Santiago
+15° C
Actualizado
martes, 23 abril 2024
16:11
h
ARTURO REBOYRAS MARTÍNEZ / Redactor / Santiago

Un chavalote de cuatro kilos

Como cada jueves, nos disponíamos unos cuantos colegas a tomar unas tazas de ribeiro peleón en los principales templos de la chiquita del casco histórico compostelano, cuando de camino me encontré en la rúa das Orfas con José Antonio Pérez, amigo del alma de mi padre y uno de los periodistas que consiguieron para EL CORREO GALLEGO el prestigioso Premio Ortega y Gasset en 1990. Recuerdo que en medio de la charla le comenté que estaba pensando solicitar unas prácticas en el Parlamento de Galicia. Era una buena opción para un estudiante de cuarto de Ciencias Políticas, con un porvenir entonces desconocido, aunque lo cierto es que tenía mis dudas. Pepe me las despejó rápidamente con una propuesta espontánea: “¿Por qué no las haces en EL CORREO? En la sección de Galicia, cubriendo la política gallega, puedes aprender mucho”. Me pareció una interesante idea y tras consultarlo con la almohada me planté en la facultad para promover un convenio de colaboración entre Editorial Compostela y la USC.

Salió adelante y el siete de enero de 2014 me presenté con pose de acongojado recluta en el número 29 de la rúa do Preguntoiro. No era mi primer contacto con este periódico, ni mucho menos. Es de siempre el periódico de mi casa y desde el día que nací, cuando en sus páginas recogió que mi madre había dado a luz a “un chavalote de cuatro kilos”, siempre tuve una relación especial con el diario de la capital de Galicia. No obstante, creo que José Antonio me invitó a vivir la experiencia porque durante la carrera había hecho alguna que otra colaboración. Unos textos muy básicos, pero en los que pienso se podía apreciar de alguna manera un don que no había descubierto hasta aquel momento y que, hoy estoy convencido, heredé de mi abuelo paterno, Uxío Manuel Reboyras San Martín, funcionario de Hacienda y escritor aficionado que aprovechaba los ratos libres para redactar reflexiones y crónicas padronesas que luego publicaba en El Ideal Gallego o Faro de Vigo. El arte de juntar letras en los años cincuenta.

Así comencé las prácticas y a escribir en la sección de Galicia de esta cabecera, que alcanza con emoción y más energía que nunca su número 50.000. Casi siete años después, estoy seguro de que aquella fue la etapa de formación más provechosa de mi vida, porque en seis meses en la Redacción no solo descubrí una gran profesión, sino que también me di cuenta de que me apasionaba lo que hacía. Bueno, en realidad el periodo de aprendizaje todavía no ha terminado, porque en el mundo del periodismo se descubren cosas nuevas todos los días, cada vez que se sale al campo de batalla. Es un trabajo que no entiende de horarios ni festivos ni domingos, que te obliga a levantarte el 1 de enero después de una larga noche de copas para averiguar quién ha sido el primer bebé del año; pero, pese a todo, engancha. Y mucho. De hecho, mis amigos no me creen cuando les digo que soy un privilegiado porque no me cuesta trabajo ir a trabajar.

En octubre de 2014 pegué el salto a Local, la sección que cubre la capital gallega, donde seguimos al pie del cañón. En Santiago pude abordar otra dimensión de este ministerio: periodismo en distancias cortas, pero altamente adictivo, cautivador. Traté de implicarme rápido en la nueva rutina y la verdad es que los temas que abordamos a diario me entusiasman, simplemente porque se puede tocar todo aquello que está a tu alcance. Casi todo tiene cabida, siempre que suceda en Compostela. En Local he tenido la oportunidad de cubrir desde visitas del rey hasta los Fuegos del Apóstol, pasando por sucesos –quién se puede olvidar del caso Asunta o del robo del Códice Calixtino (menuda mojadura me pillé en Noalla (Sanxenxo) en busca del exelectricista de la Catedral, atrincherado en su ático de veraneo– o grandes acontecimientos: la apertura extraordinaria de la Puerta Santa, campañas electorales como la de las municipales de 2015, cuando acabé postrado en la cama con una ciática del copón... Y también pude hacer alguna que otra incursión fuera de lindes con motivo de un concierto de Julio Iglesias en Lisboa, por ejemplo, o la enxebre y opípara romería gallega que organizó Pepe Domingo Castaño en Madrid para gente de toda España. No solo eso, sino que esta casa me abrió muchas puertas para poder participar en numerosos proyectos de ámbito internacional, que sin duda sirvieron para enriquecerme como profesional y persona.

Lo cierto es que en esta andadura me he encontrado con personalidades de lo más variopinto: entrevistar a Raphael es todo un reto, porque es un hombre de respuestas cortas y también un poco cortantes; sin embargo, con Bertín Osborne me podría pasar horas de charla y carcajadas. Eso sí, con una botellita de albariño y un queso del país de por medio. Son solo dos ejemplos de una larga lista que incluye a políticos; cardenales y arzobispos; cocineros multiestrellados como Juan Mari Arzak, Ferran Adrià o Martín Berasategui, empresarios, estudiantes, profesores, médicos, comerciantes, hosteleros, policías, militares, pilotos, peregrinos... De cada uno de ellos, con su gran o pequeña historia, siempre he aprendido algo nuevo.

Por eso no puedo acabar estas líneas sin gritar GRACIAAAAAS. A ELCORREO y su director, José Manuel Rey, que me acogieron con los brazos abiertos y me brindaron su absoluta confianza desde el minuto uno; a las personas con las que he compartido cada día de trabajo; y, de manera muy especial, a todos mis compañeros. A ellos les debo todo lo que sé de esta profesión que, al menos para mí, se ha convertido en una filosofía de vida. Hoy brindo por la empresa centenaria en la que tengo el honor de trabajar, por la edición 50.000 de nuestro periódico, pero sobre todo por ellos. Por esta gran familia. Lo siento, pero seguiré aporreando el teclado.

16 jun 2020 / 00:52
  • Ver comentarios
Noticia marcada para leer más tarde en Tu Correo Gallego
Tema marcado como favorito