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Pasajes y parajes otoñales*

Ya va entrado el nuevo curso. Lo vemos en colegios, institutos, organismos multicolores y en la vida cotidiana en general, sin distinción de ámbitos.

Santiago, como ciudad universitaria por excelencia, va despidiendo a peregrinos y visitantes, mientras se llena de sus otros habituales habitantes: algunos rezagados que aun retornan de sus vacaciones y sus estudiantes.

Regresan los actos de inauguración en residencias y colegios mayores, nuevas temporadas de conciertos y festivales, las risas y las penas. Un renacer a otra singladura que finalizará dentro de nueve meses. El tiempo de gestación de un embarazo, antes de la llegada del parto.

Hay infantes que echarán en falta la libertad del estío y la compañía de amigos que, por los motivos que sean, ya no estarán con ellos.

También los adultos añoraremos mil cosas, recuerdos y a unos cuantos -demasiados- amigos y colegas que no veremos más, por mucho que queramos.

Estos últimos meses han sido un continuo goteo de caída de troncos y ramas, incluso desde antes de haber entrado en este azaroso y turbulento otoño.

Una de esas hojas arrancada por el viento, inesperadamente y en fecha reciente, ha sido Ana. No la conocerán ni les voy a contar mucho de ella. Es duro traer a la mente recuerdos que ahora de nada sirven, salvo para producir dolor en este presente. Solo diré que, si en algo coincidimos todos, los de más cerca y los de más lejos, es en estimar su entusiasmo, su dedicación plena, su disponibilidad continua y su lucha por la vida. Lo ha puesto de manifiesto día a día y bien nos podría servir de guía.

Ante estas pérdidas hay que seguir andando, renovándose o rehaciéndose como se puede.

En ese camino veremos que abundan personas sobrepasadas de trabajo, con horarios imposibles y saturadas por tareas que muchas veces son ajenas a sus intereses y competencias. Otras, más que trabajos tienen proyectos en los que vuelcan sus esperanzas y esfuerzos. De eso -proyectos en marcha o en mente- todos tenemos, aunque solo sea no tenerlos y dejarse llevar por el dolce far niente, vivir la vida y saborear cada instante, ya que no se sabe cuándo nos iremos, como quienes ya nos faltan.

Poco hace nos quejábamos del bullicio y ruido de los que visitan o pasan por Compostela. Y volvemos a quejarnos ante el silencio de calles y plazas semi desiertas o solo pisadas por los ciudadanos de siempre, que corren a sus trabajos en silencio, como si fueran con la cruz a cuestas. ¡Qué bien se estaba -dicen ya algunos- sin dar palo al agua, en el verano durmiendo la siesta!

Hay un claro cambio de escenario. Del chiringuito de la playa o de largas colas en estaciones y aeropuertos, no pocos han pasado a pisar asfalto, a buscar entradas para espectáculos, actividades lúdicas o culturales y para otros eventos que, programados o de nuevo cuño, retornan como setas. Y todo, o casi, gira en torno al Xacobeo. Hay que exprimirlo al máximo antes de que acabe, calentando motores para la década del 2021-2032, que se vislumbra como agua de mayo en nuestra era, sin pausa en una carrera en que todo apremia.

Saturados estamos de apuntar noticias en la agenda y asteriscos en el calendario. Sobresaturados por los medios digitales y las redes sociales que de todo se enteran.

¡Ay las redes!, qué bendición: no seríamos nada sin ellas. ¡Ay, las redes!, qué penitencia: no sabemos convivir con ellas. ¿Es posible tamaña contradicción en una misma cabeza? Eso parece. Así somos: incoherentes sin fronteras. Un fajo de sentimientos que, tal cual nacen, desaparecen, aunque siempre queda una huella en este sendero que nos conduce y catapulta a una nueva vida.

Es Esta una idea, tema o eco que se repite constantemente. Un ritornello (estribillo, en términos literarios y musicales) que me suena a algo, o más que sonarme, me recuerda a un músico que mucho lo usó en sus conciertos: el enigmático prete rosso, de copiosa obra y profuso cultivador del concerto grosso, Antonio Vivaldi (Venecia 1678-Viena 1741).

Basta escuchar “El otoño” de su obra más famosa: Las cuatro estaciones (Concerto en Fa mayor, op. 8, núm. 3, RV 293), de las que hay versiones para todos los gustos.

En tres movimientos (I. Allegro, II. Adagio molto, III. Allegro) recrea una alegre e impetuosa danza campestre, con la figura de un borracho que cabecea y se duerme a causa del vino. Finalmente, la orquesta simula una briosa caza con fanfarria, emulando ladridos de perros que acechan una presa que cae herida y muere.

Pues, il ritornello de la vida, va y vuelve. Es como un boomerang: reiteración de actos concatenados que, no por estarlo, debieran resultarnos insignificantes, ya que nada de eso tienen. Son retazos de sumas y restas. Y también de acciones de gracias que coinciden con esta estación en que la tierra muestra el fruto de sus cosechas.

Reparemos en ellas antes de entrar en el ineludible invierno. Entonces nos quejaremos y echaremos de menos lo vivido antes y ahora.

*In memoriam de Ana Goy Diz y de amigos y colegas fallecidos en estos meses.

18 oct 2022 / 01:00
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