fue un susto.

El que sí que ha sufrido con el paso de los años ha sido el propio botafumeiro y los arcos y cuerdas que lo sostienen. Fue cuestión de taller o recambio. Y a volar de nuevo: E vai e ven, /cada vez co fai/semella una xubilar canción, /é una pregaria enteira/de todos cantos fixeron o camiño (Gran Cantata Xacobea, A. Conde).

¿Qué si lo descuelgan durante este tiempo o en invierno? Las menos, creo, pero si quieren saber más, busquen fuentes solventes y pregunten.

Yo les puedo adelantar que verlo suspendido en el altar mayor, no es indicio de que vaya a funcionar.

25 abr 2022 / 00:00
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