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The Rolling Stones regalan a Madrid un concierto sin precedentes en el inicio de su gira europea

Los británicos dieron un recital en el Wanda Metropolitano en la celebración de su sesenta cumpleaños, abriendo el concierto recordando al recientemente fallecido Charlie Watts

The Rolling Stones abrieron su gira europea (Sixty) en el estadio Wanda Metropolitano ante 53.000 espectadores. Una actuación que sin duda pasará a la historia como uno de los conciertos más importantes de la historia de la banda británica. El primero sin su batería, Charlie Watts, al cual rindieron homenaje nada más entrar a escena, con una emocionante sucesión de imágenes en las pantallas que rodeaban el escenario del estadio madrileño, en recuerdo al insigne componente de la formación.

En uno de los conciertos más esperados del año, los Stones han superado cualquier expectativa que el público pudiera tener. 78 años tiene Mick Jagger y Keith Richards. 75 Roonie Wood. La edad no fue un impedimento para verlos dándolo todo de sí, como si el paso del tiempo no les pasase factura alguna, en un concierto que se fue más allá de las dos horas de duración, donde se hizo un despliegue de temas de toda su trayectoria, que ya llega a los sesenta años. Anoche fue también el cumpleaños de otro de los miembros de la banda, Ron Wood, el más joven, que cumplió 75 durante un concierto que ha sido recibido con unánimes elogios por la fuerza y la calidad únicas (además de su historia) que mantienen en el presente a The Rolling Stones en la cima absoluta del rock & roll.

El grupo español Sidonie, Vargas Blues Band feat. John Byron Jagger fueron los teloneros del concierto que abrió la gira en la capital madrileña, la cual constará de 14 conciertos repartidos por toda Europa durante los meses junio y julio.

CARTA ABIERTA: 60 AÑOS EN LA CARRETERA.

La historia de la banda no sería entendible sin la relación de Mick Jagger y Keith Richards. Hay que remontarse a 1943, año en el que nacieron Jagger y Richards, ambos en la localidad de Dartford. En común, su origen. El hospital donde nacieron. Mes arriba, mes abajo. Cinco para ser exactos. La escuela donde estudiaron. Los compañeros de clase... Años más tarde, uno de ellos se mudaría, pero la vida guarda para los elegidos la casualidad del reencuentro. Nunca buscado. Sí necesario. Mick y Keith, dos chicos ingleses amantes de los ritmos del delta del Mississippi, tenían además en común el disco One Dozen Berrys, de Chuck Berry. En 1961, Keith, ya de vuelta en Darftort, con un disco bajo el brazo, estaba parado en la estación hasta la llegada del tren. La vida quiso que esperando aquel tren también estuviera Mick, el cual tuvo una fijación por aquel vinilo que Richards atesoraba bajo su brazo. Uno de Chuck Berry. El dichoso disco. Así lo contaba el guitarrista en una carta que encontró hace apenas una década, en la que relataba a su tía el encuentro: “Ya sabes tía Patt que me encanta Chuck Berry y creía que era el único que lo conocía en un radio de varios kilómetros a la redonda. Pero hace poco, una mañana, en la estación de Dartford, estaba esperando un tren con un disco de Chuck en la mano cuando se me acerca un tío que conocía de Primaria y resulta que tiene todos los discos de Chuck Berry, del primero al último. Y todos sus colegas los tienen también, y a todos les gusta el rhythm & blues, me refiero al rhythm & blues de verdad, no a la mierda de Dinah Shore, Brook Benton y compañía. Hablo de Jimmy Reed, Muddy Waters, Chuck, Howlin’ Wolf, John Lee Hooker y todo el material del bueno del blues de Chicago. Maravilloso. El tipo se llama Mick Jagger”. Por delante, el encuentro con Brian Jones, Charlie Watts y Bill Wyman, que allanaron el terreno para el surgimiento y debut de la banda. 1962 abría un camino que, a día de hoy, en 2022, todavía no se ha cerrado.

