Santiago
+15° C
Actualizado
martes, 23 abril 2024
16:11
h
ULLO

En busca del humanismo perdido

Josefina Fernández Miguélez / Consejera delegada de DomusVi

Hace sólo doce meses, el 25 de julio de 2020, la festividad del Apóstol Santiago hizo renacer en nosotros las ansias de lo que iba a ser, en el perfecto sentido de la palabra, un “año jubilar” compostelano. Después de once años de espera, asomaba sobre el horizonte un Año Santo -el de 2021- que debería distinguirse por la alegría, la tolerancia, la vuelta a la vida social y la indulgencia general. La idea del Año Santo es inseparable de la simbología del camino, o de la vida, cuyo sentido es conquistar, con esfuerzo y placer, las sucesivas metas volantes que determinan nuestro destino.

Pero las mieles del día del Apóstol de 2020 volvieron a ajarse. Las dificultades, las soledades, el miedo y la incertidumbre volvieron a hacer mella en nuestras vidas. Y sólo la conjunción de dos medidas venturosas –el desarrollo de las vacunas y la prolongación del Año Santo hasta finales de 2022- nos permiten vivir este 25 de julio con horizontes más abiertos y esperanzas mejor fundadas.

Entre estas dos celebraciones del Día de Santiago -cuando festejamos también el Día da Patria Galega- tuvimos que aprender dos lecciones de suma importancia sobre el modelo de vida de las sociedades, ciertamente avanzadas, que estamos construyendo. La primera trataba de la humildad, al comprobar la insospechada fragilidad de nuestra civilización y la necesidad de asumir que las catástrofes o las pandemias siguen siendo lo que siempre fueron, es decir, interrupciones imprevisibles de nuestro modo de ser, que nos obligan a recordar que, más allá de las tecnologías y el consumo que nos dan la sensación de falsa seguridad, seguimos necesitando solidaridad, vida social, compañía y la seguridad del núcleo familiar que la pandemia nos hurtó.

La segunda lección -muy repetida en la historia, aunque nunca aprendida- es que, como decía Guglielmo Ferrero, cada vez que las sociedades entran en una era cuantitativa -esa en la que sólo nos preguntamos cuánto tenemos, cuánto sabemos, cuánto fabricamos, cuánto compramos o vendemos, o cuánto consumimos-, se produce una desorientación moral que nos hace perder pie y nos deja a merced de todos los torbellinos.

La preeminencia de la actual sociedad tecnológica sobre cualquier otra etapa conocida de la historia es tan patente y engreída que, además de darnos una sensación de seguridad y poder más propia de los dioses que de los hombres, también nos hace creer que podemos prescindir de todos los demás constructos humanos -la moral, la trascendencia y los sentimientos más conectados con las limitaciones humanas, los valores de la convivencia y la afectividad-. Unos constructos humanos que siempre habían funcionado como eficaces amortiguadores de las incidencias que, analizadas en términos personales, siguen siendo tan amenazadoras hoy como lo eran veinte siglos atrás. Y por eso volvimos a ver cómo, igual que sucedía en los tiempos de Boccaccio, mucha gente volvió a escapar de las poderosas ciudades, fuertemente heridas, para buscar refugio en entornos más sencillos y humanos que le proporcionaban sosiego y seguridad,

He contemplado este fenómeno desde mi compromiso profesional y social más directo, que me obligó a observar la absoluta imprevisión que tuvieron los poderes públicos sobre lo que podía pasar en espacios sociales de amplísima prevalencia, como son los grupos de mayor edad que acumulan las sociedades más modernas. También he visto la paralela epidemia de soledad, tristeza, incertidumbre y desamparo que se abatió sobre gentes que se creían totalmente seguras en sus casas, en sus residencias, en sus familias o en sus solidarias aldeas rurales. Fue entonces cuando me vino a la memoria la ya citada idea de Ferrero, que me ayudó a entender que detrás de nuestra sociedad tan cuantitativa -materialista, decían los moralistas antiguos-, había una banalidad estructural que nos hacía vivir al borde del abismo.

Hoy, cuando celebramos el Apóstol en este Bienio Santo, estamos otra vez llenos de esperanza. Estamos emprendiendo tareas que estaban pendientes, afrontando reformas demoradas, proponiendo ideas que las experiencias avalan, renovando las ganas de vivir y de ayudar a vivir a todos los que nos rodean. Por eso me parece importante fijar este momento en nuestra memoria personal y colectiva. Porque, viendo que todo va encaminado a repetir lo vivido, y a volver donde ya estuvimos, es muy justo y necesario que lleguemos a todas esas metas con una mochila llena del humanismo y la solidaridad que hemos encontrado en el camino, con la humildad de quienes nos sabemos débiles, y con la fortaleza de los que ansían como destino la mayor felicidad.

  • Ver comentarios
Noticia marcada para leer más tarde en Tu Correo Gallego
Tema marcado como favorito