Crónicas con el viento del sur
Treinta años en EL CORREO GALLEGO. Toda una intensísima vida profesional, desde que en noviembre de 1990 los responsables del periódico apostaron por una joven periodista, casi recién aterrizada en Vigo, que ha explorado las infinitas aristas de la información de una ciudad poliédrica, con una apasionante vida económico-empresarial, laboral cultural y, sobre todo, política, guiada por Manuel Soto, su sucesor Carlos González Príncipe y su archifamoso lema “esta batalla la vamos a ganar” o el Manuel Pérez, que arrancó una contundente mayoría absoluta. A partir ahí, regidores también con marcadísimas personalidades como Corina Porro, Ventura Pérez Mariño y el imbatible electoralmente desde 2007, Abel Caballero.
Tres décadas de infinitas palabras, centenares de historias y de protagonistas. En los recuerdos sumados de más de 10.950 días de intensísimo trabajo se imponen un único sonido, un silencio estremecedor, y una imagen imposible de apartar de la memoria.
Nunca he podido olvidar, ni sobreponerme, a los desgarradores gritos de tres jóvenes madres al ser informadas de la muerte de sus bebés en el incendio de la guardería Dinky, en marzo de 1997. El sonido no ha dejado de retumbar en unos recuerdos en los que también se alojan el dolor de la familia de Déborah Fernández-Cervera, que apura la investigación para que se aclare la autoría de su muerte en 2002; así como la angustiosa búsqueda en 2006 de la joven de Baredo, Águeda González, cuyo cadáver fue localizado de madrugada en un monte de Baiona, o la indignación de la madre de la joven Ana María Enjamio al escuchar las declaraciones ante el juez de quien la asesinó en 2016.
¿La imagen? No puede ser otra que las de las playas de las Illas Cíes ennegrecidas por las balsas que formaban el chapatote del Prestige. Llegué al archipiélago en la primera expedición de voluntarios que salieron de madrugada del puerto de Vigo para examinar la situación del entorno natural. Cada paso por la isla representaba un sufrimiento al comprobar que la densa capa de crudo había sustituido a las aguas cristalinas arrojando a los arenales el asfixiante petróleo. Y tras la primera y devastadora impresión, llegaron las oleadas de voluntarios que desde tierra formaron interminables cadenas para retirar manualmente el negro resto contaminante y que apoyaron a los marineros que en el mar defendían el ecosistema del que depende su economía.
La imagen imborrable todavía humea. Son las calles de Vigo vacías, sin ruido, que en las primeras mañanas de la segunda quincena del mes de marzo destilaban el temprano miedo a la pandemia del coronavirus. A partir de ahí, solidaridad, porque los vigueses son así, fundamentalmente solidarios y muy combativos.
En este largo camino de 30 años hay otra infinidad de recuerdos: desde la captura del pesquero Estai en Canadá en 1995 y su llegada al puerto de Vigo, tras intensísimas jornadas informativas contactando con el patrón Serafín Blanco, siempre dispuesto a relatar la situación tras la detención por las autoridades canadienses, y sin cejar en defender que se encontraban capturando fletán en aguas internacionales. También del mar llegó en 2009 la crisis del secuestro del Alakrana por piratas somalíes, con la doble desesperación de la tripulación y, en tierra, de las familias que valientemente reclamaron su liberación.
Y entretanto, también he asistido a la impresionante transformación de las principales empresas de Vigo, desde PSA y el entramado de las industrias de componentes, a la modernización del sector conservero y de la pesca, a la crisis de potentes astilleros como Vulcano y Barreras que contrastan con la actividad de otros como Freire. También está impreso en mi memoria el fuego reivindicativo de los trabajadores del metal y de líderes como Ramón Sarmiento.
En estas tres décadas se han sucedido vivencias irrepetibles, como los conciertos de Madonna, los Rolling Stones, Celia Cruz... tantos, para decenas de crónicas veraniegas.