Santiago
+15° C
Actualizado
martes, 23 abril 2024
16:11
h
JOSÉ FRANCISCO RODIL LOMBARDÍA / Periodista

Un granito de historia compartida

Ciento cuarenta y dos años es mucho tiempo incluso para un periódico, en esta era de lo efímero y de las perseverancias fugaces. EL CORREO GALLEGO cumple ahora esa edad y suma cincuenta mil números editados. En mi breve paso por la redacción del periódico (1982-85) me siento parte de esa larga y nutrida historia, mínima pero significativa para mí.

Llegué a Santiago en enero del ochenta y dos. Una maleta no muy grande y la ilusión por ser gacetillero era todo mi equipaje. Me presenté en el periódico en esas horas muertas de la tarde. Demasiado pronto para encontrar la redacción en su ambiente álgido. Las instalaciones estaban desiertas. Las máquinas paradas. Entonces los diarios cerraban a deshora. Los redactores apuraban el trabajo de calle antes de sentarse a escribir. Porque las noticias estaban fuera. Las verdaderas noticias siempre están fuera. Hoy las redacciones son estáticas. El rastreo de la calle se ha perdido.

Me sentí en familia desde el primer día. EL CORREO que conocí era una casa cercana, hospitalaria, con pautas de institución familiar. El periódico estaba entonces en la calle Preguntoiro. En el centro histórico. Descubrí un equipo leal y voluntarioso. Comprometido. Trabajadores que se sabían parte de una institución de servicio a la sociedad y asumían su papel con pundonor.

Juan María Gallego era el director. Hombre bueno y culto, delicado escritor, de amena conversación y no falto de sentido del humor. Me gustaba charlar con él al terminar la jornada, en la laxitud de esas horas que precedían al cierre, entregados ya los últimos textos, cuando la Berenguela estaba a punto de dar las doce.

La información política y parlamentaria, y una sección diaria, Sin Máscara, donde trazaba las semblanzas de personajes singulares de la ciudad, eran las tareas de mi incumbencia. Un trabajo de exploración, de rastreo, de confidencias. Quehacer intenso, ininterrumpido, sin horario. Pero gratificante.

Mi mayor ocupación era el parlamento, entonces en el salón artesonado de Fonseca. Interminables comisiones. Plenos hasta bien entrada la noche que debatían y aprobaban las leyes estatutarias con las que se gobernó Galicia en estos años.

Mi mesa estaba al lado de un balcón que se abría a la calle Altamira. Desde allí observaba el movimiento de la Plaza de Abastos. Era agradable escuchar el bullicio entremezclado con las voces de las pescaderas, el regateo de los compradores, el conversar tranquilo de las gentes; risas; algún cantar. El ruido que llegaba del mercado era como el latir acompasado del corazón de la ciudad.

Nada que ver la bullanga cadenciosa de las mañanas con el fragor de la redacción en las últimas horas de la tarde. Los redactores al completo. El humo del tabaco llenaba la redacción de una niebla densa y áspera que irritaba los ojos. Voces, gritos, conversaciones, teléfonos que no paraban de sonar; el traqueteo desbocado de los teletipos y, de fondo, el tecleo persistente y apasionado, arrebatado de las máquinas de escribir, escupiendo palabras, números, nombres, que los alquimistas del taller transformaban, de madrugada, en la edición del periódico del día siguiente.

El ruido de la redacción acababa por surtir un efecto atemperante. Un delirio semejante al estruendo de un combate (literario) con el tufo a tabaco sustituyendo el olor a pólvora y el traqueteo predominante de aquellas Olivetti, duras como tanques.

Por las mañanas, nos complacía observar a la gente en el café informarse por el EL CORREO GALLEGO nuestro periódico. La visión de los parroquianos enfrascados en leer y comentar las noticias compensaba nuestro esfuerzo. Nos estimulaba a enfrentarnos de nuevo con la página en blanco.

La cultura es la base de un buen periodismo. La cultura y la instrucción ética. Pero la práctica es lo que hace al periodista. En eso EL CORREO fue para mí una escuela fundamental de periodismo.

Tiempos de los ochenta, de transformación de la sociedad y también de este periódico, que renovaba sus contenidos, su formato y su escuadra periodística. La redacción se llenó de profesionales jóvenes, los primeros que salíamos entonces de la Universidad. Compartíamos faena con los veteranos, los de la vieja escuela, que continuaban al pie del cañón; nosotros como infantería ligera, ellos en un trabajo de mesa. Sentíamos aquella pasión que nos ardía por dentro: el periodismo.

He acuñado en EL CORREO una pequeña y para mí importante parte de mi biografía. Ahora solo pido compartir un granito de la centenaria historia que hoy certifica el rotativo compostelano, al que deseo larga vida.

  • Ver comentarios
Noticia marcada para leer más tarde en Tu Correo Gallego
Tema marcado como favorito