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ARANTXA SERANTES // Humanista digital y Doctora por la USC

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FORMAS SIMBÓLICAS QUE COHESIONAN LA SOCIEDAD y hacen patente un determinado estilo de vida, pero todo apunta a una obsolescencia programada como si se tratase de un bien de consumo en peligro de extinción convertido en “experiencia” para los turistas lo que le resta intensidad y significado, cuando no es un sentimiento compartido o celebrado.

Los rituales hacen converger un espacio y un tiempo, porque nos invitan a recordar y a estabilizar la vida humana, dándole sentido a nuestra existencia. Celebrar el Día de Galicia invita a pensar en nuestro ser y sentir como gallegos. Ese hecho no debería ser foco de exaltación narcisista, sino un sentir colectivo que tiene su proyección en un lugar, en un país al que hay que estar agradecidos por su singularidad. Mientras la pandemia ha dado lugar a cien días de soledad, nuestra tierra seguía floreciendo y resurgiendo, siguiendo el ritual de la primavera, a pesar de la oscura metáfora de la “nueva normalidad” en el que la palabra rebrote, ya no supone una vuelta a los orígenes.

Cualquier celebración que se precie se convierte en la expresión simbólica de unos objetivos y valores colectivos. Una aceptación de una realidad ulterior que garantiza la permanencia como civilización. La búsqueda de una plenitud física y espiritual se alcanza cuando se despeja la incertidumbre sobre nuestra identidad, en la que aparte de ser ciudadanos del mundo, nuestra cultura imprime cierto carácter.

Cuando recreamos una tradición que emerge de la sociedad de antaño ignorando su significado, se convierte en un simple festejo. Cuando se dogmatiza, también puede racionalizarse demasiado. Habría que abogar por una mayor representatividad y alcance para que la población sea consciente y no se pierda el vínculo como algo fuera del ciudadano, porque en este tipo de vivencias hay que sentirse acompañado para sentir entre todos esa fuerza transformadora. No se debería protocolarizar toda nuestra vida social, pero sí cuando pretendemos que esta sea la expresión de la vida comunitaria. Hay que implicar a la sociedad de algún modo, para que redescubra y reconozca su implicación en el proceso y que no perdamos esa sensación de encuentro. La ausencia de conciencia colectiva no permite detenerse en la gran realidad de estar juntos viviendo la misma experiencia desde distintas individualidades.

El pensamiento de Ramón Piñeiro era muy elocuente en lo que se refiere a la posibilidad de una filosofía social unida a una cultura determinada a través de un sentimiento común. Creo que en esto somos grandes pioneros porque llevamos la saudade a otros pueblos a través de un intuicionismo y una fenomenología muy particulares. Nos realizamos cuando vivimos históricamente y la historia se realiza en nosotros. Sólo la trascendencia será sinónimo de superviviencia, no la mera costumbre. Que vivir como gallegos no sea sólo un eslogan. Sueña, vive, ama, Hogar de Breogán.

24 jul 2020 / 18:25
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