El sueño atlántico

Camino a la normalidad. Ese viene siendo el nuevo peregrinaje que nos impone la actualidad, tras un tiempo de silencio y sacrificio de gente anónima que sigue haciendo país a diario. Mientras la política habla de “estrategias” e “impacto” como si de una campaña de marketing se tratara, el aquí y el ahora, indican que nada ha cambiado y que las cifras ya no nos causan el efecto de antaño, por exceso de confianza.

Lo macroeconómico siempre ha importado más que lo próximo y así se fueron vaciando algunas de nuestras calles y la vida que había en ellas, porque faltaron los cuidados hacia aquellos que sintieron soledad y se vieron desprotegidos ante la situación, hacia aquellos que tenían un proyecto laboral personal con su pequeña empresa y aquellos otros que tuvieron que adaptarse para seguir aprendiendo y rindiendo con los recursos que tenían a su alcance. No ha sido fácil.

Es momento de que las instituciones amplien sus horizontes, por ejemplo, entre Galicia y el Norte de Portugal, para dinamizar y llevar a la práctica la colaboración interregional de cara a alianzas que inspiren una cultura del cambio e innovación ante los nuevos retos. Se ha hablado tanto de la Agenda 2030 y de los objetivos de desarrollo sostenible, desde la teoría, que resulta difícil ver algo así materializado porque las garantías que se ofrecen difícilmente son alcanzables al plantearse desde ese escenario global, que desconoce los recursos y las posibilidades que cada país o región puede reducir o promover. Son líneas muy difusas por la profundidad de las transformaciones que persigue, ya que no pueden ser abordados desde una lógica estatal y autonómica clásica.

Sin mecanismos de gobernanza, participación ciudadana ni redes descentralizadas resulta imposible de articular, porque son estas comunidades, las que están adscritas al territorio y son las que mejor conocen los problemas y sus posibles soluciones. Todo lo que hemos vivido debería ayudarnos a detectar todo aquello de lo que carecemos en la búsqueda de un mayor bienestar social y profesional común, mejor distribuido y más competitivo, construyendo un tejido asociativo, un modelo de innovación más horizontal e intersectorial, que deje de condicionar las oportunidades de progreso en materia de comercio, fiscalidad, I+D+i, etc a los ciudadanos que deseen aunar esfuerzos con otras entidades del entorno.

La sostenibilidad no significa reparar un daño ya realizado, como consecuencia de las condiciones de vida y del progreso humano, que en el fondo, es lo que estamos haciendo. De lo que se trata es de mejorar lo existente con mayor diligencia y agilidad para hacer valer nuestro potencial y los recursos con los que contamos como punto de partida para crear algo muy nuestro que podamos ofrecer a los demás. Y es la cultura la que nos hace únicos. Siempre ha sido así y por eso el turismo vino siendo el sector primordial de la economía de este país, pero se puede hacer mucho más, reinventando la tradición o incluso aumentándola en 3D.

Los modelos sociales cambian y nuevos tiempos implican nuevos métodos, antes de que esto se convierta en un breviario de podredumbre burocrática que genere desigualdad y descontento, porque siempre acaba desperdiciando talento, por falta de políticas activas funcionales y un sentimiento de alejamiento progresivo de las instituciones con la realidad, que las asientan en el conformismo.

Galicia, no merece una nueva normalidad, una vuelta a lo de siempre. Es más que un paisaje, una sensación o un sabor, como se dice en las vallas publicitarias, para convertirla en un producto de consumo. No dejemos que pase este tren de la digitalización sin llegar a una auténtica mediación, que la haga accesible y más humana integrándola en procesos participativos. Dejemos de deslumbrarnos con luces de otros días y que la luz de otros faros, alimente nuestro sueño atlántico.