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El club Gallegos del Año escoge a Lucía Freitas, chef con estrella

Llena de resiliencia, así es la historia de esta premiada, que recuerda al ave fénix // Comienza a idearse la trigésima edición de la gran fiesta de la sociedad civil

Todas las ediciones de los premios Gallegos del Año son especiales. Sin embargo, en 2019 se celebrarán las primeras tres décadas de la gran fiesta de la sociedad civil, en donde se homenajea y distingue a personas y entidades sobresalientes en valores como el esfuerzo, el sacrificio o la constancia.

Y para muestra, la historia de superación de la chef Lucía Freitas, la cabeza pensante del recién estrenado Lume y A Tafona -en Santiago- y Tomiño -en Nueva York-, que, con su flamante estrella Michelin, se incorpora a este­ ­selecto club.

Pero ojo, carecía de vocación en su infancia, pues "siempre quise ser periodista, como mi padre". Además, "mi madre potenció en mí la lectura, y escribir siempre se me dio bien. Pero era muy mala estudiante, pararme ante los libros me costaba un mundo. En cambio, cocinar no. Me podía pasar horas, horas...", me cuenta.

Pero claro, "al no tener nadie en la familia que se dedicase a la cocina, era como una profesión que no me planteaba porque la desconocía. Sabía que era feliz cocinando, que me papaba todos cuantos programas y documentales había".

No fue hasta que una persona de fuera le dijo: 'Por qué no pruebas'. Y ahí se dio cuenta de que había estado mucho tiempo "ciega", como relata a este periódico.

Lucía Freitas comparte con los lectores el recuerdo de cocinar con su padre las galletas de nata cuando era muy niña. "Y eso mismo hace ahora con mi hijo, que tiene dos años y medio. Todos los recuerdos de infancia son así: pisto, huevos con tomate y jamón, empanadas...".

De hecho, "tengo un libro que se llama Mi primer libro de cocina y me acuerdo de intentar hacer alguna cosa con mi padre, como unas trufas, o con mis hermanos, con los que hacía muchas guarradas, como una tortilla a la que le echábamos todo lo que había por delante". Y bueno, "luego cuando ya tenía más edad, me gustaba cocinar para gente de fuera. El domingo venían todos los amigos a casa y me dedicaba a hacer cositas. Veía a Arguiñano y luego hacía mis pinitos".

La chef trasmite muchísima energía, se ve inquieta, curiosa, tiene madera de líder, "lo doy todo". Y añade que siempre fue "una persona muy perfeccionista", pero que se frustra con facilidad. "No tengo tolerancia a que las cosas no salgan como tienen que salir".

Se formó en el País Vasco "porque no tenía familia en la hostelería. Mi idea era lo que veía, lo que leía en libros (Arzak, Arguiñano, Subijana...). La suerte fue que conocí gente de Bilbao el verano que me estaba planteando dónde estudiar. Y como soy una persona muy de impulsos, llamé y fui a hacer el examen de acceso. Creo que fue lo mejor que pude hacer porque cuando estás en casa, no sales de las faldas de tus padres. Si te toca estar fuera, empiezas una vida nueva, Y me vino muy bien porque era muy ­introvertida. Empecé a florecer", asegura.

Asimismo, se formó en Cataluña para convertirse en chef repostera. "Algo que nunca entendí de los cocineros de grandes restaurantes es que muchos pecaban de no tener una buena pastelería. "Como tenía la ilusión de tener un restaurante y siempre he pensando que depender de terceras personas era una debilidad", decidió estudiar Pastelería, "como perfeccionista que soy. Porque yo, antes de tener miedo, decido. Eso es algo que me ha ayudado en la vida mucho".

Conoció al jefe de cocina de Carme Ruscadella, empezó a tener amistades en la Escuela de Gastronómicos.

"Luego me fui al Celler de Can Roca, fue una etapa muy dura, en la que derramé muchas lágrimas, no estaba habituada a las horas, a la presión". Más tarde llegaría a Mugaritz o El Bohío...

Sin embargo, es tan familiar, que al cumplir los 27 decidió regresar a su Galicia natal, ya que sentía la necesidad de estar cerca de sus seres queridos. Se planteaba si realmente valía la pena estar lejos de ellos.

"Dije que no, que podía seguir creciendo en mi tierra. Y así fue. Inicialmente me vine para trabajar a algún restaurante, pero no encontré un puesto porque vine en época mala (comienzo de año). Quiso irse de nuevo, pero "como todo pasa en la vida por algo, antes de marcharme me pusieron este proyecto en la mano, un restaurante en el que no tenía que desembolsar dinero por traspaso, sí hacer una pequeñita obra para ponerlo un poco personal. Y me embarqué en Tafona, que no era como es ahora. Se convirtió en un restaurante de menú del día, con un precio de 12 euros. ¿Qué pasa? Que cuando una persona hace las cosas como las hacíamos nosotros, cuando tienes una ética, una manera de trabajar..., al poco tiempo tenía el restaurante lleno de gente. Salí en El País Semanal como de los mejores menús del día de España".

Pero fueron años muy duros, "viví momentos en los que no tenía ni para comprar vino, me planteaba el cierre a pesar de tener el local lleno. Y es que cuando uno es cocinero y propietario, es una ruina. Prefería comprarme un kilo de trufa para mis clientes que un abrigo de invierno para mí".

Y llega un momento en que la burbuja explota", ­advierte.


RESURGIMIENTO. Y más tarde empezó a resurgir tras producirse el punto de inflexión más grande de su vida. Se ­presentó al certamen Cocinero del Año en 2016 y se quedó embarazada.

"Me di cuenta de que siendo madre tenía que tener un negocio rentable, debía darle un futuro a mi hijo. Llegué a la final recién dada a luz -mi hijo tenía 23 días-. Y bueno, una semana antes de ir, mi ayudante se rompió el tendón de Aquiles y me vi obligada a llevar a otra persona". Por encima, "yo casi no había entrenado, pues los productos que llevaba eran de temporada". Y eso fue muy terrible.

"Quedé de segunda y a pesar de que para la gente fue una victoria, fue una derrota". No obstante, "es cierto que a nivel publicidad me sirvió de mucho, ya que al poco de regresar del concurso, la sociedad se paró, me quedé sola con el restaurante, un bebé de un mes y dos ayudantes".

De ahí que conciliar "sea muy difícil". De todos modos, "tengo la suerte de tener unos padres y hermanos maravillosos, que se dedican en cuerpo y alma a mi hijo".

Tener la sonrisa de su pequeño cada vez que llega a casa "es lo que me carga de fuerzas para ir a mejor. Si trabajas duro, la vida te ­recompensa".

Por esa razón "digo que es imposible que una persona que pase lo que yo viví se convierta en un ­gilipollas. Sentí mucho apoyo de mucha gente", confiesa.


SU FACETA MÁS SOLIDARIA. Asimismo, Lucía viaja a Japón y trabaja en proyectos solidarios con damnificados del ­terremoto. Por otro lado, en 2019 "haré algo concreto para las ­mujeres, e iré a escuelas a lanzar un mensaje de positivismo. ­Porque si de algo soy ­abanderada, es que de todo se sale".

04 dic 2020 / 18:54
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