{ tribuna }

Los carros que enviará la OTAN no servirán de mucho

Joaquín Rábago

Joaquín Rábago

LOS CARROS DE COMBATE europeos y estadounidenses que ha prometido enviar la OTAN a Ucrania apenas cambiarán la situación en el terreno de batalla, según muchos expertos militares.

En primer lugar, buena parte de esos tanques no estarán operativos antes del verano y Ucrania tendrá que esperar la llegada de otros, por ejemplo, los Abrams estadounidenses, seguramente hasta finales de año o tal vez 2024.

Rusia dispone actualmente, según los analistas, de un total de entre doce y quince mil carros de combate y puede ya desplegar en el frente aproximadamente una décima parte de los mismos.

Los rusos afirman además haber destruido en once meses de guerra unos 7.500 carros y otros vehículos blindados de la Fuerzas Armadas del país invadido.

Los tanques que envíe además la OTAN –Kiev quiere al menos trescientos, pero no se sabe cuántos llegarán finalmente– estarán expuestos desde el momento en que entren en Ucrania al fuego enemigo: ya sea de los misiles, la aviación o la artillería.

La eficacia de cualquier sistema de armas, ya sean tanques o lanzamisiles, depende además en buena medida de la disponibilidad de personal militar, de su capacidad de sacar del mismo el máximo provecho y de la posibilidad de sustituirlo rápidamente en caso de destrucción o avería.

Hacen falta, pues, munición y carburante en cantidad suficiente para los desplazamientos, medios de transporte adecuados, técnicos cualificados y piezas de recambio además de talleres próximos donde poder reparar el material, algo allí prácticamente imposible.

Escasean, por otro lado, los vehículos blindados para la posible recuperación de los carros que hayan resultado dañados durante los combates.

A lo que se suman otras dificultades derivadas de la propia heterogeneidad del material, ya que se trata de tanques alemanes, franceses, estadounidenses e incluso polacos.

Estados Unidos, que tiene mucho que ver en la estrategia militar seguida por los ucranianos, está más acostumbrado a las guerras asimétricas como las de Irak, Siria y Afganistán, y, según algunos analistas, no previó la capacidad rusa de mantener una guerra de larga duración.

Como escribe el analista italiano Enrico Tomaselli en la revista digital Giubbe Rosse, pese a su superioridad militar, los rusos parecen seguir los consejos del gran estratega militar y filósofo de la antigua china Sun Tzu.

Según éste, es preferible ceder territorio y no sacrificar al personal del ejército propio, reservándolo para futuros combates, mientras que los ucranianos, que defienden su patria, se lanzan muchas veces desesperados contra el enemigo, lo cual resulta en enormes pérdidas humanas.

Según datos proporcionados supuestamente al Pentágono por el jefe del Estado mayor ucraniano, los caídos ucranianos en combate superan ya los 200.000.

De aceptarse esas cifras, de imposible confirmación dado lo que se conoce como “la niebla de la guerra”, y teniendo en cuenta la relación habitualmente establecida en esos casos entre muertos y heridos, Ucrania tendría unos 700.000 heridos.

A todo ello contribuye la mayor capacidad de fuego de la artillería rusa con una relación que se estima de dieciséis a uno a su favor, además del total dominio del aire.

No parece que pudiera tampoco servir de mucho la eventual entrega a Ucrania de unas decenas de aviones de combate F-16, como solicita con insistencia Kiev.

La aviación rusa opera desde bases situadas en Rusia o en la vecina Bielorrusia, que están por tanto a salvo de ataques ucranianos, mientras que los F-16 tendrían que operar desde la parte del territorio ucraniano no ocupado.

Hacerlo, por ejemplo, desde Polonia, Rumanía u otros países de la OTAN, representaría una peligrosísima escalada del conflicto, algo que al menos nadie en su sano juicio puede desear.