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XXIX EDICIÓN DE GALLEGOS DEL AÑO

Alfredo García Allut, nueva incorporación al club Gallegos del Año

El prestigioso neurocirujano, discípulo de los doctores Reyes y Rumbo, lleva toda una vida dedicada ,“con amor y esfuerzo, a la medicina”

Una vida dedicada a los pacientes, “con mucho amor y con bastante esfuerzo”. Así podrían resumirse los 42 años de profesión del neurocirujano Alfredo García Allut (Noia, A Coruña, 1953) que entra a formar parte del selecto club Gallegos del Año con “una enorme ilusión”.

Confiesa a EL CORREO que “es un honor. Que una vida dedicada a la medicina se vea culminada con un reconocimiento tan importante como este me parece realmente algo digno de agradecer, me emociona y me llena de satisfacción”.

Y es que su actividad profesional en el CHUS concluirá en junio tras 42 años de trabajo, una etapa “intensa, maravillosa, deliciosa por su aprendizaje, de muchos retos, de llevar adelante técnicas que no se hacían”.

Cuenta que algunos de estos esfuerzos “los lideré yo, otros fueron liderados por compañeros míos, como los doctores Reyes y Rumbo, Prieto...”. En la actualidad, Serramito y Santín, que han hecho que la medicina sea cada vez mejor, más segura, que resuelva cada vez más cosas y que cause menos sufrimiento”, gracias a la formación que reciben los neurocirujanos, así como a la aparición de la tomografía computarizada, la resonancia magnética, los microscopios quirúrgicos, los ­endoscopios…, es decir, “un montón de tecnología” en la que el especialista debe formarse para ayudar más y mejor a sus pacientes.

Para ser buen médico... Eso sí, una persona que no sienta empatía por el que sufre “puede ser un buen técnico, pero difícilmente será un buen médico”, quien ha de tener “capacidad de estudio, humildad, autocrítica... y un puntito de valentía, sobre todo en las especialidades quirúrgicas”.

Cuando el paciente “se sienta frente a ti en la consulta, tienes a una persona con su alma desnuda, llena de miedo, llena de angustia, de ­sufrimiento interior... No sabe lo que le va a pasar. Y tú tienes que ser para él ese punto de confianza, ese individuo que lo coge de la mano en ese ­momento y le dice: ‘Ven conmigo, te voy a ayudar’. Muchas veces puedes, a veces no lo consigues. Y cuando es así, la ­responsabilidad que te impones te hace sufrir”.

Por eso, esta es una profesión en la que hay multitud “de momentos de ­satisfacción”. Como por ejemplo, recuerda el doctor Allut, “cuando resuelves el problema de una chica embaraza, con un ­tumor enorme en la cabeza, que se está quedando ­ciega, que teme no sobrevivir, que teme no poder ver a su hijo y... de pronto sobrevive y lo ve. ¡Eso no tiene ­precio!”.
Cuando el especialista se encuentra con casos así, “se te esponja el espíritu y me digo: realmente lo que hago vale la pena”.

En cambio, otras ­veces crees que podrías resolver el ­problema, y las cosas empiezan a ­torcerse... , porque el cuerpo humano es “una máquina muy compleja que no dominamos al 100 %. Entonces, el sentimiento de frustración te dice que hay que seguir investigando y si te surge la pregunta de si has hecho algo mal, siempre –y aunque la experiencia va ayudándote a responder esas preguntas– la incertidumbre te queda dentro”.

Por eso hay noches insomnes, aunque también las hay en las que “te acuestas con una sonrisa”.

Por tanto, los éxitos no son gratuitos. El sacrificio es inherente a ellos, aunque “lo que haya tenido que pagar ha valido la pena –muchas horas de estudio, tiempo separado de la familia porque has estado en el extranjero trabajando, angustias, preocupaciones, ¡pero quién no las tiene!”, asegura.
Y es que la medicina es “una amante excelsa, tú le dedicas tus mejores ­esfuerzos y a cambio ella llena tu vida”.

Siempre quiso ser cirujano, desde pequeño. Su bisabuelo José Lestón era médico, al igual que su padre y los hermanos de su abuelo Ezequiel. Recuerda que la primera vez que entró en un quirófano fue en una intervención de apendicitis que hizo Fernández Albor –“operaba a un paciente de mi padre. Quedé maravillado”.

En los 70, cuando las mujeres aún daban a a luz en sus casas, “odiaba cordialmente los partos” , pero su padre le enseñó a quererlos cuando le dijo: “¿Y la alegría que dejas en una casa con un habitante más? ¿Eso no cuenta? Claro que contaba”.

De ahí que tenga “que agradecerle muchísimo a mucha gente, empezando por el doctor Reyes, porque cuando yo dudaba, me empujaba a dar un salto adelante. Tenía una visión de que el neurocirujano debía estar al tanto absolutamente de los cambios tecnológicos y de los avances científicos.

El segundo de mis maestros fue el doctor Rumbo, al que le guardo, además de un gran respeto profesional, un enorme cariño.

También el doctor ­Menchacatorre, un neurocirujano que venía de Cincinatti, que solo estuvo un año y luego se fue a Bilbao. Era mi adjunto, cargado de ilusión, con ganas de aprender. Fue el que me desasnó”.

Y a mis compañeros de trabajo e incluso mis médicos residentes en formación, porque es mal alumno “el que no aprende nada de sus maestros y mal maestro, el que no aprende nada de sus alumnos”.

¿Y los pacientes también dan lecciones? “Un montón”, afirma, porque “aprendes a vivir, a encarar la adversidad como la de un compañero profesional tuyo, María, al que acompañé los dos últimos años de su vida, y que tenía un blog. Lo operamos en dos ocasiones y, por desgracia, tenía un tumor maligno que acabó con su vida. Pero con qué valentía encaró su enfermedad y su final!

Romy, su compañera de viaje desde los 17. Fue la única mujer de la que yo me he enamorado. ¡Soy muy afortunado! Me ayudan su bondad y su inteligencia. Mi mujer está superdotada de virtudes. Es la persona más ordenada y metódica que ­conozco. Ese gen no lo tengo yo. Tiene buen gusto, es ­elegante..., y jugamos juntos al golf, “una actividad muy relajante que me hizo ­aprender a ver el mundo con otros ojos ­porque me ha permitido ­conocer a gente de todas las profesiones”.

Piloto de avión que sobrevolaba las Rías tras salir de una guardia, esquiador, patrón de embarcación de recreo... el doctor Allut es “como una obra a medio hacer, siempre en evolución, ­preocupado por aprender. Sigo muy motivado y me encanta mi trabajo”.

Y se le nota, porque se marca objetivos para los próximos años. Uno de ellos, reintroducir la cirugía ­craneal en HM Rosaleda –una vez que se cree la unidad de cuidados intensivos– a través del grupo neuroquirúrgico que fundó hace cuatro años con los doctores Santín y Serramito, “dos cirujanos extraordinarios a los que he visto crecer desde su primera intervención. Me siento”, concluye, “tremendamente afortunado”.

17 mar 2018 / 23:17
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