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Unos suenan, otros quisieran

Hay obras de arte que parecen imperecederas. Pongo un «parece» porque todos vemos cómo cambian los gustos y tendencias, y aun lo que era casi intocable se tambalea o desaparece.

Nadie que haya escuchado, por ej., el Ave verum de Mozart, ya sea en una boda, misa o concierto, ha quedado indiferente ante tal belleza.

¿Cómo puede resultar tan emotiva esta pieza de música clásica sacra, siendo tan breve y distante en el tiempo? Más de 230 años pasaron desde su creación, pero no deja impasible a los que viven escuchando todo el día este tipo de repertorio, ni tampoco a los que lo hacen de vez en cuando.

Se puede alegar, como hace J. A. Vallejo-Nájera: «Mozart... ¡¡¡Es Mozart!!!» (1988). En efecto, Amadeus fue un indudable e incomparable genio.

De todas formas, resulta fragante que piezas con el mismo texto y funcionalidad (léase: otro “ave verum” similar), de tiempos más cercanos y compositores que hace poco vivían entre nosotros, ni se les mencione ni tenga en cuenta en la programación actual de conciertos, ni menos en ceremonias o eventos en las que sus obras podrían interpretarse.

Doy fe de un caso reciente. Alcen la mano quienes conozcan el “Ave verum” de Ricardo Fernández Carreira. No es disculpa que no lleve un nombre tan pomposo: ¡Wolfgang Amadeus Mozart! «Fernández» en el mundo entero hay a millares. Y «Carreira» en nuestra tierra meiga, a montones.

Absurdo parece querer reivindicar la figura y obra de Mozart en el s. XXI. O quizás no tanto porque a este paso, escuchando a algunos que dicen que la música clásica es todo norma y aburrimiento, habría que comenzar a tomar medidas. Sin embargo, traer a colación a un autor gallego que dejó tan interesante y variado legado, como es el caso de Fernández Carreira, creo que no es osadía sino un gesto de obligado cumplimiento.

Su biografía, revisada y documentada, fue presentada en fecha reciente por A. Cancela, tomando nota de otros que le precedieron y estando en contacto con su gente.

Ricardo nace en Caldas de Reis (1881) y desarrolla su carrera en el entorno gallego, falleciendo en Compostela (1959). Se formó en la Banda del Hospicio tras el traslado de su numerosa familia a Santiago, aquejados de extrema pobreza, y con el maestro de capilla de la catedral, Manuel Soler. Estuvo vinculado -siendo su eventual director- a la Banda Municipal de Santiago. Llevó igualmente la batuta de la Banda de Música de A Pobra do Caramiñal. Tuvo iniciativas que perduran y salvaguardan su obra como la fundación de «Capela Lauda Sion».

Acarició la idea de la creación -tan necesaria para la música gallega- de una Orquesta Regional Gallega, y compuso piezas de diferentes géneros y formaciones hasta el final de sus días: para banda, ballet, música sacra, escénica, de cámara, sinfónica, para órgano, piano, etc. Como telón de fondo, habitualmente, la música popular gallega, con un empeño por crear un estilo personal, dejándose guiar por el contrapunto de J. S. Bach y el impresionismo de Debussy.

¿Qué influyó para que no fuese tan valorado como otros, en vida o tras su muerte? En parte, la inaccesibilidad a los estilos musicales foráneos entre 1940-60, y también el que él mismo no viajase fuera de su tierra.

Este «Ave verum» (A Pobra, ca.1915), para cuatro voces mixtas a solo de tiple o tenor con acompañamiento de órgano, se lo dedicó a Manuel Lago, obispo de Tui entre 1917-24.

¿Cómo suena? En vivo y en directo, se puede escuchar en la catedral de Santiago a cargo de la Escolanía Anxos de Compostela. Fue su director quien lo puso a circular de nuevo tras años de enmudecimiento. También está grabado por Capela Lauda Sion en el CD «Barbantia Sacra» (2012). En su sencillez y brevedad deja agradable percepción de serenidad y recogimiento, consustancial a un motete dedicado a la Eucaristía.

No me resisto a dar dos pinceladas del «Ave verum» de Mozart. Fue compuesto en el último año de su vida, entre pentagramas dedicados a una gran ópera (La Clemencia de Tito), una opereta (La Flauta Mágica) y su Requiem. Y, dicho sea, para la iglesia de Baden, de carambola y para aumentar sus capitidisminuidos caudales. Todo eso no resta para que esté imbuida de plena e inspirada espiritualidad.

¿Tenía Amadeus especial devoción al Corpus Christi, fiesta en la que se estrenó en junio de 1791? ¿Intuía la cercanía de su muerte? Son cuestiones delicadas pues el fuero interno no siempre aflora a la superficie. Valga decir que Mozart, aun metido de lleno en la masonería, era fiel católico de una Austria con vaivenes en cuanto a cuestiones religiosas.

El texto latino en el que se basa, atribuido a Inocencio VI (s. XIV), es un himno que desgrana a modo de meditación la Transustanciación (conversión del pan y vino en cuerpo y sangre de Cristo), doctrina abrazada por Mozart y Carreira.

En suma, la producción musical se renueva constantemente. Los clásicos no mueren. A los casi coetáneos, acerquémonos: aportan insospechadas sorpresas.

17 jul 2022 / 01:00
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