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¿Un xacobeo “ceciliano”?

Está siendo arrollador el redescubrimiento de Pauline Viardot en el 200 aniversario de su nacimiento (París, 1821-1910). Estrella que alumbró a otros, como dice una querida amiga, merece un alto rango en el olimpo de la interpretación y creación musical. Famosa en vida, es hora de perpetuar su estela y su álgida carrera en un mundo no fácil para una fémina. Junto a ella brilló su hermana María Malibrán, o La Malibrán a secas.

Ya su padre, Manuel del Pópulo García (1775-1832) no pasó desapercibido. A los seis años comenzó a cantar en el coro de la catedral de Sevilla. Con 17 debutó con éxito en el Teatro de Cádiz en el género de la tonadilla, lo que le abrió puertas en otras ciudades andaluzas hasta instalarse en Madrid, donde cantó en los Caños del Peral, estrenando sus propias tonadillas.

Puso voz a operistas como Paisiello y Cimarosa. Al prohibirse la representación de piezas escritas en español, comenzó a traducir libretos de operetas francesas. Por ello Salazar apuntó que debería denominársele el primer operetista, pues contribuyó a extender este género importado de Francia. No contento con hacer de traductor, les imprimió un aire hispánico o, para ser más precisos, andaluz.

Con la ayuda del actor Isidoro Máiquez formó dos compañías - una musical y otra de verso - en la capital. Ahí estrenó El poeta calculista, que incluye su más exitosa canción: Yo que soy contrabandista.

Se instaló en París en 1808. Destacó como tenor de ópera bufa, y pese a no haber cantado nunca en italiano, tras rápida preparación, alcanzó el éxito con La Griselda de Paër.

En Italia amplió estudios de canto y dio el “do de pecho” (do de sobreagudo) en la tesitura de tenor, un hito en el bel canto. El califa de Bagdad le consagró como compositor internacional, siendo elegido por G. Rossini para estrenar óperas, llegando a ser reconocido como uno de los mejores tenores de su tiempo.

En 1823 se fue a Londres. No le fue bien y decidió irse a Nueva York -luego a Méjico- para dar a conocer sus obras y las óperas de Mozart y de Rossini. En 1830 regresó a París y fundó una academia de canto, falleciendo dos años después.

María Felicia García (París, 1808-Mánchester, 1836) fue la segunda hija de Manuel García y Joaquina Briones. Adoptó el apellido de su marido (Eugène Malibrán) por el cual es reconocida mezzosoprano.

Educada bajo férrea disciplina, cosechó elogios a temprana edad debutando siendo niña junto a sus padres. Por el malestar político de la época, estuvo en Londres y después en América, siendo la “favorita” en todas partes. No dejó de trabajar hasta su prematura y accidentada muerte a los 28 años. Como cantante de ópera fue aplaudida a raudales. Como compositora dejó 30 canciones conocidas y otras de las que solo quedan noticias. Fue estimada por Berlioz, Schumann, Liszt y Debussy, para los que fue “única”.

El rastreo que de ella hizo Cecilia Bartoli (Roma, 1966) se materializó en un doble DVD (DECCA, 2008). En uno incluye un concierto que ofreció en Barcelona y en el otro un documental centrado en las vicisitudes de Cecilia y su encuentro con María.

Bartoli canta con gracia Rataplan de María Malibrán y Yo que soy contrabandista de Manuel García, además de otras escogidas arias italianas.

Cecilia también interpretó La cenerentola de Rossini, ópera elegida este año para iniciar la temporada del Teatro Real de Madrid. Sin desmerecer a otras voces, Cecilia es mucha Cecilia. Tantas notas y matices en tan poco tiempo, sin respiro, son muestra de una técnica que no se improvisa. Y Bartoli, a la hora de estudiar e hincar codos, no pone reparos, al igual que La Malibrán o La Callas.

En el año santo de 2010 pudimos disfrutar de Cecilia en Santiago. Un evento que atrajo a tantos que, si grande fue el despliegue de medios, más réditos dejó su estela en Compostela y en Galicia.

Voces como esta, guste o no la lírica, sea en pro de la cultura musical o como reclamo para este doble año xacobeo, merecerían figurar en nuestro cartel de invitados. Eso sería dar la nota... ¡con nota!

Su “Non più mesta” (Nunca más triste), rondó con cabaletta incluida, que cierra La cenerentola, ossia la bonta in triunfo de J. Ferretti y G. Rossini (1817), es soplo de aire fresco para cualquier instante.

Canta la protagonista: Ya no estaré más triste junto al/ fuego cantando para mí. Ah, fue un relámpago, un sueño, un juego ese sufrir mío tan/ largo.

Responde el coro: Todo cambia/poco a poco, / deja ya de padecer.

Me hago eco de lo que comenta C. Fuentes y Espinosa al señalar que este dramma giocoso llama socialmente la atención dadas sus características, que reflejan realidades complejas en forma de metáforas o literalmente.

Así, lo que parece árido, como a veces pasa con el bel canto, puede tornarse en placer insospechado, poco a poco... como aconteció en las vidas de María y Cecilia.

22 dic 2021 / 00:01
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