Su fijación y pasión por la música americana no es casual. El ya imborrable nombre del grupo, tomó como inspiración la canción Rollin´ Stone, de Muddy Waters, tótem omnímodo de la banda. Además, los temas de los nombres claves en la música americana de los años 50´, como el ya nombrado Chuck Berry, Jimmy Reed, Buddy Holly o Willie Dixon, darían forma al primer disco del grupo, The Rolling Stones (64), todo el formado por versiones de estos artistas, consolidando a los debutantes Stones como la mejor banda de blues de Inglaterra. Blues, o en un sentido más amplio, r&b. En la práctica, géneros y artistas todos ellos totalmente olvidados en la América de aquellos años. Sin la asimilación que la banda hizo de las raíces negras del género y, su posterior asentamiento en el público blanco londinense de inicios de los 60´, todos los artistas que engloba este contexto musical, seguirían, como en la época, estando radicalmente poscritos de la historia de la música.

Décadas después, en 1981, la banda, de gira en aquel momento, estaría presente en un concierto que Waters daba en el Checkerboard Lounge de Chicago. Su entrada, tarde, ya arrancado el concierto, a ritmo del clásico Baby, Please Don ́t Go. Dos minutos, consideró el bluesman. Tiempo suficiente para que este comenzase a llamar, uno por uno, a los miembros de la banda personados en el Checkerboard. Primero, Mick Jagger. Atónito. Desestima la petición. De su mirada, se puede intentar distinguir falsa modestia o bien un genuino rechazo. Quién sabe, quizás no se consideraba a la altura de compartir escenario con el gigante que tenía enfrente. Pero este último, rato después, insiste. Esta vez sí. Mick sube al escenario. Alguien así no puede ser rechazado una segunda vez. Surrara algo al oído de Waters y comienza a entonar, tímidamente, los versos que tocaban. Enseguida se enciende. Lo hace aún más cuando el bluesman pregunta: “¿Y qué pasa con Keith?”. Sube Keith Richards. No se lo piensa dos veces. Salta por encima de todas las mesas que divisaban su ubicación con respecto al escenario y, en un último salto antes de llegar a meta, apoya todo el peso de su cuerpo sobre una de esas grandes “mamas” que poblaban el local, la cual recibe con cordialidad el afectuoso gesto del guitarrista, tras ser usada como potro. Keith está en trance. No repara en lo más mínimo en el deber de saludar al anfitrión y va directo a conseguir una guitarra. Se planta a la izquierda del bluesman. Hasta que le den paso, únicamente estará focalizado en calentar los dedos y, en inhalar y exhalar el humo del cigarrillo que lleva en la boca. Muddy le da la señal. Comienza a tocar. De sus dedos sale un solo vertiginoso, a la par que sencillo, que inunda el local durante unos minutos, ante la atenta mirada de Muddy, que enseguida se deja llevar y comienza a contonear su cabeza. Al rato, Waters comienza a jalear cada punteo que sale de los dedos de Richards. El clímax de la canción está llegando y el bluesman llama al stone restante. Sube Roonie Wood al escenario para dar término a la canción, ya con todos los miembros de la banda sobre la palestra, como si de una reunión evangelista se tratase, sirviendo a los acompañamientos de uno de sus maestros, todo ello ante el sorprendido y distinguido público. Un círculo se cerró aquella noche de julio de 1981. Por qué, de no ser por los Stones, es muy probable que Muddy no estuviera tocando aquella noche. Y viceversa. El agradecimiento, que era mutuo, era palpable en cada nota, cada ritmo, cada armonía, cada gesto cordial o cada sonrisa genuina que dio luz en aquel local de la ciudad de Illinois.

Hasta 1967 y la publicación de Aftermath, primer álbum cuyas letras están compuestas en su totalidad por Jagger y Richards, no llegaría la primera gran obra de los Stones como banda, en la cual amplían ciertos registros, dónde ese blues negro y sudoroso, da paso a un pop más de la época, compitiendo en la misma escena músical que su gran “rival” contemporáneo, The Beatles o, coincidiendo con el Blonde on Blonde, de Bob Dylan. Es aquí donde salen a relucir las figuras de Watts, Jones y Wyman. El primero, la antítesis de la banda: tranquilo, hogareño, de formación jazzistica. El segundo, multiinstrumentalista, también de formación jazzistica, pero en seguida cautivado por la pasión al blues que compartía con Jagger y Richards, así como su modo de abrazar el hecho de ser una p*** estrella del rock. Y Wyman, cuyo dominio del bajo dejó impresionado al grupo, así como su capacidad para proveer a la banda de cigarrillos.

