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ANA IGLESIAS SIXTO / Jefa de sección / Sociedad, Cultura, Suplementos

Del teletipo a las nuevas tecnologías

Personalmente, creo que no podría celebrar de mejor forma mi cumpleaños que con estos 50.000 ejemplares de El Correo Gallego, y reconozco que me encanta la coincidencia, supongo que porque el periódico ha estado muy presente en mi vida desde siempre. La primera vez que lo visité fue con una excursión del colegio en el que me daba clase de gimnasia Emilio Navaza, que por aquel entonces era también redactor en la sección de Deportes, y la segunda que entré en él fue para corregir textos de la Biblioteca 112 y ganar así un dinero extra mientras estudiaba la carrera. Un tiempo después, estando ya en la Universidad, volví para hacer mis primeras prácticas de verano como redactora. Fue entonces cuando viví mi primer Xacobeo, el del 93, que fue una celebración a lo grande, de la que tengo recuerdos increíbles. Para una veinteañera que siempre tuvo claro que quería dedicarse al periodismo, el poder comenzar a ir a ruedas de prensa, hacer entrevistas diarias, cubrir los grandes conciertos de artistas internacionales y vivir el ambiente de la redacción, que además era muy familiar y con una plantilla muy joven, fue una experiencia inolvidable.

Ahora me parece casi irreal haber vivido aquella época, cuando Víctor Tobío todavía escribía la lista de previsiones de los fotógrafos en su máquina de escribir, se sacaban las noticias de agencias del teletipo, se iban a buscar los carretes de fotos de las delegaciones a la estación de autobús para revelarlos en el laboratorio o se llamaba al Hispano o a la Churrasquita para que alguno de sus camareros nos viniese a traer los cafés. Es como si hubiese vivido otra vida. Una en la que Manolo Cea siempre estaba en su despacho, con las puertas abiertas, para solucionar los problemas de todo el mundo, porque él era así, generoso y conciliador, y no había nada que no arreglase. En la que no faltaban las sardiñadas y las hogueras de San Juan en Altamira; las ocurrencias de Qumata envuelto en el humo de tabaco, las correcciones ortográficas de Guillermo, a quien no se le pasaba ni una falta; las visitas de Navidad del señor Ínsua, que siempre nos traía caramelos, o las timbas que disputaban Sol, Losa, Caetano y Platero, a quien no hay un día que no eche de menos.

También me acuerdo con mucho cariño de las broncas y las risas, a partes iguales, de Domingo, cuando era jefe de taller; de los consejos maternales de Loli y de Carmen Outón; de lo muchísimo que aprendí de Mónica Sabatiello, Mar Guerra y Rober G, que eran y son unos grandes, y del ingenio de Luis Pousa, a quien admiro por muchas cosas.

Me encanta haber vivido ese periodismo de calle, la redacción en la zona vieja, los cafés en el Xavestre y las copas en el Modus después del cierre; las prisas para mandar todo al Tambre y haber visto alguna vez funcionar allí la rotativa. Sinceramente, creo que soy una gran afortunada por haber tenido esa experiencia en primera persona, aunque reconozco que vuelvo la vista atrás sin nostalgia, quizá porque soy de las que piensan que la vida está llena de etapas y hay que vivir cada una de ellas con lo bueno y lo malo que conllevan; que nunca son mejores o peores, sino diferentes, y que yo lo único que realmente echo de menos siempre es a los que ya no están.

Tengo mil vivencias de todos estos años, muchísimas junto al fotógrafo Nacho Santás, una de las personas más creativas, honestas y generosas que he tenido la suerte de encontrar en mi vida y con el que comparto millones de anécdotas, a cada cual mejor, porque por algo somos el yin y el yang.

He tenido la gran fortuna de haber podido hacer radio, de viajar por trabajo, de conocer a muchísimas personas interesantes, de ver nacer nuestra tele y crecer en ella, de haber formado parte de muchas iniciativas maravillosas que se han hecho desde el periódico y puesto en marcha otras que me han hecho muy feliz.

Y sobre todo, me siento muy dichosa de haber disfrutado de una época en la que el oficio y los medios de comunicación eran muy diferentes, y de haberlos vivido en un contexto económico que permitía hacer cosas que hoy son impensables. Pero también soy muy afortunada por los proyectos más recientes que siguen siendo mi presente y lo que han supuesto para mí a todos los niveles, de aprendizaje, de experiencia y de equipo.

Hoy, en mi cumpleaños y en el número 50.000, confieso que no tengo ni idea de lo que está por venir y que mi única aspiración es, simplemente, seguir siendo feliz con lo que hago cada día.

16 jun 2020 / 01:08
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