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Reflexiones en torno a dos guerreros con torques

    hace unos días me encontré a un amigo, reconocido arqueólogo, que mostró su admiración por unos, digamos, pintores, con poca formación, que podrían calificarse como cubistas, ante lo cual le pregunté si en una excavación preferiría encontrar un Guerrero Castrexo o al Galo moribundo, ambos con torques. Me miró incrédulo, pues ¿Quién no hubiera dado lo que fuera, por encontrarse algo parecido al famoso Galo? Como se quedó pensativo le contesté:

    El arte es un reflejo de la sociedad, que decide la suerte de los artistas. El Guerrero Castrexo, aún probablemente siendo de la misma época que el original griego del Galo, nos habla de una sociedad arcaica, poco evolucionada, mientras que tras el Galo hay varias civilizaciones milenarias. La pintura, la escultura nacieron signos, luego esquemas, incisiones y manchas sobre una pared, piedras a las que se les dio una forma simple. Tras milenios de someter el natural a formas geométricas y a proporciones, apoyadas siempre en los conocimientos adquiridos, se llega al apogeo, tras lo empieza la decadencia, que se corresponde con un cambio de mentalidad. Sin embargo, al reiniciarse otra gran civilización se vuelve a pasar del monigote al dios, soberano o héroe, proporcionado, esbelto, porque los pintores y escultores con estudio y tesón, recuperaron la geometría, el valor de los números, el dominio del oficio.

    Lo mismo nos sucede a los pintores realistas, que empezamos y terminamos nuestros cuadros frente al natural. En primer lugar, nadie nace con el conocimiento del dibujo, las gamas de colores y el manejo de los materiales aprendido, si no que esto se consigue tras un largo y duro aprendizaje, que siempre fue así. Desde el Paleolítico hasta hoy, nos hemos formado, con buenos maestros, en el estudio de modelos tradicionales, y una vez asimilados, o sea cuando conseguimos educar la vista y la mente en las proporciones, en los ritmos, en los espacios, en la armonía de las partes con el todo y en el manejo de los materiales, hacemos nuestra obra con honradez y dedicación.

    Así nuestros cuadros antes de ser un retrato, un bodegón, un ramo de flores o un paisaje, surgen en nuestra mente ante cualquier estímulo exterior, unas manzanas en el supermercado, un paseo por el campo. Entonces buscamos objetos de unas determinadas texturas, formas y colores, los colocamos en nuestro estudio, y empezamos a pintar reduciendo el modelo a un esquema geométrico, trazando líneas, círculos, polígonos, con sus correspondientes vacíos. Una vez organizado el espacio pictórico, que no sale a la primera, empezamos a dar grandes manchas de color, siguiendo la forma y el colorido generales del modelo, que en principio son completamente abstractos.

    Corregidos, cambiados los elementos de lugar, un poco más a la izquierda, en el centro, quitar lo que sobra, poner lo que falta, equilibrar el conjunto sobre la marcha, seguimos el trabajo con manchas más grandes o pequeñas, con distintos tipos de pinceles, hasta conseguir el efecto deseado. Cosa que puede llevar varios meses, porque de un amarillo, de un azul, de un verde podemos hacer más de veinte tonos, que es necesario estudiar y elaborar con una paleta de colores elementales. También las pinceladas deben de tener un ritmo y un sentido. Así hasta conseguir algo armónico, bien entonado que define la personalidad de su autor. Es bastante más fácil reconocer a un pintor realista en su obra, que a los que siguen las modas.

    Con los paisajes sucede lo mismo, hay que observar, ver, mirar, hasta que algo nos conmueve, una luz especial, unos colores y unas determinadas siluetas, y es entonces cuando, una vez acomodado, el caballete y demás útiles, empezamos el proceso de esquema, mancha y definición, que va a dar lugar al mar, las rocas, los árboles, etc..

    La historia del arte es un continuo renacer y decaer. El gran arte surge cuando la sociedad y, por consiguiente, los artistas, que forman parte de ella, buscan un ideal. El ideal del Dios omnipotente, del Paraíso, del conocimiento, del refinamiento, siempre que se perdió esa búsqueda de lo superior y se dejó de lado la enseñanza teórica y manual, el arte decayó.

    Una sociedad consumista e impaciente, adicta a la velocidad y a la falta de tranquilidad necesaria para la reflexión, cuyos valores se basan en el poder económico y tecnológico, y los artistas más reconocidos a nivel internacional son asalariados de los grandes galeristas, que promocionan lo que venden, al margen de la calidad, a una clientela adinerada pero de escasa cultura humanística, e imponen unos criterios que sigue el arte oficial de los países satélites, será algo tan frívolo y vacío, que ni siquiera merecerá el nombre de arte.

    Así el Guerrero Castrexo se quedó en un estadio arcaico, intermedio, porque el escultor no vivía en el ambiente propicio para la adquisición de una formación completa, intelectual y práctica, que sí poseía Epígonas, supuesto autor del Galo, tras el cual había siglos de tradición artística, cuyo resultado es esa obra maestra del arte universal, que ayer, hoy y siempre nos conmoverá.

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