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Stromboli

    La isla volcánica de Stromboli, en el Mar Tirreno fue en 1949 el escenario perfecto para el argumento que dio origen al film con ese título, dirigido y producido por Roberto Rossellini, estrenado en 1950 y una de las obras centrales de la filmografía del gran director italiano.

    La historia de la película fue mucho mas allá de la ficción, ya que a raíz del encuentro entre Rossellini y la que sería principal intérprete, Ingrid Bergman, se creó una relación personal que provocó ríos de tinta.

    Por entonces la luminosa estrella sueca ya había rodado Casablanca y Encadenados, y buscó un acercamiento a Rossellini, en aquel tiempo en pleno éxito por sus películas, que marcaban el nacimiento del Neorrealismo: Roma cittá aperta (1945) y Paisá (1946). Él estaba dando un vuelco al cine de aquellos años, sus creaciones mostraban con crudeza la realidad paupérrima, oscura, de la posguerra, de sus gentes, descrita por medio de una narrativa personal, que aportaba una visión acentuada de los hechos.

    Ingrid Bergman expresa en aquel tiempo, en una carta dirigida a Rossellini, el deseo de trabajar en una de sus producciones, aceptando el director su propuesta, y con ese fin se traslada a Italia, abandonando América para adentrarse en un personaje totalmente opuesto a lo anteriormente representados. En Stromboli será Karin, una mujer refugiada, de marcada personalidad, verdadero eje de lan historia y que por las adversas condiciones de vida llega a contemplar el matrimonio como única solución.

    El actor Renzo Vitale encarna al prisionero de guerra, Antonio, en adelante su compañero, un personaje secundario en el film, rudo, originario de Stromboli. Juntos llegarán a la desoladora isla, y en adversas condiciones mantienen una extraña relación en un entorno hostil, de incomprensión para ella, en donde la vida transcurre en medio de un ambiente brusco en exceso, en contacto con aquellas gentes del mar, la dureza del territorio, el aislamiento, la presencia del volcán amenazador suponen una carga difícil de soportar, que hará mella en los sentimientos de ambos.

    La narración en clave documental, al estilo del Neorrealismo, con pocos diálogos, mayor gestualidad e imágenes en blanco y negro, va revelando la compleja cotidianeidad en la que las circunstancias se asimilan al árido e inhóspito medio poniendo a prueba la capacidad de resistencia de la protagonista, incapaz de encontrar, en aquel lugar, la paz.

    Pasado el tiempo, volviendo a recordar esa obra maestra de la cinematografía europea y por la vista de las imágenes, de fuego, lava y ruina que llegan de la isla de La Palma, se impone la reflexión y la consideración de la vida ante la amenaza latente e implacable de las fuerzas de la naturaleza, encarnadas en la ira de un volcán en erupción. Como figura mitológica, de igual modo símbolo legendario, el volcán significa la devastación, la catástrofe, el desafío, también la regeneración, y la contradicción conlleva en sí misma un inquietante atractivo que ha sido argumento para escritores, artistas y poetas. En las novelas de aventuras de Julio Verne, en la poesía de Pablo Neruda o en el cine de Méliès ha sido, en algunos capítulos, factor determinante.

    Y su proximidad fue necesaria para el novelista inglés Malcolm Lowry a la hora de crear su novela, Bajo el volcán, que transcurre en la ciudad mexicana de Cuernavaca, cercana al Popocateptl.

    Otra gran artista, Támara de Lempicka, se asentó después de una existencia ajetreada, nómada, en esa misma localidad, colonial, bohemia y culta. Contrariamente a la protagonista de Stromboli, recibió de aquellas tierras calientes energía y calma. Al final de su vida decidió que sus cenizas fuesen esparcidas desde una avioneta sobre el cráter del volcán que tantas veces sobrevoló. Su amigo el escultor y pintor Víctor Contreras dio cumplimiento a su último deseo en 1980.

    28 sep 2021 / 01:00
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