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Cumbres políticas y decoración de interiores

José Miguel Giráldez

José Miguel Giráldez

ME ASOMBRA esa pulcritud de las cumbres. La moqueta de la diplomacia. En tiempos de guerra y tanques convertidos en chatarra, abandonados en lo que antes fueron huertas frescas y feraces, donde aún los árboles se obstinan en florecer sin atender a la tragedia contigua, las reuniones entre líderes se benefician de los buenos materiales sintéticos contemporáneos. Hemos desarrollado una gran capacidad para vestir el desnudo de los grandes salones, con artificios semejantes a los platós de televisión, donde todo parece lo que no es. Metros y metros de telas y alfombras, como en los Oscar, convencidos de que ese revestimiento es capaz de ocultarlo casi todo, capaz de hacer más habitable lo que podría parecer inhóspito y extraño.

La fealdad de cierta arquitectura de las últimas décadas y el impacto del hormigón que soporta lugares inmensos para las reuniones, donde en la antigüedad crecieron bellas arcadas y sobre las columnas se desbordaba el florecer de los capiteles, se disimula con fieltros y terciopelos de pega, se adorna de cuidados revoques, que no son de arena y cal, sino de moquetas que dan muy bien en pantalla y brillan insultantemente bajo los focos.

Los líderes avanzan como estrellas de cine sobre estos decorados sintéticos, algunos con cara de póker, para que nadie saque conclusiones erróneas, al tiempo que las puertas doradas, de varios metros de altura, se abren mágicamente a su paso. Entre ellos destaca el rítmico caminar de Putin, que atraviesa los pasillos como si fueran los de un módulo lunar, abriendo estancias con tan sólo pestañear o fruncir el entrecejo. El viejo poder se aferra al simbolismo que transmiten las grandes puertas y las grandes mesas imperiales, pero los líderes del planeta saben que, aunque el decorado es imprescindible, el verdadero poder reside hoy en las pantallas. Todas las cumbres políticas están rebozadas de alfombras rutilantes, acompañadas del fulgor de unos macizos de flores que no logran acallar algo tan mundano como el miedo al desastre. La política es también decoración de interiores.

Del mismo modo, con el mundo tan polarizado, las banderas no dejan de crecer. En muchos lugares se colocan emblemas de tela que podrían cegar el sol, siguiendo el extraño y algo pueril principio de que, a más conciencia y orgullo de lo propio, más tamaño han de tener los símbolos. Los líderes que caminan sobre las alfombras rojas del poder, al encuentro del homólogo, se dirigen a escenarios imponentes, donde las banderas enhiestas reafirman unas veces el ansia de cooperación y otras los enfrentamientos larvados, dispuestas en largas y apretadas hileras donde se podría escuchar un frufrú revelador. Hemos desembocado otra vez en el gigantismo de los símbolos, en ver quién los tiene más grandes, en las puertas inmensas, en los largos pasillos rebozados de rojo donde es necesario hacer esperar al invitado y mantenerlo a cierta distancia. Esa es la distancia de seguridad que señala la nueva geopolítica, o la nueva Guerra fría, o como queramos llamarlo.

Macron, por ejemplo, ha experimentado ya en varias ocasiones esta nueva decoración de interiores en las que se marca, más que la solemnidad, el gigantismo del poder y la necesidad de guardar bien las distancias, ahora que la confianza global ha desaparecido. Mientras el ciudadano normal ve reducirse el tamaño de sus habitáculos, mientras nos agazapamos en las estancias, prácticamente amontonados en varias capas de convivencia, porque el espacio es caro y el anónimo no exhibe símbolos (por eso es anónimo), el poder ha copiado la grandiosidad de los escenarios cinematográficos porque, llegado el caso, todo es un inmenso plató. Lo importante del poder es su visualización, su exhibición, la pulcritud de los desfiles y el revestimiento de la moqueta que nos aleja del barro y la sangre. Como la corrección política reviste de moqueta sintética el lenguaje real, así también asistimos hoy al poder que camina por alfombras rojas, entre decorados que cuidadosamente tapan los nuevos paisajes de la desolación.