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Razón, rectitud y justicia

Rosa Elvira Caamaño Fernández / Pintora y profesora titular de la UVigo

Blien es cierto que en este día, y más en Año Santo, debería escribir algo relacionado con el Apóstol, sin embargo, con el permiso del Señor Santiago y de todos ustedes, me he tomado la licencia de hacerlo sobre un tema reiterativo e insistente hasta la saciedad, y consiste en victimizarnos a las mujeres a manos de verdugos implacables, los hombres, y aunque, desgraciadamente, existe un gran drama social y no niego cierta discriminación, merced al dinero público, esto se ha convertido en un esperpento en el que se incluye el idioma.

Es posible que mi punto de vista se deba al hecho de descender de mujeres inteligentes, valientes y luchadoras, a las que nada se les ponía por delante. Ellas me educaron en los principios de que la vida es difícil para todos y nada bueno se consigue sin esfuerzo ni constancia. También mi carrera profesional la debo a oposiciones y a plantar cara, aunque he tenido que vérmelas con hombrecillos no de poco si no de mucho plumero, razón por la cual discriminan todo lo que no sea como ellos, y con seres acomplejados, entre los que no faltaban nuestras propias congéneres.

Por ello creo que las mujeres no tenemos nada que reivindicar, puesto que sin nuestro instinto maternal la humanidad no existiría. Solo tenemos que valorarnos más a nosotras mismas. Valgan un par de ejemplos, desde que los hombres se metieron en los fogones han transformado nuestros ricos y abundantes platos en la sublimidad del no comer y a qué precios. En el diseño de moda femenina, en el que las grandes creadoras, innovadoras, liberadoras fueron y son mujeres: Coco Chanel, Mary Quant, Dona Karan,..., cuando ellos se han entrometido, han impuesto una mujer andrógina, esquelética y desnutrida, con atuendos holgados, de colores propios de vestimentas monacales, a excepción de otros que nos visten como a la mujercita que a ellos les gustaría ser. Y si de los experimentos resultara que alguno se quedara embarazado y , tras nueve meses de sufrimientos, diera a luz a algo similar a un monito, ¡ que grandísima epopeya ¡, ese pobre ser sería considerado el futuro de la humanidad, sin ninguna duda.

Personalmente, y a pesar de haber escrito un libro sobre pintoras, a las mujeres que más admiro es a las pescantinas de mi pueblo, cuando se levantan antes del amanecer en las frías y lluviosas noches invernales, pasan horas en las subastas, regresen a casa, llevan a sus hijos al colegio, van a la plaza a vender la mercancía, preparan la comida y por las tardes no descansan. A las mujeres en cuyas manos está la compra venta del pescado en la lonja de Vigo, el primer puerto de Europa y referente mundial en este tipo de transacciones, liderado en un 80 % por personal femenino. A las tradicionales madres solteras, abandonadas por hombres que no estaban a su altura y sacaban adelante a la prole, con valor y determinación. A la mujer del campo, de la fábrica, mujeres anónimas que constituyen un grandísimo ejemplo para todas.

Así me resulta habitual cuando encuentro, incluso fuera de España, gentes sobre todo del sur de nuestro país, que al oir mi acento, alaben los valores de la mujer gallega, como sería, trabajadora, muy luchadora, capaz de mantener una familia y espabilar al compañero. Una mujer independiente y decidida.

¿ Por qué hay menos mujeres científicas, escritoras, pintoras, ... que hombres? Pues sencillamente porque nosotras elegimos. Unas optan por dedicarse a la ingente labor familiar, lo cual implica ser: madres, esposas, educadoras, enfermeras, psicólogas, cocineras, administradoras y un largo etc, a lo que otras renunciamos a favor de una profesión más valorada y bastante mejor remunerada. Triunfar en estas dos opciones al mismo tiempo, es prácticamente imposible por la total dedicación que exige cada una, y aunque bien es cierto que cada vez hay más madres de familia profesionales muy competentes, ello se debe a su grandísima capacidad de trabajo y sacrificio. Creo que si las mujeres no destacamos en una determinada materia, es porque hacemos demasiadas cosas al mismo tiempo y nos especializamos menos que los hombres, que a pesar de lo que digan, por lo de pronto tuvieron una mamá que los encarriló y en la mayoría de los casos una mujer que, debido al mencionado instinto maternal, se hizo cargo de todos los trabajos para que él se dedicara a su especialidad, cosa que en muy pocas ocasiones ocurre en caso contrario.

Esta cuestión, tan actual, viene de muy atrás, mucho antes que Cristina de Pizan, en 1404, construyera su célebre Ciudad ayudada por las damas Razón, Rectitud y Justicia. Valoraba a las mujeres por sus cualidades éticas, su valor y determinación en todos los ámbitos. Tenía razón, es verdad que el mundo avanza gracias a las gentes de estudios, pero también a las que se dedican a la agricultura, ganadería, a los oficios, personas que con su honradez y buen hacer consiguen una sociedad cada vez mejor.

No creo que el camino de las mujeres sea, como nos proponen, imitar los peores defectos de los hombres, ni que ellos se transformen en nuestras caricaturas o nosotras en las suyas. Eso sí debemos de olvidarnos de los cuentos y no dejarnos engañar por la naturaleza, porque las hadas somos nosotras mismas, el sapo, la bestia, el apuesto vampiro y mucho menos Grey, jamás van a cambiar a mejor, los príncipes suelen tener demasiadas servidumbres, y efectivamente algunas brujas sí andan por medio.

Mientras los medios entretienen nuestras mentes en enfrentamientos de todo tipo, los peregrinos desgranan su Camino milenario guiados por un ideal, en el que la Razón, la Rectitud y la Justicia, hoy como ayer son valores inmutables.

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