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IVÁN FERNÁNDEZ GARCÍA / Periodista / Sección de Deportes

Pianistas de historias

Y de repente me enfrentaba a un teclado. Yo, que nunca había mostrado interés por aquel viejo piano escondido en casa. Tocó entonces sustituir la grabadora y el micrófono que me habían acompañado en mi etapa radiofónica por ese martilleo de teclas, suave unas veces, irritable otras. Al fin, una redacción de un periódico es como una orquesta. Cada uno debe interpretar su parte para conseguir la sinfonía, para que el diario del día esté cada mañana en la puerta de su casa o en su quiosco de confianza. Una composición coral en la que todo ha de estar afinado, un tintineo de teclas que resuenan a coro por toda la redacción, con espacio para un solo cuando la noticia salta a última hora y las luces ya se van apagando.

Porque, en verdad, ser periodista, escribir en un periódico, es como ser pianista. Acariciamos teclas, o las golpeamos, según el estilo de cada cual. A veces nos sale una sonata triste. La mía, siempre con el mismo fondo y forma. Desde que estoy en EL CORREO GALLEGO no ha habido peor momento informativo que el vivido en la banda del Vero Boquete. Allí nos sorprendió el gol del Alavés B cuando la prensa local esperaba para entrar al campo y recabar las primeras impresiones de los protagonistas. El Compostela se volvía a quedar fuera de la pelea por ascender. Un déjà vu vivido también ya un año antes, en 2018. Los periodistas nos mirábamos los unos a los otros. Sin decir nada. No era necesario. Allí, pegados a la línea de cal, aguardábamos nuestro turno para salir al encuentro de los náufragos que se aproximaban a la orilla. Pedirle a un jugador con el rostro bañado en lágrimas y los sollozos entrecortándole la voz que describa su desdicha puede parecer una frivolidad. Quizás lo sea. Pero no queda otra. Es parte de nuestro oficio, una profesión que nos ha colocado como cronistas de la historia, testigos del tiempo.

Ese tiempo, precisamente, que todo lo cura. Porque en nuestra misión de dejar escrito cuanto sucede, cada día se revela con un aire renovador. Y al igual que a veces tenemos que informar de tristezas, también hay lugar para las noticias positivas. Quedarme con una sería torpe, pues es más aconsejable pensar que lo mejor está por llegar. Siempre. En cualquier ámbito de la vida.

En EL CORREO GALLEGO llevo casi cinco años, pero en realidad ya estuve aquí antes. Visité la antigua redacción por primera vez siendo niño. Una excursión del colegio se proponía llevarnos a conocer las instalaciones de un periódico. Y cuando ni me planteaba ser periodista, recibí mi primera lección. “Un periódico sirve para algo más que para leer esquelas”, nos dijo alguien cuyo rostro no he sido capaz de reconocer en la redacción, tantos años después. Quizás ya no esté, quizás haya cambiado demasiado o simplemente mi memoria sea excesivamente borrosa. Aquel buen hombre intentaba explicar a un puñado de renacuajos asustadizos que las decenas y decenas de páginas que componen cada ejemplar nos abren a un mundo mucho mayor que el simple hecho de acudir a él para enterarnos de quién nos acaba de dejar. Y así nos lo quería mostrar cuando se dispuso a coger una página al azar para explicarnos su composición. Una página que, para colmo de ese pobre hombre, resultó ser la de las esquelas.

Tanto tiempo después aquí seguimos contando historias, lo que sucede y lo que no, noticias buenas y malas. Observamos y contamos lo que vemos. Somos mensajeros, testigos del tiempo. Porque, y esta también fue una de las primeras lecciones, el periodista no crea la historia; el periodista cuenta la historia.

16 jun 2020 / 00:45
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