Le seguirían discos experimentales, marcados en gran medida por el contexto de la época. Esa época tan bonita y única de la historia de la música. Dónde los rivales de escena servían de motivación, impulsándose, en la práctica, a mejorar entre sí. Rubber Soul o St. Pepper de The Beatles o, Pet Sounds de los Beach Boys, son claros ejemplos de estas amistosas rivalidades inexistentes en la música actual. Época, por otro lado, de la guerra de Vietnam, la revolución del 68 ́ o el movimiento feminista. Contextos con los cuales podemos identificarnos, en su justa y cierta medida, a día de hoy. Sin embargo, con la distancia (necesaria) que procura el tiempo, vemos como una generación logró materializar todo esto en sus acciones. Generación apegada a otras corrientes, que no eran las dominantes, sí otras nuevas que se estaban gestando, rechazando el orden social y el sistema de valores imperante e impuesto y, por tanto, no discutido. La cultura americana de ese tiempo dejó una huella que, a día de hoy, todavía sigue presente, inexplicable sin el convulso contexto de aquel entonces, caldo de cultivo necesario para que “sucedan las cosas”. Las cosas, por tanto, pasan. Y cuando son de tal calado, dejan huella.

Algo similar sucedió en España durante la IIª República. De repente, un país que ni mucho menos estaba ubicado en el mapa, se convierte en vanguardia europea en pintura, literatura, cine... ¿Qué sentido tiene qué en la residencia de estudiantes de Madrid, coincidan a la vez en el tiempo figuras tan relevantes en la historia de España y de la cultura universal como Buñuel, Dalí o Lorca? Sin embargo, no todo responde al contacto y la cercanía de sus miembros ¿Por qué sino Miguel Hernández, un cabrero de Orihuela, que no conoce a nadie, está escribiendo lo mismo que muchos otros poetas a lo largo del país? O ¿Por qué un tío pintando en Francia está pintando lo mismo que otro en Holanda? Y así, sin previo aviso, en todo el mundo se desarrolla un movimiento cuyos integrantes están en consonancia, haciendo exactamente las mismas cosas, rompiendo y empezando todo.

Por consiguiente, algo tuvo lugar a finales de los sesenta y principios de los setenta en EEUU. Sucede qué se produce un movimiento musical que supone una improbabilidad estadística en sí misma. Se abre paso una nueva generación de jóvenes músicos, repleta de una cantidad desproporcionada de absolutos “fueras de serie”. La lista es inabarcable: Jimi Hendrix, Janis Joplin, Bob Dylan, Eric Clapton, The Doors, The Beatles, Led Zepellin, los mismos Stones... Además, sus contemporáneos responden al mismo patrón: Ottis Reading, Miles Davis, Marvin Gaye, Nina Simone... Gran parte de sus respectivas discografías, a la par que influyentes (y en algunos casos adelantadas a su tiempo, como por ejemplo el White Album de The Beatles), son incuestionables y rotundas obras maestras de la música. Todo parece apuntar a la necesidad de un contexto apropiado, que abra grietas en la sociedad que den lugar a situaciones que se muevan con el signo de los tiempos y, de este modo, tengan la posibilidad de tener cierto calado. No obstante, no hay explicación alguna a por qué todas estas influyentes personalidades coinciden en el tiempo. En muchos casos, sin contacto o relación alguna, pero sin embargo, sí expresándose en los mismos términos. Y que a su vez, todo ello esté secundado por un talento extraordinario y un espíritu vanguardista que, irremediablemente deja una impronta imborrable por la magnitud de sus pisadas. Que todo estos factores sucedan necesariamente de este modo, probablemente constituya la mayor incógnita de la cultura: O todos o ninguno.

