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Los bares, refugio nuclear

José Miguel Giráldez

José Miguel Giráldez

HAY UN MOVIMIENTO legislativo para proteger por ley a las tabernas rurales, así las llaman. El bar de toda la vida. La propuesta viene de Teruel Existe, que ha advertido de la importancia del bar para los pueblos, sobre todo para los pueblos pequeños, porque allí se celebra la liturgia del encuentro diario, es oficina y lugar de terapia colectiva, ha sido en tiempos incluso consultorio médico, que yo lo recuerdo, pero sobre todo porque ejerce una labor social sin presumir de ello, sin manifestarlo, basta con saber que puedes dejar allí la llave de la casa, o recoger paquetería, o enterarte de los asuntos más urgentes, y también encontrar un poco de paz y de sosiego.

El bar ha pasado a ser local de resistencia, el verdadero castillo de los últimos reductos poblados, la última frontera. Cuando cierra el último bar del pueblo todo el mundo sabe que el final está próximo. Hay una forma protectora e irónica de estar en el mundo que tiene que ver con la perspectiva de la barra del bar. El tabernero es mucho más que un oráculo para los parroquianos. Lo suyo es un sacerdocio, algo que imprime carácter. Como decía alguno, el bar es importante sólo porque existe. Hay gente que no va en muchos días, pero quiere saber que está allí. Como si el bar fuera, en realidad, un refugio nuclear dispuesto y amueblado para entrar en él si la cosa se tuerce de pronto.

Cuando era muy niño descubrí la primera televisión, aquella de La Casa del reloj, en los teleclubes, que funcionaron mucho tiempo (y algunos han vuelto) como precuela de los bares. La televisión se colocaba, apenas flanqueada por dos trofeos de fútbol, en una balda superior, desde donde ejercía ya su papel de nueva diosa. Algunos acudían a echar la partida, que es otra terapia del rural, pero en realidad servía de casa común en la que todo lo que pasaba se traducía de inmediato al lenguaje de la tribu. Los teleclubes se sofisticaron, e incluso, en los lugares más grandes, se convirtieron en centros culturales. Pero el origen está en el encuentro, en la necesidad de hilar una conversación cuando todo parece que se va a desmoronar.

La propuesta legislativa que ha encabezado Teruel Existe va a otorgar a los bares esa naturaleza de entidad representativa de la economía social, para proteger lo que sin duda es un bien en grave peligro de extinción. Parece que ha habido un consenso bastante amplio, aunque no total. En realidad, ser aceptados dentro de la economía social supondría un gran apoyo, sería una manera de salvar a los bares moribundos, de conservar un último reducto de vida y de comunicación en los pueblos pequeños. A saber cuántas horas de terapia han ahorrado los bares. A saber cuántos se han protegido allí de los malos pensamientos y del anuncio del apocalipsis.

En el duro contexto de la España vaciada, perder el último bar es perder la última batalla. La desaparición de las históricas tiendas de ultramarinos en las que, buscando bien, casi todo podía encontrarse, fue uno de los claros síntomas de destrucción de una forma de vida. Despoblación y envejecimiento han hecho todo lo demás: los jóvenes se van y apenas vuelven en días de verano, y los más viejos van desapareciendo en silencio. Así se perdieron los cajeros automáticos, algo que la gente interpretó como un mal augurio, como una desconexión no ya con el futuro, sino con el presente. Como otro síntoma de abandono y muerte.

Por eso el bar es la roca, la institución más firme, el castillo, el fortín, la última trinchera. Como tenemos dicho, los bares, sobre todo los bares desbaratados y con jaulas de pájaros, los bares de futbolines raídos, los bares con viejas cabezas de jabalíes, son lugares que igualan a todos, son lugares democráticos en los que existe un equilibrio de luces mortecinas y mesas de formica, lugares sin solemnidad, pero con toda la verdad del mundo. Ya dijo Juan Tallón que mientras haya bares nos iremos arreglando. Él hablaba de todos, pero estos, los del rural, son de verdad como la última laguna sobre la tierra. Y nosotros somos las últimas aves.