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Por los aledaños de Roma con Pier P. Pasolini

En los años cincuenta del pasado siglo surge en la Italia que lucha por superar las heridas de la terrible Segunda Gran Guerra (1939–1945) marcada por la prepotencia fascista acaudillada por Benito Mussolini, la importante figura del polémico artista e intelectual –novelista, poeta, cineasta, ensayista, pintor, periodista– Pier Paolo Pasolini, que en 1955 iniciaba su carrera de novelista con Chavales del arroyo (Ragazzi di vita, 1955), que en el presente 2022 ofrece Ediciones Nórdica en una “peculiar” y poco satisfactoria traducción al castellano y prólogo de Miguel Ángel Cuevas. La citada novela lo sitúa en el movimiento o tendencia neorrealista que surge a comienzos de la década de los treinta, a partir de la denominación del crítico A, Bocelli en 1930. Sería el cine quien marcase el comienzo del neorrealismo con figuras como Luchino Visconti, Roberto Rosellini o Vittorio de Sica y, desde luego, Pasolini, y películas como El ladrón de bicicletas, Roma, ciudad abierta, Rocco y sus hermanos u Obsesión. Paralelamente, en el campo de la literatura narrativa, Elio Vittorini (Conversaciones en Sicilia, 1941), Vasco Pratolini (Crónica de los pobres amantes, 1947), Alberto Moravia (Los indiferentes, 1929, pionero del movimiento), Carlo Levi (Cristo se detuvo en Éboli, 1945), Vitaliano Brancati (Los años perdidos, 1941), el mismo Pasolini y muchos otros, como Italo Calvino o Cesare Pavese.

El neorrealismo se manifiesta contra el arte anterior, hermético y formalista, angustiado y decadentista, vuelto hacia el pasado, y se opone al fascismo. Enlaza con el verismo de Giovani Verga, vecino del naturalismo y proclama su condición social y su antiesteticismo, se instala en el presente de masas y del compromiso (impegno) sociopolítico, defendiendo una función social antiburguesa bajo el criticismo marxista de Antonio Gramsci. En la literatura española de la misma época el socialrealismo y neorrealismo corren parejos al neorrealismo italiano.

Chavales del arroyo es una áspera novela –crónica de problemática social centrada en un personaje– grupo desclasado (Amerigo, Caciotta, Mozzone, Riccetto, etc), marginal que deambula perdido por el extrarradio romano, espejo de las zonas de un país inmersas en el hambre, la miseria, la delincuencia, el desclasamiento social, el abandono, la violencia y la falta de horizontes y oportunidades. A ello se añade, a lo largo de un dinámico y circular recorrido, otras lacras propias de un submundo casi infrahumano.

La novela, escrita en dialecto friulano por Pasolini, beneficia el factor espacial (inestable, irredento, salpicado de antros y chabolas) en detrimento del temporal y colectivo o grupal frente al individual. El ámbito de ficcionalización es más que escaso y, por contra, la actitud de agria denuncia se intensifica de principio a fin, recargando de negras tintas el mensaje. El neorrealismo se aprecia, también, en la mirada objetivadora, de cámara cinematográfica, que excluye comentarios, opiniones o prédicas teóricas de cualquier signo. Lo enfocado (que nunca es inocente) habla por sí mismo.

Hay en esta monocorde historia amplios márgenes de opacidad y silencio que el lector debe incluir por su cuenta, completando la panorámica de víctimas, de dolorosa y abandonada humildad, y omitiendo a los victimarios. Con menos –bastante menos– dureza, pero idéntico final trágico, nos viene a la memoria El Jarama (1956), de Sánchez Ferlosio, con sus personajes atrapados en una dura mediocridad y una asfixiante falta de horizontes que la literatura –ya que no la prensa– denunciaba... o intentaba denunciar en nuestro país.

25 mar 2022 / 01:00
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