En este contexto de los años 70 ́ y en su respectiva disciplina artística, los Stones se situaron en la cima. Poco poblada y de difícil acceso. Lugar común de los clásicos, imperecederos a pesar de la época. Creadores ecos de una generación, como Sympathy For The Devil o Gimme Shelter. Y, superando en el proceso, la prueba del paso del tiempo.

Between the Buttons y Their Satanic Majesties Request, responden a esta la línea marcada por el rock progresivo y los discos conceptuales de finales de la década de los sesenta. Discos con perlas como Ruby Tuesday o She´s a rainbow, pero que sin embargo, no supondrían el empujón definitivo que la banda buscada. Sumarse a la experimentación no era un escenario cómodo para el grupo. Además, estos serán los años de la caída y abandono vital de Brian Jones, que comienza a abrazar más de la cuenta determinadas sustancias, en detrimento de su producción musical y estado de salud. De este modo, la vuelta a las raíces trajo consigo una serie de discos imperdibles en la carrera de sus satánicas majestades y todo ello, de la mano de dos figuras imprescindibles para parir esta serie de obras maestras: el productor Jimmy Miller y el guitarrista Mick Taylor (que tendría su debut en Let it bleed) en sustitución de Brian Jones, cuyo repentino fallecimiento supondría un punto de inflexión en el grupo, dejando en el primero de estos discos, una joya imperecedera como lo es No Expectations. Renunciar a la vida al son del más bonito de los slide-guitar. Beggars Banquet, Let it Bleed, Sticky Fingers o Exile on Main St. (el cual acaba de cumplir cincuenta años) es considerada por muchos la cima discográfica de la formación, así como la consecución, en el caso de Exile, de uno de los mejores y más irrepetibles discos de la historia de la música.

Los años posteriores, fueron secundados por aciertos y desaciertos a nivel musical, con discos que alcanzaron la cima en nº de ventas para la banda (como Some Girls o Tatto You); con la entrada de nuevos miembros como Roonie Wood, predestinado a subirse y no bajarse de este buque insignia del r&b; con la despedida de otros, como Mick Taylor, Bill Wyman o el productor Jimmy Miller; o bien con los sonados desencuentros entre Jagger y Richards. Como es lógico, todo éxito, arrollador, deja a su paso un camino tortuoso, lleno de sacrificios y desventuras. Ya lo decía Mick Jagger: “No sé que me pasa, que lo veo todo negro”. Las drogas tienen su relación con la repentina e inevitable marcha de Brian Jones, así como con los problemas de Keith con la justicia británica, la justicia canadiense, los tratados internacionales... Pero también lo tienen con el proceso creativo, a la par que suicida y caótico, que dio lugar a Exile on Main St. Disco que, a su vez, no es explicable sin los problemas de la banda con la hacienda británica y su posterior mudanza a aquella mansión decimonónica de la costa francesa. En la práctica, jóvenes británicos multimillonarios, drogadictos, con avión privado y problemas con el fisco, que en el medio del sostenimiento de la frenética y desenfrenada realidad a la cual estaban sujetos, dejaron detrás de sus pisadas un legado incuestinable e irrepetible, además de un puñado de obras maestras que ya forman parte de la historia de la música.

Su último disco hasta la fecha, Blue & Lonesome, supone una vuelta al inicio del camino. Casi poética. Cómo si no hubiese otra manera de empezar a empacar el equipaje. Los stones, ya en la etapa final de sus vidas, parece que a modo de emular a sus grandes referentes, se sienten con la endereza y la sabiduría suficiente para actuar como tales. De nuevo y como hicieron en su primer álbum, todo el está conformado por versiones de clásicos del blues americano. Tal y como marca el nombre del disco, titulado como la canción de Little Walter.

Ayer tuvo lugar en la capital española el arranque de su nueva gira europea “SIXTY”, con motivo de la celebración de los sesenta años de la formación de la banda, la primera sin su batería Charlie Watts, fallecido recientemente y que hoy cumpliría 82 años. No hay mejor manera de abrir una gira, que está vez sí, prometen (de nuevo) que será la última. Esta sí que sí.

02 jun 2022 / 11:14
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