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De la osamenta y sus amiguitos (III): el aceite de hígado de bacalao

  • 25 oct 2020 / 00:10
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OLEUM MORRHUAE, o aceite de hígado de bacalao, que como su propio nombre indica consiste en aceite extraído de hígados de bacalao del Atlántico (Gadus morhua), el cual era un verdadero concentrado vitamínico natural en retinol (vitamina A) y en calciferol (vitamina D) y se utilizaba como eficaz remedio para prevenir el raquitismo en los chavalines enclenques allá, entre las décadas de los 40 y 60. En efecto, dicho aceite representa una fuente inestimable de vitaminas A y D, que como usted ya sabrá por mis dos artículos anteriores, en la naturaleza siempre vienen juntas, tal y como podemos constatar en la mantequilla, sardinas o las yemitas de los huevos camperos -COOT, COT, COT.

Pero espérese, que este concentrado vitamínico también aporta ácidos grasos omega-3 (EPA y DHA) y por ello puede ser utilizado para aliviar las enfermedades reumáticas -CREK-CREEEK!- dado el potencial antiinflamatorio intrínseco de estos lípidos, si bien es cierto que los aceites prensaditos de pescado (lípidos de origen muscular, no hepático) están más concentrados en omega-3. Pese a todo, el que quiera un suplemento de omega-3 como la copa de un pino entonces que opte por el aceite de krill, donde los ácidos grasos no vienen en forma de triglicéridos sino en forma de fosfolípidos, lo que mejora el índice de absorción-biodisponibilidad multiplicándolo por cinco (x5) con respecto a los aceites de pescado, eso sin contar con el aceite de krill ya lleva incorporado el antioxidante natural -uno de los más potentes hallados en la naturaleza, llamado astaxatina- que impide que los frágiles lípidos omega-3 se oxiden y corrompan.

Sea como fuere, el aceite de hígado de bacalao también se puede usar como suplemento de omega-3, pero la verdad es que está más rebajadito y a día de hoy la gente prefiere echar mano de las otras opciones. Además, el sabor “genuino” de las primeras versiones de aceite de bacalao -seamos sinceros- era realmente asqueroso: a pescado podrido macerado en aceite rancio, ¡¡¡por eso los niños salían pitando, al escuchar la campanilla!!! (CLING, CLING!! PROO-ROOMPOOH!!) Diga usted que a día de hoy, el aceite de hígado de bacalao que se sigue comercializando tiene un sabor mucho más grato, que en el peor de los casos nos recuerda ligeramente al de las sardinas frescas; incluso los hay con esencias de menta o limón. ¡Ja! Me imagino que los niños, en su día, se quedaron mucho más tranquilos cuando una de las más populares marcas de aceite de hígado de bacalao (la famosa Emulsión de Scott) se le comenzó a añadir, a su fórmula clásica, esencias cítricas, para disimular su infecto sabor.

Desde el principio de esta terapia, el aceite de hígado de bacalao se obtenía cocinando al vapor los hígados de este pescado -PLOF, PLOF!- prensándolos luego para extraer el aceite -CREEK-CREEEK!-. Por el contrario, los aceites de pescado ricos en omega-3 (aunque más cortos en vitaminas A y D) se extraen de los tejidos grasos y/o musculares de las piezas, cocidas enteras. El protocolo de administración infantil, a mediados de los 50, empezaba al finalizar el otoño o comenzado el invierno; piénsese que los niños hasta hace bien poco corrían, saltaban y jugaban ellos solitos por el parque, jardín o los aledaños del hogar y pasaban muchísimo más tiempo al aire libre que los de ahora (que los tenemos idiotizados y sobreprotegidos en casa todo el santo día) con lo cual, a la sazón, existía un riesgo real de una hipervitaminosis A-D en el período estival si se administrasen dosis continuas o prolongadas, por lo cual la terapia vitamínica se acotaba a los períodos más fríos del año, con rachas de componente norte.

Los textos médicos del siglo XIX dedicaban un gran espacio a las propiedades de este aceite, y en algunos países como Inglaterra, Alemania u Holanda lo han aplicado en afecciones de tipo reumático (incluida la gota), así como prevenir los catarros crónicos (debido a la inmunodepresión), la caquexia (debilitamiento de los músculos), el raquitismo en los niños e incluso -administrado por vía tópica- para prevenir distintos tipos de dermatosis.

Pero las viejas técnicas han caído en el desuso, o casi. Aunque ya no sea tan popular a día de hoy, el aceite de hígado de bacalao sigue comercializándose todavía, más desde que existe constancia fehaciente de una pandemia de hipovitaminosis D a escala mundial debido a que cada vez se toma menos el sol por miedo a los rayos ultravioleta (un cuento chino de la industria de los cosméticos) y a la ingesta masiva de comida ultraprocesada, carente de vitaminas A o D.

¿Conclusión? Pues que el aceite de pescado -o de Krill- va estupendamente bien a la hora de prevenir la artritis, reuma o enfermedades cardiovasculares, debido principalmente a que contiene la inflamación; mientras que el aceite de hígado de bacalao sería un estupendísimo complemento, incluso a día de hoy, para prevenir las muy diversas patologías óseas tales como la osteopenia (huesos frágiles), osteoporosis (huesos porosos) o raquitismo, pero también es un inmuno-estimulante caralludísimo, debido a que eleva los niveles en el cuerpo de las dos únicas vitaminas que actúan en el cuerpo a modo de hormonas: el ácido retinoico (una de las 3 formas biológicas de la vitamina A) y el calcitriol (u hormona D)... ¿te da cuén?

Dedicado al pater familias (o sea, al doctor Carro), por ser el mayor auctoritas en la Historia de la Medicina y un tío excepcional, a secas.

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