BUENOS DÍAS Y BUENA SUERTE

Sánchez quiere una normalidad normal

José Miguel Giráldez

José Miguel Giráldez

EL GOBIERNO de Sánchez, que se habrá ido amasando en silencio mientras se amasaba la investidura (en silencio también), y, por tanto, la amnistía, apareció en los titulares un día después de que todo estuviera consumado. Consumado de momento, me recuerda alguien (valga lo que bien parece un oxímoron). Los que no comulgan con los movimientos de Sánchez creen que hay un gran margen de provisionalidad en el gabinete recién formado, y parecen estar a la espera de cualquier paso en falso, o de un viento poco favorable, europeo o no, que eche por tierra lo que esos mismos, los que no comulgan con él, consideran una arquitectura modelo castillo de naipes. 

Sánchez, aunque con otras palabas, ha dicho aquello de ‘pues va a ser que no’: con ese regusto total que da el negar la mayor, algo que Feijóo creyó advertir en la polémica carcajada parlamentaria del presidente. Ante la cacareada inestabilidad, ante las palabras muy apocalípticas sobre el futuro inminente de la nación, Sánchez se ha apresurado a publicar la lista del nuevo gobierno (apenas si hubo un par de filtraciones), celebrando de inmediato el primer Consejo de ministros, y esas cosas de la gobernanza. 

Es obvio que, cuanto más rápido se pase a la normalidad normal (venimos de la normalidad tormentosa), mucho mejor para Sánchez. Quizás no mejor para Abascal, eso no, pero sí para Feijóo, lo acepte o no lo acepte, quien, en vista de lo inevitable, prefería ya retirarse al balcón de Génova, que es desde donde se ve el tamaño del oleaje. Feijóo, tras los episodios de la Gran decepción, entra ahora en el período del ‘housekeeping’, que dicen los anglos, o sea, las tareas domésticas de toda la vida. Las tareas domésticas son, muchas veces, más difíciles de ejecutar que las tareas públicas. 

Feijóo prefiere pasar ya a las cosas del comer, a las cosas de casa, dejando aparcado el desiderátum monclovita, aunque salga con el catalejo al balcón de Génova, claro, a ver si Sánchez naufraga en la próxima isla. Menos Abascal, que necesita marcar estilo, más aún en estos días de noviembre, con el ascenso amigo de Milei y Wilders, todos están ya en la pantalla próxima. Y Sánchez muestra el gobierno a toda velocidad, y recupera la agenda internacional, que, a pesar del momento terrible que vive el mundo, siempre es más llevadera que la agenda doméstica, donde te pueden acusar de pisar lo fregado, o de romper los platos de la vajilla buena, o de quemar el guiso. 

Sánchez ya está en la pomada, cuando todavía no todos los ministros se han presentado en sociedad, que decía el otro (hablamos de los nuevos). No ha reducido las carteras, pero si se produjera el movimiento hacia el Banco Europeo de Inversiones de Calviño (a la que algunos conocen como la superministra en ‘stand by’), y Escrivá ocupara su lugar, Sánchez siempre podrá decir que sí, que, efectivamente, todo ha terminado con una cartera menos. 

Quizás eso no importe tanto al lado de otros asuntillos, como lo que supuso del relevo de Irene Montero y Belarra, que concluyó como concluyó, y donde se dibuja, quizás, uno de los temas más complejos a la hora de articular la nueva izquierda (o la nueva izquierda resultante de los comicios). ¿Es tarea para Yolanda? ¿O también se ha pasado página? Tal vez. Sánchez recuperó Igualdad y encuentra en Díaz, probablemente, una interlocutora más cercana en los tiempos difíciles que se avecinan. ¿Y Podemos? Salir del poder siempre debilita, sí, pero también da oportunidades para “esperar y ver”. 

En el nuevo desembarco, el ministro más buscado por los medios ha sido Óscar Puente. Aquella cruda intervención parlamentaria ante Feijóo le otorga un nuevo atractivo, por más que su cartera, como si fuera un guiño del destino a aquel incidente que sufrió en el AVE, sea la de Transportes. En la Ser, alguien dijo que lo de Puente promete. Si estar en el gobierno implica a veces morderse la lengua, lo que frustra a los periodistas, Puente puede ser quien salve las tardes más anodinas. Pero, al final, lo que importa es el tren.